No Ficción

Elogio de la sombra

"He escuchado que el papel es una invención de los chinos", leemos promediando el cásico japonés de Junichiro Tanizaki (Abducción Editorial).



Por Junichiro Tanizaki. Traducción de Francisca Lizana Erazo.



He escuchado que el papel es una invención de los chinos. Como sea, no sentimos absolutamente nada por el papel occidental, para nosotros no pasa de ser un artículo de uso cotidiano. Por el contrario, cuando vemos la finura del papel chino karakami o el papel japonés washi, sentimos una especie de calidez que calma nuestro corazón. A pesar de que ambos son blancos, la blancura del papel occidental y la del papel hōsho¹³ o del hakutōshi¹⁴ son diferentes. La superficie del papel occidental tiende a reflejar los rayos de luz, mientras que el papel hōsho o el chino absorbe la luz, como si se tratara de un campo sobre el que ha caído la suave primera nevada. Estos papeles poseen, además, una textura agraciada, y aunque se doblen o plieguen, no generan sonido alguno; son tan silenciosos y serenos que nos recuerdan al toque de la hoja de un árbol. Este es un ejemplo de que, en general, nuestro corazón no se puede tranquilizar cuando miramos algo fulgurante. Los occidentales utilizan plata, acero y níquel para su vajilla y la pulen hasta que queda reluciente, pero nosotros odiamos los objetos que brillan tanto. 

Si bien, en ocasiones, también utilizamos teteras, copas sakazuki¹⁵ o jarras de sake hechas de plata, no las pulimos de esa forma. Por el contrario, nos alegramos al ver que el paso de las generaciones le ha robado a la superficie su brillo, ennegreciéndola. Que el patrón regañe a alguna sirvienta con poco tacto que pule hasta dejar reluciente algún artículo de plata que, después de tanto esperar, al fin comenzaba a oxidarse, es algo que ha ocurrido en todas las casas. Últimamente, para la comida china se tiende a utilizar vajilla de estaño, pero estoy seguro de que lo que a los chinos les encanta es notar cómo este tipo de material va perdiendo su color. Nueva, la vajilla de estaño no da tan buena impresión, pues es muy similar a la de aluminio, pero cuando comienza a notarse el paso del tiempo se admite su elegancia. En el caso de la vajilla con poemas tallados, comienza a lucir todavía más hermosa cuando la superficie se va tornando negra y las letras destacan. En otras palabras, incluso un metal liviano, delgado y brillante como el estaño, al caer en manos de los chinos se transforma en un objeto profundo, sombrío y solemne, cercano a la cerámica Yixing, rojiza y no barnizada. 

Asimismo, a los chinos les encanta esa piedra llamada jade. Ahora, esto me hace preguntarme si seremos solo nosotros, los orientales, los únicos que vemos algún atractivo en este cúmulo de piedras extrañamente medio turbias, con un tenue brillo fangoso en lo más profundo de su interior, como si hubieran condensado en ese único punto todo el aire ancestral de numerosos siglos pasados. Dónde encontramos el encanto en este tipo de piedras, que carecen de los colores vivos del rubí o de la esmeralda y del brillo del diamante, es algo que ni siquiera nosotros entendemos muy bien. Sin embargo, cuando vemos superficies así de apagadas, comprendemos que así es como debieran ser las piedras de China. Pues, al pensar que en el interior de esa turbiedad profunda se sedimentan los restos de la civilización china, poseedora de un extensa historia, al fin podemos entender que no es de extrañarse que los chinos prefieran ese tipo de colores, lustres y sustancias. Un ejemplo de la preferencia oriental por las piedras más turbias es el cuarzo. Últimamente, se ha importado mucho desde Chile, pero comparado al de Japón, el cuarzo chileno es demasiado limpio y transparente. Los cuarzos producidos desde hace mucho tiempo en la ciudad de Kōshū tienen en el interior de su transparencia una ligera nubosidad que cubre toda la superficie, lo que les da una sensación de mayor solemnidad. Por su parte, el llamado cuarzo epidota tiene en su interior unas marcas sólidas semejantes a la hierba, que a nosotros, más bien, nos alegran. Incluso cuando se trata de cristales, ¿acaso el cristal Qianlong, o de Pekín, refinado por los chinos, no se parece más al jade o a la ágata, que a sí mismo? Las técnicas de producción de cristal o vidrio no se desarrollaron de la misma manera que en Occidente, a pesar de que estos conocimientos sí existían en Oriente desde temprana edad; por el contrario, avanzó más la técnica de la porcelana, y estoy seguro de que estos hechos tienen mucho que decir sobre la idiosincrasia de nuestros países. No se trata de que odiemos incondicionalmente todo lo que brilla, pero, en lugar de aquello que resplandece superficialmente, nos agradan más los objetos que poseen una profunda sombra. Me refiero a los objetos, ya sean piedras naturales o utensilios creados por las manos humanas, que adquieren un brillo cubierto de turbiedad que nos recuerda al lustre del tiempo. Aunque pueda sonar bien hablar del «lustre del tiempo», la verdad es que no se trata más que del brillo que dejan las marcas de los dedos. 


