Daniel Melero: "La información falsa es muy inspiradora"
¿Qué leen los que hacen música?
Viernes 15 de julio de 2016
Hoy comparte con nosotros su biblioteca de curiosidades el cutypaster máximo de la música argentina, Daniel Melero, cuyo último disco, Atlas, acaba de salir. Borges, Cage, y todo lo que hay entre el infinito y el silencio.
Por Valeria Tentoni.
El gran cutypastero, el apropiador serial, capaz de las deformaciones creativas más inquietantes, dice que no puede pasar un día sin escuchar música pero que hay días en que mejor no hacerla. Dice también que sentarse a escuchar un disco es un placer de los más importantes que tiene en la vida. Daniel Melero, líder del primer grupo techo nacional, Los encargados, en los años 80, es, además de autor de discos imbatibles como Travesti, una figura sin la cual sería muy difícil pensar la música contemporánea argentina. Son incontables sus colaboraciones, sus intervenciones y apariciones, sus ejercicios de coautoría; que alcance como pista Colores santos, junto a Gustavo Cerati, o su labor en producción para bandas como Soda Estéreo, Todos tus muertos y Babasónicos. La curiosidad, en su caso, es un superpoder, y su manera de hacer música tiene mucho que ver con su personalidad lectora.
"Según Wikipedia es un músico multifacético, tecladista, teórico y productor argentino": se presenta en su bio de Twitter, y ese movimiento es ya una declaración de principios. Melero a responde por Skype desde su estudio. Es difícil imaginarlo sin sus anteojos negros. Por la ventana, mientras habla, se abre el puerto a lo lejos. Tiene una vista privilegiada y hay noches de cielo tan generoso que llega a divisar, inclusive, las luces de Uruguay del otro lado del río. Está frente al Parque Thays y por eso también le llegan otras visiones, visiones sonoras: la música de los perros arrastrados por los paseadores. Las sirenas. La música de los perros, al fin, entre los árboles. La memoria de ese mapa auditivo está tan sellada dentro de su cabeza y su sensibilidad es tan fina que advierte al detalle las variaciones de acuerdo al clima: "Si el cielo está encapotado hay más rebote del sonido", cuenta sobre ese ejercicio renovado de su operación escuchar. "Ojalá fuera yo tan buen oyente como Borges lector", dice, a poco de comenzar la conversación. Y es que Ficciones es uno de los libros de su vida, al que vuelve desde el secundario: "Estudié en escuela pública, y la verdad es que para mí tanto la profesora de literatura como la de música fueron una inspiración enorme, casi sin que yo me diese cuenta. Con la habilidad de un buen maestro me indujeron a ciertas vocaciones. Por ejemplo, no conocí a Borges porque la profesora nos lo hizo estudiar: ella simplemente me propuso que lo lea y me prestó por primera vez el libro, y ahí tuve un afán de leer toda su obra, cosa que he hecho".
—¿Viste cuando te preguntan qué libro o qué disco te llevarías a una isla desierta? Bueno, yo sé que me llevo Ficciones.
—¿Y qué disco?
—Low, de David Bowie.
"Lo releo como un hábito", explica. Lo tiene en papel pero también en .pdf, abierto en la última ventana de su pantalla, detrás de la del Pro Tools, mientras masteriza canciones. Si no es ese, será otro: siempre hay un documento de texto de fondo en esa otra vista privilegiada que se abre en el estudio donde trabaja. "Casi no hay instrumentos acá", describe. Tiene la biblioteca justo ahí, en el mismo lugar donde genera discos como Atlas, que acaba de salir.
"Soy lector pero no leo ficción, en general, aunque mi libro de cabecera sea, justamente, Ficciones —advierte—. Me es de mucho más interés, por ejemplo, la especulación científica, que al mismo tiempo es como leer ficción".
Por estos días se cumplen 30 años de su primer disco con Los encargados, Silencio (con temas como "Trátame suavemente"), inspirado en uno de los libros que más lo influyó: "Como toda su obra, la musical y la silenciosa, que me parece increíble, de John Cage". El mismo nombre usó para ese trabajo discográfico: "Cage me llegó por rebote. La profesora de música, cuando estábamos en cuarto y quinto año, de una manera poco democrática eligió a cinco alumnos, de los cuales yo era uno, para que todos los miércoles diéramos el presente y pudiéramos ir al Teatro Colón a ver los ensayos de la orquesta sinfónica con distintos directores. Así conocí el Colón, estuve en los talleres, por debajo del escenario. Conocí muchas obras contemporáneas. También llegué a Cage a través de notas en Revista Pelo, por ejemplo. Ahí empecé a descubrir a músicos que se vinculaban con la electrónica, y todos lo nombraban. En alguna ocasión oí conciertos de Cage para piano y fue descomunal para mí ver que el instrumento ademas de cómo lo tocás puede estar hackeado, con tornillos adentro, puestos con una habilidad y con un oído sensacional". En esa revista, por caso, también había recomendaciones a la literatura beat ("a Kerouac lo leí muy por encima, era muy chico; lo que sí, vi una imagen del objeto en el que escribió En el camino, el rollo de papel, y si hubiera sabido que era así lo hubiese leído distinto, ¡porque leer ese libro al final es como escuchar un mp3!") y entrevistas a músicos como Luis Alberto Spinetta, a quien era muy común encontrar recomendando lecturas: "Además, lo fui a ver en vivo desde chico. La primera vez que vi Almendra tenía once años", cuenta Melero.
