La mandíbula me crece como un tiburón
Por Marina Mariasch
Miércoles 12 de mayo de 2021
Compartimos una de las cartas que componen Intranquilas y venenosas, novedad de Odelia Editora: antología epistolar escrita durante el primer encierro de pandemia en mails que Tamara Talesnik y Olivia Gallo respondían a 22 autoras argentinas.
Por Marina Mariasch.
De: Marina Mariasch
Para: Olivia Gallo y Tamara Talesnik
Fecha: 19 abr. 2020 12:22
Hola, hermosas.
Antes de la pandemia a veces deseaba fuerte y en secreto romperme un hueso para tener que estar una larga temporada en la cama.
Es un pensamiento horrible, lo sé. Irrespetuoso para las personas que sufren por la salud y por otras carencias. A veces estoy tan cansada que quiero que se pare el mundo. En lo más íntimo, esto que pasa es una especie de deseo cumplido. No puedo dejar de pensar en el desastre del mundo que viene, hambre y destrucción. Pero estoy en una especie de romance con el apocalipsis, mirando la luna enorme de Melancholia sin melancolía.
No es anhedonia, esa flor que te envuelve con su perfume sedante. Al contrario, practico una rutina de monje budista, sin horarios estrictos, pero con actividades fijas y dieta moderada. Leo y escribo. Cuido las plantas, algo que no hice jamás porque no soy afecta a la tierra ni a nada de la naturaleza. Hago yoga, calistenias y, si estoy ansiosa, como frutos secos o galletas de arroz. Odiosa. Por otra parte, la mandíbula me crece como un tiburón, a lo ancho. Muerdo incertidumbre, bronca, impotencia, de día y de noche. Los ojos van quedando chicos y juntitos arriba en la cabeza.
Hablo con mi amiga Ale todos los días. Hoy dice que escucha un zumbido en *el afuera*. Me pregunta si yo también lo escucho o se está volviendo loca. Hace días que escuchamos las voces de nosotras mismas, las que maquinan agudas y graves entre los conductos mecánicos de la mente, amplificadas. Todo retumba. Si nos responde el mensajito y cuánto tarda. Si el ritmo que marca el paso con el otrx lo marca él, lo marcamos juntos, nos gusta o lo detestamos. Le digo que yo escucho un arrullo de palomas. Nada romántico, las palomas me dan asco. Exacto, dice Ale, así suena el zumbido de *el afuera*: se llama “cielomoto”. No lo sé, pero le creo, todo lo que dice es hermoso. Alrededor de mi casa creció un elefante blanco, un conjunto de obras en construcción abandonadas por la pandemia, que funcionan como refugio perfecto para palomos.
En esta cuarentena afloró el talento literario de mi hija, aguda, perfecta, mientras yo me niego a que crezca tanto y le canto canciones infantiles. Creo que ella me ama y me detesta en partes iguales, como corresponde. Leo un libro que me prestó mi ex marido. Nos leemos, tenemos hijos y compartimos retazos de vida por WhatsApp. Cuando nos vemos, se transforma en calabaza. Hoy me desperté con una foto que me mandó de nuestrxs hijxs durmiendo juntxs en el living de su casa. Yo se la mandé a mi novio, que los considera dos personas muy interesantes. Mientras leo el libro que me prestó Santi, me quedo un rato mirando sus anotaciones cuando no entiendo la letra, tardo más en leer su letra infantil en lápiz negro que la novela. Pienso también que las frases de amor que subraya las marcó pensando en su última novia. No me da celos, se abre una distancia, un zumbido suave, un arrullo lento.
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