Hacerla bien
Félix Bruzzone sobre Carlos Busqued
Lunes 20 de setiembre de 2021
"Me hubiera gustado ser amigo de Busqued. Creo que no se dio porque vivíamos en planetas distintos": compartimos uno de los textos que integran Aguinaldo Amistad, la nueva y recomendada edición especial de Revista Aguinaldo que incluye también textos de Camila Sosa Villada, Sonia Cristoff, Cecilia Pavón o Selva Almada, por ejemplo.
Por Félix Bruzzone. Ilustración de Sebastián Cestaro.
En la alta noche, Busqued y yo volvemos de una fiesta. Vamos en taxi. Son las cuatro de la mañana en Guadalajara y el taxista va rápido saltando cunetas como si fueran sapos. En la fiesta conocimos gente y entre esa gente conocí a Busqued. Hubo un momento de tomar algo y otro de baile robótico. Al día siguiente, en el desayuno, Busqued recordará nuestra vuelta al hotel. Dirá que desde nuestro asiento del taxi las cosas pasaban a la velocidad de la luz y que cada uno de nosotros miraba por su ventanilla como hipnotizado.
Cuando se viaja a velocidades cercanas a la de la luz el tiempo pasa más lento, dice la física. Es como si el tiempo se dilatara. Incluso, si la velocidad fuera mayor a la de la luz, el tiempo podría retroceder. Después de un viaje a esa velocidad volveríamos a la infancia y, seguramente, en algún momento, volveríamos a nacer. En 1933 el físico Paul Ehrenfest anota, en una de las cartas que escribió antes de suicidarse, ya bastante perturbado psíquicamente, que las únicas experiencias humanas en las que se puede viajar más rápido que la velocidad de la luz son el nacimiento y la muerte. Según él ambas cosas son en realidad lo mismo, una misma cosa que contiene, dilatadamente, la vida.
En la alta noche en la que conozco a Busqued, en términos del abatido Ehrenfest, viajar con él en ese taxi no es nacer, es algo más lento. Y ahora, que lo veo desde lejos, pasado el tiempo, incluso lo veo como algo extremadamente lento, lentísimo, dos caracoles herniados, dos babosas que viajan en el lomo de un viejo. Sin embargo, ese viaje es como nacer. El mismo Busqued me lo dijo, una vez, algunos años más tarde y atrás de un vaso de agua saborizada: el ‘cómo’, el ‘cómo’, el ‘cómo’ te define todo.
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Me hubiera gustado ser amigo de Busqued. Creo que no se dio porque vivíamos en planetas distintos. Yo, en una casa del tercer cordón del conurbano, casi una casa quinta, con tres hijos, compañera y tres perras. Él, en un departamento chico, en San Cristóbal, rodeado de maquetas, libros sobre nazis, libros sobre aviones, libros sobre ovnis y tres alarmas que usaba para levantarse y ponerse a trabajar. Eso, más la voz mental, omnipresente, de su íntima amiga la Cari: “Te levantás, te sentás y te ponés en guardia de vos mismo”.
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Bernardo Beccar Varela, abogado, acaso el mejor amigo de Busqued en los últimos tiempos, me cuenta: “Conocí a Busqued cuando me llamó para que lo ayude con un tema judicial. Me ubicaba de Twitter, de cruzar un par de likes. Se ve que él toma nota de que soy abogado y me contacta”.
Busqued, entonces, le dice a Beccar Varela que es el único que se le ocurre que puede ayudarlo. Necesita un expediente, contactos para avanzar con su novela Magnetizado. Beccar Varela lo ayuda con eso y después también lo ayuda con temas sucesorios. “Busqued no podía con esas cosas, le costaba. Podía escribir novelas geniales, pero pagar una cuenta o hacer el trámite más boludo le costaba. La sucesión era eso, un trámite”. Agradecido, Busqued le ofrece a Beccar Varela ayudarle en su escritura; porque Beccar Varela, además de ser abogado, escribe ficción. Congenian.
Beccar Varela tampoco es del mismo planeta de Busqued. ¿Quién es de ese planeta? Casa en Zona Norte, casi una casa quinta, hijos, profesión honorable. Pero se da, justo, que además de congeniar, Busqued y Beccar Varela trabajan cerca, a dos cuadras, y entonces empiezan a juntarse a almorzar. La relación crece.
