Una carta de Henry Miller
Alrededo de Hamlet
Jueves 20 de agosto de 2020
Su título original era Hamlet y en su momento fue una aventura literaria experimental: una colaboración epistolar e improvisada entre Miller y Michael Fraenkel, un oscuro escritor americano nacido en Lituania. Ahora, Malpaso lo publica como Quisiera dar un gran rodeo. Compartimos la primera de sus cartas.
2 de noviembre de 1935
Querido Fraenkel:
Anoche, estaba yo sentado en la École-Militaire. Era el día de Todos los Santos. Acababa de llegar caminando por la Rue Saint Dominique, paseo emprendido deliberadamente porque quería volver a experimentar ciertas emociones. Experimenté exactamente lo que había esperado revivir y, tras sentarme en la terraza de un café, digerí mis emociones. Y entonces me puse a pensar en Hamlet. Pensé en lo perverso que era estar pensando en Hamlet en un día como ése, el de Todos los Santos en Francia, cuando los especímenes más repugnantes de la burguesa vida vegetal francesa se apoderan de las calles. Pensé que ningún francés vivo habría podido entender el caos de mis pensamientos. Ahí estaban, revoloteando todos a mi alrededor con una sombría vestimenta negra y absolutamente insensibles no sólo con Hamlet, sino también con todo el mundo anglosajón del que surgió Hamlet. Si Hamlet era, como yo pensaba, el archisímbolo de la muerte en vida, entonces, ¿qué eran ellos, aquellos fantasmas que pasaban rozándome? Sin embargo, esa gente está activa, cada uno de ellos tiene una meta, un propósito, una dirección. No es la actividad de los alemanes o los americanos. Es la vida francesa, respecto de la cual nada es más satisfactorio y nada más vacío. Entonces, ¿cómo que Hamlet? ¿Por qué Hamlet? Hamlet es el drama del alma nórdica, un drama que sucede fuera de los connes de esa realidad que los franceses llaman vida.
¡Qué extraño es (pienso para mí) que aquí estemos, en Francia, los tres, y ninguno de nosotros sea francés! Y Fred, que ha adoptado a Francia, piensa como un francés y escribe en francés, es el menos francés de nosotros. Nos sentamos en el Café Zeyer y decidimos escribir este libro. No es un libro que vaya a gustar a los franceses. Tampoco es un libro para nuestros compatriotas americanos. Sin embargo, este libro nace de Francia y de los Estados Unidos, en un momento de extrema lasitud, por la desesperación debida a la inercia y la parálisis que nos rodea.
Sentado en la École-Militaire, intento recordar la historia de Hamlet tal como Shakespeare nos la ofreció. Había una vez un danés enfermizo y de carácter poético que no sabía actuar. Pronuncia un discurso famoso sobre el suicidio («ser o no ser»), que parece haber causado una profunda impresión en el mundo. Al nal, muere y con él otras diversas personas. Nos deja sus dudas, sus meditaciones. Por veredicto casi unánime, fue una de las mejores obras dramáticas que Shakespeare escribió.
Tal es la obra. El efecto es otra cosa, algo totalmente desproporcionado respecto de la obra, aun cuando hubiera sido la mayor obra jamás escrita, cosa que no es. Entonces, ¿por qué Hamlet, que está tan rmemente alojado en nuestra conciencia, que sólo desaparecerá cuando la entera civilización occidental resulte barrida?
Me parece que la respuesta estriba en el propio entusiasmo con el que acordamos emprender esta tarea. Hamlet está en nuestras entrañas. Esa propia voluntad abortada, ese caos, ese anhelo de un más allá, que nos distingue de los franceses, es lo que retumba eternamente en nuestra sangre y nos conduce a una derrota a manos de la vida. Antes de Shakespeare hubo muchos hamlets, pero con Shakespeare fructica el verdadero Hamlet. Llega en el apogeo del Renacimiento. Brota del tercer ojo.
