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Camila Fabbri y Jazmina Barrera: el cruce epistolar de dos escritoras amigas

"No logro trabajar en lo que se supone que hago, que es escribir", leemos en una de ellas. ¿Qué se confiesan dos amigas que escriben?

Cami querida:

Me apena mucho que fallara nuestro plan de fiesta. La última vez que estuve en una feria en Argentina había una o dos fiestas a diario. Y ahora no hubo ni una. Mandaron correo tristísimo de la organización advirtiendo que no habría fiesta. Como salíamos de vender libros a las diez de la noche, dudo de que hubiéramos tenido mucha energía de cualquier forma (¡diez de la noche, a quién se le ocurre!). Había visualizado que tomábamos vino y que te convencía de bailar conmigo y bailábamos mal pero divertidas un rato, y luego hablábamos de lo fuerte que estaba la música y de la falta de aire, y decidíamos irnos. De paso veíamos a alguna amiga mexicana besándose con un desconocido y salíamos a una pizzería a chismear sobre mi amiga y su ligue (tú podrías decirme muchas cosas sobre él, porque el mundo literario es pequeño en todas partes), y comíamos una de esas pizzas que tienen allá, incomprensibles para mí, retacadas de cebolla y queso, o a las que le ponen una masa de trigo encima.

Pero disfruté mucho nuestro plan de almuerzo, de todas formas. El plato de arroz más grande del mundo. Me compré zapatos de emergencia, porque esos incómodos que te conté que me estaban lastimando se abrieron de pronto de la punta y hasta la mitad de la suela, como si les hubiera salido una boca, parecían bichos. Tenían diez años esos zapatos, igual vivieron una buena vida.

Qué barbaridad lo del nuevo presidente. En Buenos Aires me decían que estaba muy abajo en las encuestas, qué pésima sorpresa. Lo vi en un video arrancando etiquetas de un esquema del gobierno, divertidísimo.

1. Por acá estoy en la locura de este semestre. Tratando de decir que no a cosas y fracasando. Entonces la vida se me desborda y estoy quedándole mal a todo el mundo. Dejo plantada a la gente, olvido responder correos, sin querer agendo dos cosas al mismo tiempo y tengo que cancelar, no logro trabajar en lo que se supone que hago, que es escribir. He tratado de entender por qué acepto presentar y blurbear tantos libros, asistir a todos esos clubes de lectura, a esas ferias, escribir ensayos y cuentos y reseñas, organizar ferias, premios, editar libros; y he llegado a la conclusión de estos motivos:

1. Es porque necesito dinero y algunas de esas cosas pagan (aunque mal, tarde y con mucho trámite de por medio).

2. Es porque me entusiasmo. Me proponen, por decir algo, escribir un libro sobre los volcanes en Indonesia y aunque no sé nada de volcanes ni de Indonesia de inmediato me parece una idea fabulosa.

3. Es porque todas me parecen oportunidades únicas, que no me van a volver a proponer jamás.

4. Es porque, como dice mi amiga Verónica, “nos da miedo volvernos irrelevantes en los próximos quince minutos”.

5. Es porque no quiero ser ni quedar como una malagradecida, una diva, una mamona, que no sabe apreciar su buena suerte y cree que es demasiado buena para las cosas a las que la invitan.

Así que me estoy volviendo lenta pero definitiva y ojalá no irreversiblemente loca. En Buenos Aires, por ejemplo, en la feria, me pasó que empecé a no reconocer a las personas. A personas que me habían presentado diez minutos antes, a personas que debía haber podido reconocer. Tuve de pronto la sensación de que no cabían más personas en mi cerebro, ni una más. Estoy necesitando un rato largo de soledad extrema, tipo pandemia, y no lo veo venir en el futuro próximo.

¿Y tú? ¿Cómo va la película? ¿Los preparativos del viaje? ¿Estás emocionada?