Busqued, agradecido por la ayuda que le da Beccar Varela -“Busqued era agradecido por naturaleza”- lo quiere ayudar en el camino del héroe literario. Beccar Varela acepta, se entrega a la lectura -“despiadada”- que hace Busqued de sus textos. Busqued, en ese transcurrir, detecta que en Beccar Varela, además, hay un escritor.
Lo incentiva.
Lo empuja.
Incluso piensa que podría ser un escritor como él, de los buenos, de los mejores.
También detecta, Busqued, que Beccar Varela está en crisis con su profesión y entonces piensa que podría ayudarlo con eso de cambiar de profesión y de mundo, con eso de ser escritor a tiempo completo. Sería dejarlo todo, pero sería bueno para un hombre en crisis. El duro camino del héroe sufriente. Busqued arma, entonces, una reunión para que Beccar Varela conozca a Jorge Consiglio. “Como Jorge también dejó lo suyo para ser escritor, él pensaba que podía servir una reunión, qué sé yo”.
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Jorge Consiglio dice: “Una locura de Busqued, imaginate. Beccar Varela es abogado, debe ganar fortunas, no era mi caso. Si yo era Beccar Varela yo no dejaba nada, qué iba a dejar. Hizo bien Beccar Varela en seguir en lo suyo. Y su novela está muy bien. Igual, la reunión fue un delirio”.
Lo que le fascina a Busqued de Beccar Varela es que pertenezca al mundo tradición-familia-propiedad. “Eso lo entusiasmaba y después vio que sí, que yo vengo de ahí pero al mismo tiempo no, que soy una especie de oveja negra. Pero eran esas las cosas que le gustaban”.
Beccar Varela no abandona su profesión pero va a meter a Busqued, dentro de lo posible, en su mundo. Tienen sus almuerzos compartidos. Tienen sus mensajes amorosos por Twitter y tienen varios asados con amigos de Beccar Varela en la casa –casi casa quinta– donde Beccar Varela vive con su familia en Zona Norte.
Jorge Consiglio va a uno de esos asados -“una cosa pantagruélica”-, la pasa bien, y ve que Busqued está feliz. Al ogro de San Cristóbal, que sale poco, que cada tres o cuatro tuits manifiesta su odio irrestricto a toda clase de gente, que de cualquier evento literario sale casi corriendo, le gusta estar ahí y canta hasta entrada la noche. “Ese asado fue otro delirio”.
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Pienso, entonces, que se podía ser amigo de Busqued siendo de otro planeta. ¿Cuál era la fórmula para ser amigo de él? Quizá ser de otro planeta era uno de los requisitos, y me la perdí. Me arrepiento de no haber arrojado mi botella al mar de Busqued para entrar en eso. Aunque sea, entrar un poco. Miniaturizarme. Entrar en la cabina de una de las maquetas de aviones que tenía en su departamento y quedarme a observarlo y conversar con él desde ahí adentro.
El problema con seres de otros planetas seguramente es la comunicación. Hace unos días leí un artículo en la revista Filling Space sobre el idioma que se habla en la Estación Espacial Internacional. Parece que los que se suman a vivir y a trabajar en la Estación son, fundamentalmente, rusos y norteamericanos. O sea que los idiomas predominantes son el ruso y el inglés. Sin embargo, entre ellos, no hablan en ninguna de esas dos lenguas sino en una especie de mezcla de tres idiomas: inglés, ruso y el idioma técnico específico del mundo espacial. Es en ese cruce que se termina armando el idioma propio de la Estación Espacial Internacional. Por supuesto, no es un idioma que solo tenga palabras, también tiene gestos, silencios, y una carga de ambigüedad que, sin embargo, no dificulta la resolución precisa de los complicados problemas que se presentan cotidianamente en el espacio exterior. Hacia el final, el artículo postula que muy probablemente sea gente como esa, expuesta a la necesidad de crear idiomas entrelazados, la que mejor podría, llegado el caso de que la humanidad haga contacto con extraterrestres, intentar comunicarse con ellos.