Anoche, antes de acostarme, estaba hojeando un libro de Denis Seurat, titulado Modernes, donde encontré lo siguiente: Proust est l’écrivain de génie qui a le mieux exprimé à ce jour un aspect de l’homme, l’aspect que nous avons appelé point de vue moderne. C’est-à-dire qu’il y aurait place encore, dans le style moderne, pour un génie de premier ordre, qui partirait du moderne, comme Hugo est parti du romantique, et parcourrait l’homme tout entier, comme Hugo a parcouru l’homme tout entier ou Shakespeare, ou Cervantes. Ce que Proust n’as pas fait.
Después añade esto: «Il faudrait un écrivain qui, étant naturellement moderne, puisse oublier qu’il est moderne et nous présenter le tableau du monde sans avoir à insister sur cet aspect, tant il lui serait naturel de voir le monde ainsi».
Lo que me parece ridículo en la cita anterior y, aun así, provocativo, fascinante, valioso, es la expresión parentética: «ser moderno de forma natural». Esperar de lo moderno, cuya característica principal es su falta de naturalidad, una actitud natural me parece el súmmum del pensamiento francés errado. Es bastante paradójico que el único país en el que esa actitud natural con lo no natural cobrara expresión sea Francia para luego perecer, desde luego, bajo las potentes luces Klieg del drama hollywoodense de Apollo, que los franceses han estado representando durante unos centenares de años. Ser moderno de forma natural es ser un monstruo natural, un Hamlet elevado a la enésima potencia. Cuando aparezca ese monstruo, el mundo moderno perderá su constreñimiento y se saltará la tapa de los sexos…
Al referirse al Edipo de Sófocles, Nietzsche intenta explicarnos que el objeto del drama era el de mostrar que «el hombre noble no peca». «Todas las leyes —añade—, todo orden natural, sí, el propio mundo moral, pueden resultar destruidos a consecuencia de su acción, pero mediante dicha acción misma entra en juego un circulo mágico superior de inuencias, con el que se crea un mundo nuevo sobre las ruinas del antiguo derribado.» Ahí tienes, en una palabra, la diferencia entre el mundo antiguo en su apogeo y el mundo moderno de Hamlet. El hombre noble no peca, dice Nietzsche. Sólo cuando llegamos a Rimbaud tenemos un débil eco de eso. Digo «débil» porque en Rimbaud el sentido de la culpa está atroado, no vencido. Y con esto marcamos de nuevo el abismo que ha separado el mundo moderno del antiguo mundo de los griegos.
Edipo es el drama supremo de la culpa. Establece para siempre la divina inocencia del hombre, mientras que Hamlet, el drama supremo de la duda, carga con la culpa de dos mil años de sufrimiento ignominioso, el símbolo mismo de la quiebra interior del hombre moderno. Permíteme volver un momento a las circunstancias que rodean (pues no se han modicado desde entonces) a la concepción de este nuestro Hamlet. Originalmente, nuestra idea era la de elegir un relato mal escrito por alguna celebridad y reescribirlo a nuestro modo. Queríamos un relato que todo el mundo pudiera reconocer, cuyo título por sí solo fuese suciente, y, al cabo de unos días de devanarnos los sesos en vano, llegamos a la conclusión de que apenas si valdría la pena el esfuerzo, suponiendo que llegáramos a encontrar un tema apropiado, por lo que, inevitablemente, nos encontramos ante la disyuntiva de elegir La viuda alegre o Hamlet. ¡Qué moderno! ¡Que no hubiera diferencia suprema entre un Hamlet y una Viuda alegre! Y no sólo eso (te ruego que observes), sino algo más… ¿acaso no fue el hecho de que de repente conviniéramos en escribir mil páginas, ni una más ni una menos, lo que zanjó el asunto? Entonces, ¿dónde estaba Hamlet? Las mil páginas eran más importantes que el propio Hamlet, es decir, que Hamlet carece de principio y de n. El mundo entero se ha vuelto Hamlet y lo que nosotros digamos tampoco sustraerá ni añadirá nada a este tema.