Entre Ficciones y Silencio, en su biblioteca, está El camino del zen, de Alan Watts, que le llegó con 14 años y que todavía lo tiene como lector. Entre los últimos libros que recomienda hay otros como Guerra sónica, de Steve Goodman, cuyo subtítulo es "sonido, afecto y ecología del miedo": "En los últimos tiempos me influyó mucho. Es de un filósofo que a la vez es músico, y es un libro muy interesante que está entre la música y la total paranoia". No somos computadoras, de Jaron Lanier, también deja recomendado: fue un regalo que recibió de Jorge Serrano, de Los auténticos decadentes. "Una monstruosidad este libro, modernísimo, muy interesante".
Otro que lo tiene cautivado es Sapiens. Una breve historia de la humanidad, del israelí Yuval Noah Harari. "Me parece un teórico espectacular sobre la evolución, sobre cómo funcionábamos. Ese libro, mientras estaba haciendo Atlas, es el que estaba atrás, así como otras veces Ficciones".
El ideario de Atlas tiene que ver con lecturas alrededor de la cartografía, de "los mapas falsos": "He descubierto que es, justamente, un territorio muy extraño el de la cartografía. Entre los músicos y los escritores existe el derecho de autor, muy estricto, y entre los cartógrafos es muy fuerte también porque hacer un relevamiento topográfico es muy caro. Hay un poema de Borges que se llama "Del rigor en la ciencia", que cuenta de un pueblo de cartógrafos que quiso hacer el mapa más perfecto y terminó haciendo un mapa en proporción uno a uno, y que ese mapa resultó inútil. Y supe en estas lecturas que en la cartografía, en todos los mapas, hay datos falsos. Eso es algo que yo desconocía hasta hace un par de años. O sea: cuando se hace el mapa, se coloca una especie de sello personal que contiene, por ejemplo, pueblos que no existen, calles que no existen. Y todos los mapas son así, y si alguien te roba el mapa robó tu error y por eso te das cuenta. Esa es una idea muy borgeana, porque van a juicio porque alguien le robó el mapa ¡y lo saben porque la copia contiene la mentira que había colocado el autor! Esa me parece la paradoja más grande sobre la autoría que puede haber".
"Yo creo que la información falsa es muy inspiradora. Y uno la puede capitalizar y puede tener muchos pensamientos concretos y abstractos alrededor de eso", agrega después, y concluye refiriéndose a sus procesos de composición lírica: "Utilizo mucho las noticias y las recorto para mis letras. O entrevistas que di, cosas que dije. Utilizo después máquinas de cortado y pegado, hago cutypaste en el sentido de Burroughs y reorganizo el material. Eso lo hago ligando textos en distintos sitios de Internet, el que más me gusta es el que se llama Language is a virus. Siempre parto de una fuente escrita, así como muy pocas veces hago música sin estar escuchando música. Justamente, por los métodos que uso, termina siendo siquiera parecido a la fuente que decidí tomar. Creo que en las herramientas de post producción uno puede dispararse para cualquier otro lado y la fuente empieza a ser importante solo para vos. Utilizando algoritmos, o lo que sea que desorganice y reutilice elementos, las cosas empiezan a tomar nuevos sentidos y uno las va acomodando", explica.
"Años atrás escribía todos los días. Yo estoy convencido de que uno no tiene muchas ideas diferentes en un periodo dado de tiempo. Escribiendo todos los días me di cuenta de que, básicamente, cada medio año más o menos iba mutando un poco la temática, que había estado ocupado por un rango escaso de pensamientos. Y que entonces en esos meses, cosas que parecían en el detalle de lo cotidiano, el de estar trabajando sobre ellas, distintas, después podía ver que estaba más o menos en los mismos temas, en un enfoque de los mismos objetos", agrega. Por esa desconfianza y temor a la repetición, a estacionarse sin darse cuenta en un país demasiado pequeño, es que echa mano a una suerte de rándom controlado, con herramientas como la linkeada o con otras tan básicas como el traductor de Google.
"Quiero entrar / en tus cosas revisar / abrir cada cuaderno / y dejarlo en su lugar. / Y buscar / en tu libro de secretos del mar / darle cuerda a tus juguetes / y verlos funcionar": acaso la obra de Daniel Melero y del mayúsculo pulpo de curiosidad que lo habita no se resuman mejor en ninguna otra de las canciones que se llevó a la boca.