Eduarda Mansilla: viajera
Leé una de sus crónicas del 1800
Miércoles 05 de febrero de 2020
"La mujer Americana practica la libertad individual como ninguna otra en el mundo", escribe tras un viaje a Estados Unidos en esta crónica rescatada por Luisa Borovsky en Mujeres viajeras (Adriana Hidalgo). Elogiada por Victor Hugo, amiga de Sarmiento y hermana del autor de Una excursión a los indios ranqueles, Eduarda quiso que nada de lo suyo se publicara después de su muerte y lo consiguió porque se extravió el baúl donde dormían sus inéditos.
Por Eduarda Mansilla.
La mujer Americana practica la libertad individual como ninguna otra en el mundo, y parece poseer gran dósis de self reliance (confianza en sí mismo).
En los hoteles hay siempre dos puertas, la grande, para los hombres y los recién llegados, y una más pequeña, llamada de las ladies y exclusiva para éstas.
Creo haber dicho que un Norte americano, no bajará nunca una escalera ó cruzará un corredor con el sombrero puesto, delante de una señora; conocida ó desconocida. Esta galantería, se entiende hasta el punto de creer, que una dama no debe entrar ni salir por la misma puerta que los hombres, en sitios tan concurridos por toda clase de individuos, como los hoteles. Imagino, que, tal refinamiento de cortesía, habrá de parecer exageración ó lisonja de mi parte, á aquellos que tan injustamente representan al Americano del Norte, como el prototipo de la más acabada vulgaridad.
Yo, por lo que á mi toca, los he hallado siempre muy corteses, suaves de maneras con las mujeres y los niños, y en extremo sensitivos en cuestiones de crítica social. En apoyo de lo que avanzo, citaré el siguiente episodio: Cuando Mrs. Trollope, después de haber viajado por la Union, donde fue acogida con suma amabilidad y aún cierto entusiasmo, por sus dotes literarios, escribia de vuelta á Inglaterra: Los Yankees son groseros y se sientan con los piés más altos que la cabeza. En los teatros, así que alguien se permitía estar ligeramente inclinado, no faltaba un chusco que gritaba: Trollope! Trollope! Y al punto el aludido, tenía buen cuidado de poner su cuerpo lo más vertical posible.
Verdad es que en los reading rooms (gabinetes de lectura), en los bar rooms, los Yankees gustan mucho de esa actitud, que consiste en extender las piernas y levantarlas casi á la altura de la cabeza, postura cómoda para los hombres y que tiene, según lo he oído decir á un médico, cierta influencia favorable sobre el cerebro. Sea de ello lo que fuera, delante de ladies, nunca, jamás, un Yankee se permitirá esa libertad, puedo asegurarlo. Habrá, sinembargo, quien sostenga lo contrario, que ciertas preocupaciones hacen camino; pero tales cuentos, pertenecen al repertorio, más ó ménos pintoresco, en que figuran, la navaja en las ligas de las damas Españolas, el traje de colores varios de los Brasileros y el cigarro de las Hispano americanas. En mis viajes, me han repetido sin cesar esta expresión: Fume Vd., señora; ya sabemos que es costumbre en su país. Al principio, este dicho me irritaba, lo confieso; pero luego llegó á causarme risa. Oh poder de la costumbre!
Curioso fuera el estudio de las preocupaciones é ideas falsas, que aún conservan las naciones unas de otras, en estos tiempos prácticos, en que Morse y Edison lo van acercando todo. De seguro, con el andar de la electricidad, la parte imaginativa de los individuos perderá un tanto de su brillo; pero, lo que en éste se pierda, será en provecho de la verdad.
En algunas ocasiones he observado, no obstante lo ya dicho, gran desnivel aparente, entre la mujer Norte americana y los hombres.
Parecíame que esas muchachas tan bellas, tan engalanadas, tan elegantes, que encontraba en los ómnibus, en los vapores, no podian ser hijas ni mujeres de los individuos que las acompañaban, un tanto sencillotes en sus trajes y en sus maneras.
Pero este fenómeno suele notarse en nuestro país; así, creo inútil estudiarlo detenidamente, por ahora.
Sin embargo, no resisto á la tentación de decir, que la diferencia es más de superficie que de realidad. Debajo de la corteza un tanto rústica de esos padres de familia, de esos maridos, que pasan el dia entero, ocupados en ganar el dinero para el hogar, down town (la parte comercial de la ciudad), hállase bondad y finura innatas.
El Yankee es generoso como pocos; y sus mujeres, sus hijas, no tienen sino manifestar un deseo para que sea satisfecho. Verdaderas máquinas de trabajo, aquellos hombres, al parecer tan interesados, gastan cuanto ganan, para contentar á los suyos, y esto, qué indica? Es acaso vulgaridad? Todo lo contrario. Que cuanto más refinado es el sentimiento que la mujer inspira al hombre, mayor es la dosis de elevación que el corazón de éste encierra.
La mujer, en la Union Americana, es soberana absoluta; el hombre vive, trabaja y se eleva por ella y para ella. Es ahí que debe buscarse y estudiarse la influencia femenina y no en sueños de emancipación política. Qué ganarían las Americanas con emanciparse? Más bien perderían, y bien lo saben.
Las mujeres influyen en la cosa pública por medios que llamaré psicológicos é indirectos.
En el periodismo, véseles ocupando de frente un puesto que nada de anti-femenino tiene. Los periódicos en los Estados Unidos, el país más rico en publicaciones de ese género, cuentan con una falange que representa para ellos el elemento ameno. Mujeres son las encargadas de los artículos de los Domingos, de esa literatura sencilla y sana, que debe servir de alimento intelectual á los habitantes de la Union, en el día consagrado á la meditación.
