Tres días en la vida de Katherine Mansfield
Tomados de los diarios de la escritora neozelandesa
Miércoles 26 de octubre de 2022
“Es la única escritora de la que alguna vez sentí celos”, escribió Virginia Woolf: Chai Editora publica los diarios de la autora nacida en Wellington en 1888. Compartimos los tres primeros días de su vida en 1915.
Por Katherine Mansfield. Traducción de Florencia Parodi.
1 de enero.
¡Qué diario más tonto! Pero estoy decidida a continuarlo este año. Hemos visto partir al Año Viejo mientras llegaba el Nuevo. Una noche hermosa, azul y dorada. Sonaban las campanas de la iglesia. Salí al jardín, abrí el portón y casi me marcho. J. estaba parado junto a la ventana exprimiendo una naranja. La sombra del rosedal se proyectaba sobre el pasto y parecía un ramillete de flores. La luna y el rocío formaban lentejuelas encima de
cada cosa. Justo a medianoche me pareció escuchar pasos en el camino, me asusté y volví a la casa corriendo. Pero no apareció nadie. J. dijo que me había comportado como una niña. Cruzó por mi mente el espíritu de L. M. con el cabello al viento, muy pálida y con sus ojos oscuros en una
expresión de sobresalto.
Tengo dos deseos para este año: escribir y ganar dinero. A considerar. Con dinero podríamos ir a donde quisiéramos, tener un lugar donde vivir en Londres, ser libres e independientes, mostrarnos orgullosos frente a los que no son nadie. Lo único que nos tiene atados es la pobreza. Bueno, J. no necesita dinero y no está dispuesto a ganarlo. Debo hacerlo yo. ¿Cómo? Primero, debo terminar este libro*. Eso sería un buen comienzo. ¿Cuándo? Hacia finales de enero. Eso sería la salvación. Si escribiera noche y día, podría lograrlo. Claro que podría. ¡A empezar!
Siento aproximarse una nueva vida. Lo creo, como he creído siempre. Sé que vendrá y que todo irá bien.
2 de enero.
Una mañana y una tarde espantosas. Je me suis incapable de tout, y además no estoy logrando escribir bien. Para mañana tengo que tener terminado mi cuento. Debo trabajar en eso el día entero y hasta por la noche, si es necesario. Qué día miserable. J’ai envie de prier au bon Dieu comme le vieux père Tolstoi. Oh, Señor, haz que mañana sea una criatura mejor. Le cœur me monte aux lèvres d’un goût de sang. Je me deteste aujourd’hui. He ido a cenar a lo de L. y hablamos acerca de la Isla**. Sería bastante viable si no fuera porque una parte de mí permanece indiferente a la idea. Seis meses atrás me hubiera lanzado de cabeza.
Lo principal que siento acerca de mí misma últimamente es que estoy envejeciendo. Ya no me siento una chica, ni siquiera una mujer joven. Siento que mi mejor momento ha quedado realmente atrás. De a ratos el miedo a la muerte es atroz. Me siento mucho más vieja que J., y estoy segura de que él también lo nota. Nunca antes lo había hecho, pero ahora a veces me habla de la manera en que un joven le habla a una mujer mayor. En fin, tal vez eso sea bueno.
3 de enero.
Un día frío y horrible. Oscureció poco después de las dos. Lo pasé intentando escribir y yendo de la habitación a la cocina. No lograba entrar en calor. El día me pareció eterno. A la noche me puse a leer, y más tarde leímos con J. varios poemas. Si viviera sola dependería mucho de la poesía. También hablamos de la idea de la Isla. A mí me resulta claro que
ya es demasiado tarde.
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* Con “este libro” creo que se refiere a una novela llamada Maata, de la cual solo quedaron los dos capítulos iniciales y una sinopsis completa.
** Un plan de montar una colonia en una isla remota, que después de todos estos años no sé cuán serio era. Probablemente tuviera el mismo grado de seriedad que la pantisocracia de Coleridge en Susquehanna.