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Dorothy Wordsworth, un mundo a descubrir

Traducciones y rescates

Diario de Alfoxden acaba de ser rescatado por la editorial Vilnius con traducción de Julieta Canedo. Dorothy escribió estos textos sin que ella ni su hermano, el poeta William, le diesen valor más que privado. Allí se narra su convivencia y tambien la amistad de otra figura célebre inglesa: Coleridge.

 

Dorothy Wordsworth nació en Cockermouth, Inglaterra, en 1771; fue la tercera y única hija del matrimonio Wordsworth, que ya tenía dos hijos varones a los que pronto se sumarían dos más. Al poco tiempo de que Dorothy cumpliera seis años, su madre murió y el padre decidió enviar a los cuatro niños de pupilos a escuelas de élite y a ella a vivir con diferentes familiares entre los que aprendió los rudimentos de la lectura y las matemáticas, pero fundamentalmente a realizar las tareas domésticas, a coser y a recitar las plegarias en la escuela dominical. Mientras sus hermanos crecían en internados (más adelante, los varones iniciarían estudios universitarios o carreras militares), Dorothy peregrinaba por las casas de distintos parientes que la acogían con desiguales demostraciones de cariño y cuidaba a los niños pequeños de esos hogares o daba clases de religión en la capilla más cercana. En el transcurso de estos años anhelaba profundamente poder reencontrarse con sus hermanos, que en ocasiones la visitaban durante los meses del verano, pero sobre todo ansiaba pasar más tiempo con su hermano escritor, William, a quien la unía un vínculo especial.

A sus 27 años este deseo finalmente se cumplió, ya que William y ella decidieron pasar una temporada en el condado de Somerset, al suroeste de Inglaterra. Sería la primera vez desde su infancia que volverían a convivir, y mantendrían esa decisión de vivir juntos hasta el final de sus vidas, incluso después de que William se casara con Mary Hutchinson, una vieja amiga. Así es que alquilaron la casona de Alfoxden cercana a un pueblo de Somerset llamado Holford y pasaron tres meses compartiendo la vida diaria con el poeta Samuel T. Coleridge, que era amigo de William y también se había mudado por un tiempo a la región. Sus días transcurrían entre cenas y paseos en los que se dedicaban a discutir acerca de las poéticas de ambos escritores y buscar material para sus poemas en los paisajes y los habitantes de los alrededores.

De estas disquisiciones y caminatas nacerían muchos de los versos que más adelante William y Coleridge publicarían en conjunto bajo el título de Baladas líricas y que cambiarían el rumbo de la poesía inglesa. De allí nacería también el primer diario de Dorothy: una memoria en la que registraba las actividades cotidianas de los tres, la naturaleza que los rodeaba, los encuentros con las personas que vivían en las cercanías, las lecturas que hacían. Ni a Dorothy ni a su hermano ni a ninguna otra persona por aquella época se les ocurrió que esto podría tener valor alguno para ser editado y circular más allá de su pequeño grupo de conocidos, por lo que este escrito, y otros que ella compuso a lo largo de su vida, no se publicaron hasta 1897, veinte años después de la muerte de la autora.

 

 

 

10 de febrero.

Caminamos hasta el bosque y hasta la cascada. Lenguas de serpiente y helechos verdes en la hondonada húmeda y baja. Estas plantas ahora en un movimiento perpetuo por la corriente del aire; en verano solo se mueven por las gotas que caen de las piedras. Día nublado.

 

11 de febrero.

Caminamos con Coleridge hasta cerca de Stowey. El día apacible pero nublado.

 

 

12 de febrero.

Caminé sola hasta Stowey. Regresé a la tarde con Coleridge. Un día agradable, tranquilo, con nubes.

 

13 de febrero.

Caminamos con Coleridge a través del bosque. Una mañana agradable y apacible; el panorama cercano: claro. Las crestas de las colinas bordeadas de bosques que muestran el mar a través de ellos como si fuera el cielo blanco y, aún más allá, el tenue horizonte de las colinas distantes, colgando como una línea indeterminada entre el mar y el cielo.

 

 

14 de febrero.

Juntamos ramitas con William en el bosque, él no se sentía bien y no pudo avanzar más. Los jóvenes abedules de un rojo brillante a través del cual reluce un matiz purpúreo. Nos sentamos en una parte espesa del bosque. Los árboles cercanos inmóviles, aun sus ramas más altas, pero un movimiento perpetuo en los que bordean el bosque. La brisa se levantó gentil; hizo su recorrido con distinción hasta llegar al lugar en el que nos encontrábamos.

 

 

 

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