No Ficción

"Mi querida madre": una carta de Baudelaire 

Leé una de las cartas publicadas por Blatt & Ríos del poeta francés nacido en 1821. "A lo mejor ha sido un bien el que se me haya despojado de mi mundo", escribe.

[ 1839 ]

[París] Martes 16 de julio de 1839


Mi querida madre, mi buena mamá, no sé qué decirte, y, sin embargo, son muchas las cosas que quiero decirte. Por lo pronto, muchas ganas de verte. Qué distinto es todo en casa de extraños— y no son precisamente tus caricias y nuestras risas lo que echo de menos, es ese no sé qué que hace que nuestra madre siempre nos parezca la mejor de todas las mujeres y que sus cualidades nos agraden mil veces más que las cualidades de las demás mujeres; hay un acuerdo tal entre una madre y su hijo; viven tan bien el uno junto al otro, de manera tal que, a fe mía, la verdad, desde que estoy en casa del señor Lasègue1, no me siento muy a gusto.

No quisiera que creyeras que se trata de mi amor propio herido, ni que se refiere tampoco a las demasiadas intervenciones del señor Lasègue y de la señora de Lasègue, que también suele meterse en todo. Más bien se los agradezco de todo corazón; es una muestra de su amabilidad; es algo que forma mi carácter y estoy contento de ello; no es eso lo que me agota. Aquí me falta lo que más quiero, una forma de ser como la que me gusta, como la de mi madre o la de mis amigos. No dudo de que el señor Lasègue y su madre posean toda clase de honrosas cualidades. Sabiduría, amor, sentido común, pese a lo cual, todo se manifiesta de un modo tal que no termina de gustarme. Hay vulgaridades que rechazo; preferiría que estas cosas se mostrasen de un modo más vívido y espontáneo, como en tu casa y en la de un amigo. Hay en esta casa una alegría perpetua que me produce asco.

No dudo de que sean más felices que nosotros. En casa he visto llantos, gritos de mi padre, ataques de nervios tuyos, y aun así nos amo y nos prefiero tal cual somos.

Y cuando siento algo en mí que me exalta, cómo decirlo, un deseo intenso de abrazarlo todo, de sacar de cada vivencia una esperanza, de aguardar con prudencia aquello que la vida nos depara o asistir a una sencilla y bella puesta de sol en mi ventana, ¿a quién contárselo? Tú no estás aquí y mi amigo del alma tampoco.


¿Qué es lo que ocurrió entonces? Estoy peor de lo que estaba en el colegio. En el colegio me ocupaba poco de las clases, pero, al fin y al cabo, me interesaban — sólo cuando me expulsaron pude reaccionar, y fue en tu casa donde todavía pude hacer algo —2 ahora, nada, nada, y esta no es una desidia agradable, ni mucho menos poética, no, no; se trata más bien de una dejadez torpe y, a la vez, insensata. No me he atrevido a decírselo del todo a mi amigo, ni a mostrarme a él en toda mi ruindad; porque me hubiera encontrado demasiado cambiado— habiéndome visto en momentos mejores — en el colegio trabajaba de vez en cuando, leía, lloraba, me enojaba a veces; pero al menos vivía — ahora, en absoluto, — en el sentido más negativo — tengo defectos de sobra, y ya dejaron de ser defectos agradables. Si al menos este espectáculo penoso me empujase a cambiar radicalmente — pero no, de esa disposición de ánimo que me impulsó unas veces hacia lo bueno y otras veces hacia lo malo, no queda nada, nada más que ineptitud, indolencia, aburrimiento.

He disgustado al señor Lasègue — he descendido un escaño en mi propia estima — de haber estado solo, quizás hubiera hecho algo equivocado, pero habría hecho algo — contigo o con un amigo del alma, no me hubiese desviado del camino —, en un ambiente tan extraño, me he sentido del todo cambiado, todo se me ha vuelto desconcertante, confuso. Doy la impresión, ¿no es cierto?, de estar empleando sutilezas y grandilocuencias para ocultar defectos sumamente comunes. Todos estos trastornos se complican aún más a causa de la necesidad imperiosa de terminar el bachillerato. Tengo la voluntad de recibirme pronto y de pasar pronto el examen. Voy a hacer lo posible, y ya he empezado a repasar las materias en estos últimos quince días, para poder estar listo en los primeros días de agosto. Para ello tengo que revisar veinticuatro temas por día — en los ejercicios de las pruebas me registraron como suplente, es decir, que sólo me llamarán si alguien se ausenta. No obstante, por si ocurriese, me pidieron mi partida de nacimiento.

Después de todo, tal vez haya sido bueno que haya tratado con extraños, es una forma de querer más a mi madre. A lo mejor ha sido un bien el que se me haya despojado de mi mundo y despoetizado, así valoro mejor lo que me faltaba — quizá sea, como suele decirse, un estado transitorio — durante todo este tiempo reconozco que tus cartas me entristecían, me hacían sentirme peor todavía. A pesar de esto, nunca dejes de escribirme; me gustan tus cartas. En mis tristezas me consuela saber que el amor de mi buena madre se acrecienta en mí; y así debería ser siempre.

Al responderme, no dejes de hablarme todo lo que puedas de mi padre. Te ruego que no le digas ni una palabra de todo esto al señor Lasègue; es tan bueno que se afligiría.

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