En China existe la palabra shutaku, y en Japón tenemos nare para hablar del desgaste por el uso, y ambas se refieren al lustre que se va generando por el toque y las caricias de las manos humanas a lo largo de los años, a la grasa que naturalmente va permeando y dejando huellas en el objeto. Entonces, en palabras simples, se trata de las marcas de los dedos, y nada más. En tal caso, si antes dije que «la elegancia es fría», ahora resulta razonable el aforismo «la elegancia debe ser sórdida». De todas maneras, dentro de esa «finura» que a nosotros tanto nos alegra, es imposible negar que también tiene aspectos inmundos y poco higiénicos. Ahí donde los occidentales persiguen y eliminan hasta las mínimas marcas de las manos, los orientales preferimos mantenerlas con cuidado y embellecerlas tal como son. Quizá suene a mal perdedor, pero desgraciadamente nosotros amamos los objetos que tienen huellas humanas, suciedad de vapor de aceite o de la lluvia, así como también todo lo que posea tonos o brillos que nos recuerden este principio, y vivir rodeado de edificios u objetos con estas características, por extraño que parezca, suaviza nuestro corazón y mente y nos calma los nervios. Por esta misma razón, siempre pienso lo siguiente sobre el color de las paredes de los hospitales, la ropa de los cirujanos o los dispositivos médicos: si iban a ser utilizados por y para japoneses, ¿qué tal habría sido implementar no solo un blanco reluciente, sino que darles a estos objetos un poco más de oscuridad y suavidad? Si las paredes de los centros médicos estuvieran recubiertas de arena o algo similar, y los pacientes pudieran recibir su tratamiento recostados sobre el tatami de una zashiki, estoy seguro de que sería más fácil que se mantuvieran calmados. Por una parte, la razón por la que odiamos ir al dentista es que nos disgusta ese sonido de raspado que emiten las máquinas, pero también se debe a que tanto objeto de cristal y metal deslumbrante nos asusta. 

Durante el período en el que mis crisis nerviosas fueron más fuertes, cuando escuché hablar sobre un dentista que había vuelto de Norteamérica, orgulloso de sus máquinas de último modelo, el miedo hizo que se me pararan los pelos de punta. Entonces, preferí con gusto acudir a un anticuado dentista, en una pequeña ciudad rural, que había instalado su sala de tratamiento en una casa tradicional japonesa, como las de antaño. Aunque debo admitir que cuando vi sus máquinas más antiguas, en otro sentido, también me preocupé. Sin embargo, ahora me pregunto si, de haberse desarrollado en Japón los procedimientos médicos modernos, se habría ideado una manera de que las instalaciones para el tratamiento de pacientes y los equipos armonizaran con las estancias tradicionales japonesas. Este es también uno de los ejemplos de las desventajas que suponen para nosotros los préstamos de Occidente.





¹³ Papel de alta calidad fabricado con fibra de la morera kōzo, también conocida como morera del papel.

¹⁴ Papel karakami de un blanco inmaculado. 

¹⁵Copa pequeña y plana para beber sake u otras bebidas alcohólicas.


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