Son ellas también las que, por lo general, traducen del alemán, del italiano y aun del francés, los primeros capítulos de los nuevos libros, con que el periódico engalana sus columnas; ellas las que dan cuenta cabal y exacta de las fiestas, cuyos detalles finísimos y acabados llevan el sello del connaisseur. Reporters femeninos, son los que describen con amore el color de los trajes de las damas, su corte, sus bellezas, sus misterios, sus defectos; y á fe que lo hacen concienzuda y científicamente. Los Yankees desdeñan, y con razón, ese reportismo que tiene por tema encajes y sedas; hallan sin duda la tarea poco varonil. Es lástima que en los demás países no suceda otro tanto.
En ello además, las mujeres tienen un medio honrado é intelectual para ganar su vida: y se emancipan así de la cruel servidumbre de la aguja, servidumbre terrible desde la invención de las máquinas de coser. Más tarde debía aparecer la mujer empleado, ya en el Correo ya en los Ministerios.
Una buena reporter gana en los Estados Unidos de doscientos cincuenta á trescientos duros mensuales.
Merced al frac y á la corbata blanca, penetra el reporter masculino; la gasa ó la muselina abren las puertas de los salones de baile á las muchachas reporters; éstas, por lo general, son jóvenes de dieciocho á veinte años. He visto siempre acoger con gran simpatía, á esa pléyade intelectual en todas partes, y yo tuve gran amistad y aprecio por miss Snead, la primer reporter de la Union. En dónde no se encontraba á la aérea y elegante escritora tan alegre y jocosa? Era curioso observarla. Parecía ocupada como las demás muchachas en bailar y en flirtear. Pero un solo detalle no se le escapaba, y al dia siguiente su crónica era de seguro la más completa; y casi siempre, por más que esto parezca inverosímil, la más benévola. Indudablemente, la tarea del reportismo concienzudo, ejerce una influencia benéfica en el espíritu de la mujer y ensancha las tendencias más ó ménos estrechas de su carácter y las aleja forzosamente de la crítica envidiosa.
No se crea por esto, sinembargo, que el reportismo femenino se compone puramente de miel y ambrosía. Oh, no! Y algunas veces he deplorado el mal gusto empleado para criticar, ya sea el atavío, ya el físico ó las maneras del desgraciado ó desgraciada, que en la gran falta incurría, de no caer en gracia á la autora de la crónica; pero, este mal no es especial á sexo alguno en ningún país. He leído cosas atroces referentes especialmente al Cuerpo Diplomático, de reporters barbudos ó con tez de rosa. Ese Corp, sin embargo, que es para los Americanos el prototipo de la elegancia y del buen tono, servía con frecuencia de blanco á tiros desapiadados; sin duda, á causa del gran ideal que evocaba, eran los reportes de ambos sexos más exigentes con él. El Sunday Gazette de Washington, solía traer críticas acervas sobre la mezquindad de la manera de vivir de uno ú otro Representante de naciones de primer órden, entrando en detalles penosísimos, no sólo para la víctima, sino hasta para sus colegas favorecidos. En ninguna parte la prensa trata esas cuestiones diplomático-sociales con mayor desparpajo. Entre nosotros, tales abusos, dieran quizá margen á reclamaciones: en los Estados Unidos nadie puede evitarlos, ni mucho menos castigarlos.
Ha visto Vd. el Opera House? Era la primer pregunta que en Filadelfia me hacían las señoras, y agregaban: No deje Vd. de admirar el chandelier; debilidad un tanto provincial era ésta; excusable, sinembargo, pues la mentada araña del teatro es hermosísima y alumbra por sí sola toda la sala muy espaciosa y acústica.
Il Ballo in Maschera horriblemente ejecutado por una compañía de tercer órden, fué el espectáculo á que asistí en Filadelfia. Llegaba yo de París, donde Mario terminaba su carrera musical, con esa partitura, en compañía de la Penco: no es de extrañarse, pues, si la representacion me pareció aún peor, quizá, de lo que en realidad lo fuera.
El público, no obstante acogió á los cantantes con especial benevolencia: fueron aplaudidos y hasta silbados, que los Yankees para expresar el colmo de su entusiasmo, hacen precisamente lo contrario de los demás pueblos, silban con furor. Prevenidos los artistas de antemano, de esta aberración, saben á qué atenerse, y el odioso silbido, acaricia más bien que hiere sus oídos. La Patti alguna vez me ha confesado el horror que los silbidos le produjeron siempre, á pesar de haber comenzado su carrera, en los Estados Unidos; yo creo que á mí me hubiera sucedido otro tanto: el palmoteo parece signo natural de contento.
Gusta mucho el pueblo Americano de la repetición de un motivo que ha sido bien ejecutado y lleva su exigencia, á veces, hasta el extremo de pedirlo, de exigirlo cuatro y cinco veces seguidas. Como se supone, la corrección musical nada gana con esos encores, pues los Yankees, es la palabra francesa que usan, en lugar del bis latino usual en Francia. No poca gracia me causó en un teatro de Minstrels (son éstos cantores que se pintan y disfrazan de negros, para cantar y bailar música bufa), ver en los costados del proscenio, dos grandes letreros con estas palabras: No enchores. Pregunté al amigo que nos acompañaba, y su explicacion despertó en mí tal acceso de risa, que al recordarla, aún me río. La h que figuraba en medio del encore era un presente sajón, hecho á la Lengua de Molière, que hubiera inspirado, de seguro, al autor des Precieuses ridicules, alguna chispeante sátira.