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¿Cómo contactar con Busqued? ¿Qué lengua usar? Bueno, en principio, había que despertar su curiosidad. Recién entonces las lenguas podían empezar a adaptarse. Beccar Varela le despertaba la curiosidad, a Busqued, de conocer de primera mano a la oveja negra de tradición-familia-propiedad. Consiglio, la de haber quemado las naves de su profesión para irse atrás de la literatura.
Cari, su gran amiga, dice de él: “Busqued es una persona que solo necesitaba de su imaginación, con un mundo propio muy entretenido. Las relaciones que le eran ‘necesarias’ las tenía porque sentía curiosidad”.
Un extraterrestre solitario, Busqued. Como el mar de Solaris, que despierta la imaginación de quienes se acercan con su telepatía. “Viajábamos, íbamos a sucuchos a comer, al cine, a recitales, al festival de cine de Mar del Plata; yo por el cine, él por el mar”.
“También íbamos al Tigre y trabajábamos cada uno en sus cosas”.
Y en medio de esa soledad, sin embargo, Busqued también era capaz de la generosidad y la celebración más infrecuentes. “El tipo menos transaccional en sus vínculos que conozco”, recuerda Consiglio.
“El tipo que más deconstruía la figura del escritor que conozco”.
“El tipo que antes de una mesa redonda se clavó media pepa y tres shots de tequila y el único cambio físico fue un leve rubor”.
“El tipo que era capaz de correrse de la lucidez que se esperaba de él, pero igual era terriblemente lúcido”.
“El tipo que debía algo del alquiler, y tenía problemas con la dueña de su departamento, pero a la vez asistía a la mina porque parece que era medio paralítica”.
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En el viaje de vuelta en taxi donde la lengua de Busqued se cruza con la mía sin abrir la boca, acaso en estado de shock, en ese viaje que es como nacer, se anticipa todo el recorrido de la amistad que nunca vamos a tener.
Yo también hubiera ido al festival de cine de Mar del Plata con Busqued para acercarme al mar y no a las películas. A la noche habríamos ido a comer a alguna pizzería barata. A la pizzería entraría alguna estrella de cine. Busqued diría: “Mirá, entró alguien más famoso que yo”. Después, dormir temprano y bajar a la playa. ¿Se metía al mar, Busqued, o solo lo contemplaba? ¿Le gustaba la arena entre los dedos o no se descalzaba? ¿Leía en la playa, en las escolleras? ¿O hacía otra cosa?
A mí me gusta meterme y nadar, así que nado mientras él se tira de espalda en la arena tibia. El festival de cine se hace antes de que empiece la temporada, justo antes del verdadero calor del verano, así que no solo hay poca gente en la ciudad sino que a la playa van casi exclusivamente los surfers. Ellos pasan al lado nuestro con sus tablas decoradas, sus trajes de neoprene. Hay uno que tiene una tabla transparente. Es alto, rubio, espectral como su tabla. Lo vemos entrar al mar como si fuera un pedazo de seda. Pero es una seda tan liviana que no se moja. Es como si el agua pasara a través del tejido sin tocarlo. Tarda más de media hora en agarrar la primera ola. Subido a su tabla transparente es como si caminara sobre el mar.
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Hay otra imagen con Busqued. Estamos con él y Jorge Consiglio en un cementerio. Es el cementerio donde está enterrado el Conde de Baldón, primer vampiro latinoamericano. Busqued escucha la historia del vampiro y levanta las cejas frente al árbol que creció de la estaca que le clavaron al Conde en el corazón para matarlo. Después llegamos a otra tumba. No sabemos por qué, pero la gente que pasa deja ahí sus deseos y algunas ofrendas. Si Busqued, Consiglio y yo pusiéramos cada uno un deseo, estarían hoy ahí nuestros tres deseos sueltos. Pero no sé por qué decidimos dejar entre los tres un solo deseo. Lo escribe Busqued en un papelito. No recuerdo si en el papel ponemos o no nuestros nombres. Igual no importa, lo que importa es lo que escribe Busqued. Escribe por nosotros y, seguramente, por todos los vivos y por todos los muertos. El papelito queda doblado y perdido entre los deseos de todos los que pasan. El papelito dice hacerla bien.