¡Aquí tenemos a Hamlet! Para que nuestro empeño tenga éxito alguno, debemos enterrar el fantasma, pues Hamlet acecha aún en las calles. La culpa no es de Shakespeare, sino nuestra. Ninguno de nosotros ha llegado a ser de forma natural lo sucientemente moderno para abordar a dicho fantasma y estrangularlo. Es que el fantasma no es el padre, que fue asesinado, ni la conciencia, que no estaba tranquila, sino el espíritu del tiempo que ha estado rechinando como un péndulo oxidado. En este libro nuestro propósito más elevado debe ser el de hacer que el péndulo vuelva a oscilar con suavidad para que sincronicemos con el pasado y el futuro. ¿Están los tiempos dislocados? Entonces, ¡mira el reloj! No el que se encuentra en la repisa de la chimenea, sino el crónometro interior que indica cuándo estás vivo y cuándo no. Voy a decirlo con la mayor suavidad: ¡arroja todos los relojes existentes! No necesitamos saber lo que es el tiempo conforme al Sol y a la Luna, sino conforme al pasado y al futuro. Ahora estamos inundados por el tiempo: el tiempo de la Western Union, el tiempo ocial de la Costa Oeste, el tiempo de Greenwich, el tiempo sideral, el tiempo einsteniano, el tiempo de la lectura, el tiempo de acostarse, todas las clases de tiempo que nada nos dicen sobre lo que pasa dentro de nosotros o incluso fuera de nosotros. Nos movemos en la escalera mecánica del tiempo…
Hubo un momento en que experimentamos el tiempo real y fue aquel en que decidimos escribir este libro. En aquel momento, el universo entero pareció pasar a ser propiedad nuestra. Tú te despertaste la mañana siguiente (lo sé por haber mirado por encima de tu hombro) e, invirtiendo los monásticos hábitos de tu vida, te lanzaste a las calles. Me abstengo de momento de preguntarte qué te sucedió, pero caíste por el sumidero del lavabo y por las tuberías hasta la alcantarilla abierta de la vida. Incluso consumiste un copioso desayuno antes de marcharte: otra violación de tu norma de vida. Saliste con mirada asesina en busca de Hamlet. Abandonaste tu Hamlet para enterrar el fantasma. Espero, querido Fraenkel, que sigas en pie. Tienes un largo camino por delante: mil páginas exactas que plasmar antes de haber acabado tu tarea y yo sé que, antes de que hayamos llegado a la página mil, no traerás de vuelta el fantasma. Sé que estarás sentado en tu estudio, al nal, hablándonos de la «faz del día» y de la «faz de la noche» del mundo, una gran caminata hacia el antimoderno mundo del tiempo real, pero ya has comenzado y has entrado en el mundo. Tal vez otros te sigan. Tal vez comience una migración,
Al concluir este saludo, ¡advierto que el calendario dice 7 de noviembre! Tan sólo quiero señalarte lo falso y lo poco able que es el calendario porque, según una cronología, sigue siendo el 2 de noviembre y no me he movido ni un centímetro de la terraza de la École-Militaire. Tal vez escriba todo lo que debo decir desde esta terraza, que es particularmente agradable y sedante para los sentidos. Para ser noviembre, la temperatura es inhabitualmente cálida, por lo que he pedido al garçon un poco de hielo para mi Byrrh-Cassis.
Antes de seguir adelante, quiero hacerte algunas preguntas, pues hace dieciocho o veinte años que leí Hamlet por última vez. 1) ¿Se mató Hamlet al nal y, si no lo hizo, por qué no? 2) ¿Quiénes son los misteriosos mensajeros Rosenkranz y Guildenstern? ¿Son judíos o daneses? ¿Y cuál era su misión? 3) Ofelia, tal como la recuerdo, siempre me pareció una boba. Quiero saber si se trata de una impresión errónea o una señal de la astucia de Shakespeare. 4) ¿Sucede la acción en Inglaterra o en Dinamarca? Si fuese en esta última, ¿por qué me parece que era Inglaterra? 5) ¿Fue accidental o intencionada la muerte de Polonio? ¿Y qué relación hay (de haber alguna) entre Laertes y Polonio? 6) ¿Crees que sería oportuno leer la obra y averiguar de qué se trata todo eso? ¿O te parece mejor seguir con el Hamlet que conozco?