El día que murió Borges
Correspondencia Yourcenar-Supervielle
Viernes 19 de mayo de 2017
"Borges ahora está libre, pero el mundo es más pobre cuando hay un gran poeta de menos", le escribe Marguerite Yourcenar a Silvia Baron Supervielle, en uno de los intercambios que componen Una reconstitución apasionada, la correspondencia entre estas dos mujeres que publicó La Compañía con traducción de Eduardo Berti.
Jueves 3 de julio de 1986
Querida señora,
Usted estaba de nuevo en París, pienso, cuando María me anunció la noticia. Entonces viajé a Ginebra. Allí, el horror de los fotógrafos, de la prensa, la belleza de María, la certidumbre de que nada ha terminado. Borges se durmió sin sufrir, cuatro días después de su mudanza. Estaba transformado a raíz del casamiento y de haber vuelto a su hogar, a su antigua ciudad de Ginebra donde vivió en tiempos de la adolescencia.
La ceremonia se llevó a cabo en la iglesia Saint-Pierre, mitad protestante, mitad católica, un poco fría. Lo enterraron en un muy hermoso jardín, entre dos grandes tejos. Su ataúd, cubierto con rosas blancas de María, estaba rodeado de coronas enviadas por diversos presidentes y editores. Una de ellas, con flores luminosas, llevaba una banda con la inscripción: «Al más grande forjador de sueños». ¿Esa corona era suya? ¿Quién otro, me dije, habría puesto esas palabras, «forjador» y «sueño», codo a codo? No pude retener las lágrimas mientras leía la frase.
Borges fue el primero, creo, que me mostró la extraña belleza. Yo leía sus poemas, en Argentina, yo era muy joven. Que un ciego haya podido hacerme esa revelación me parece aún un milagro. Me hacía descubrir algo, el ritmo de sus versos volvía real y le daba sentido (sonido) a la vida y al sueño. Hace poco, mientras me hablaba de su madre, hizo una pausa y dijo: «En el fondo, la literatura no es sino afecto».
No tuve el valor de anunciarle a usted esta noticia que, supongo, supo por los diarios, bruscamente, llegando a Petite Plaisance. Organizo con María y con mi amigo Héctor Bianciotti –que usted conoció en París– un homenaje a Borges, en octubre próximo, y me gustaría obtener excepcionalmente la sala de lectura de la Biblioteca Nacional. ¿Se sumaría usted a nosotros?
Desde luego, he recibido y llevo conmigo a Belle-Île un ejemplar de la NRF donde acaban de aparecer unos poemas suyos, muy breves, que vuelan en las páginas. Estos signos, poemas, pájaros, abejas son como una caricia suspendida, inconclusa, que usted ofrece a unos animales amigos. No sé si sería capaz de traducir esa ternura. Por cierto, ¿cómo traducir «la femme-aux-chiens»?
En Argentina, sobre el lomo negro del ganado se posan unos hérons blancos, llamados garzas en castellano, con patas largas y finas. Son magníficos y los aprecio mucho, parece que piensan y me gustaría conocer sus pensamientos.
Envío mis mejores deseos para que se sienta cada día mejor, para que haga un tiempo magnifico y para que avance con la historia de esa mujer de la que me habló y a la cual imagino gracias a la ayuda de algunos de sus personajes femeninos y, ante todo, de la mirada que usted arroja sobre ellos.
La llamaré en cuanto vuelva a París. Gracias por estar siempre tan presente.
Le envío un gran abrazo,
Silvia
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Petite Plaisance
Julio de 1986*
Querida Silvia,
Supe en París, el día anterior a mi partida, la noticia del fin (si la muerte se trata de un fin, ¿qué sabemos nosotros de ello?). De inmediato, hablé largamente por teléfono con María, muy afligida por ella. Una de las últimas frases que usted le oyó decir a Borges me parece emocionante: «En el fondo, la literatura no es sino afecto». Iría más lejos, incluso, y diría «amor».
Tengo un recuerdo inolvidable de mi visita del 6 de junio**. Borges ahora está libre, pero el mundo es más pobre cuando hay un gran poeta de menos.
Cariños,
Marguerite Yourcenar
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* Tarjeta postal escrita a mano, con una imagen de la isla de Mount Desert.
** En cuanto supo que Borges estaba enfermo, Yourcenar resolvió viajar de París a Ginebra para pasar un día con él: "Su voz estaba débil, pero su articulación era nítida, pese a su delicadeza y hablamos mucho con las manos", le contará ella, un año más tarde, a Héctor Bianciotti. Ver: Como la huella del pájaro en el aire, Barcelona, Tusquets, 2001.