Acá sigo el experimento, que se quedó en un momento como de El principito (a mí me gusta mucho El principito):

Suena en el estéreo “La Zandunga”, de Chavela Vargas (que definitivamente no es de Argentina, sino de Costa Rica, disculpa esa equivocación garrafal). La mujer se baja del auto y voltea a todos lados, pero no ve a ningún adulto. “Hola”, le dice al niño, y el niño no le responde. “¿Dónde están tus papás?”. Y el niño sigue sin decir nada. La mujer está empezando a creer que el niño está mal, que está enfermo y lo abandonaron, o que salió de algún choque en donde se golpeó la cabeza y no puede hablar, cuando el niño le toca suave y rápidamente el brazo y dice “tú las traes”, y sale corriendo muerto de risa. La mujer se va atrás de él. El coche se queda con las intermitentes, con la puerta abierta y adentro suena todavía “La Zandunga”.

¿Se juega “las traes” en Argentina o le dicen de otra forma? ¿Correteadas? En Chile dicen “tú la llevái”

Ahí síguele, Cami.

Muchos besos.


P. D. ¿Vamos a coincidir en España? Vamos a una fiesta gachupina entonces.



Querida Jaz,

jamás malagradecida, diva, ni mamona:

Por cierto, la palabra mamona me genera una especie de ternura y risa que me dan ganas de gritar: “¡Mamona!” ¿A quién se le ocurre?

Empiezo por el final y voy así, a tientas después: Sí, coincidiremos en Madrid, ¿qué tal? Internacionales. Ya tenemos México, Argentina y ahora España. Yo pensaba que jamás me subiría a un avión. En mi familia no es algo habitual, en absoluto. Nuestros viajes siempre fueron a la costa argentina en micro de larga distancia y ya. ¿Coincidiremos en más países en los próximos años? Deberíamos hacer una especie de fixture.

Me dijeron que en Madrid hay unos bares llenos de argentinos a los que debería ir, y pues te invito. No sé si es una costumbre mexicana también, pero los argentinos tendemos a imantarnos cuando estamos lejos. Es como un aroma nuestro acento, nos va acercando. La she.

Me gusta eso que dijiste de que tu cerebro probablemente ya no registre más rostros, después de haber visto tantos. ¿No te parece curiosísimo que todos los días de nuestras vidas veamos caras distintas?

¿No te parece extraordinario que existan infinitas combinaciones de ojos narices bocas? Como alias bancarios o patentes vehiculares.

Yo creo que no necesitás otra pandemia, pero sí creo que deberías poder tomarte tres días de vacaciones. Digo tres porque más quizás generen culpa y menos parecería un fin de semana. Tres días en los que se evidencie demasiado el ocio, que también tiene su lado b; tres días para que empieces a ver la luz que eyecta el ocio, como un monstruo con una cara no tan agraciada. Una vez que sientas el peso de no tener que hacer nada, porque lo vas a sentir muy pronto, ahí está. Ya podés darte por descansada.

Viajar a otro país no me emociona. Jamás me pasó. Viajar a otro país, en principio, me angustia. Lo relaciono directamente con esa concepción familiar de la larga distancia, hilada a los viajes de no más de cinco horas en auto o en micro, parando en estaciones de servicio a comprar, como mucho, medialunas. El viaje a otro continente me genera una sensación de desapego y vacío, de estar en ninguna parte. Eso de volar a quién se le ocurriría. Tomé mi primer avión a los veintiséis años, ya demasiado neurotizada como para vivirlo como una experiencia alucinante. Las luces blancas de los aeropuertos, las esperas, las personas con los almohadones inflados alrededor del cuello, los empleados de los aeropuertos con sus caras de tedio mientras te piden que les muestres tu pasaporte, los oficiales que te revisan las valijas con esa desconfianza de película de peligros, con todo lo que puede salir mal en ese sinfín de trámites preembarque. Con todo lo que puede salir mal arriba del avión, en el medio de la nada, ahí nomás del cosmos y del silencio. Con la luz que titila en cada ala, con esa luz que proyecta sobre las nubes cuando vuela de noche, con el terror que genera que esa luz deje de titilar aunque no signifique nada, con esas pantallas proyectando millones de películas que ya vimos, con la boca abierta de todos esos extraños que se duermen ni bien despega el avión, Dios mío, con todo ese ruido monumental que hace, y con las turbulencias. ¿Cómo pueden dormir? ¿De dónde les viene el relajo? Y los movimientos, Dios mío, a las tres de la madrugada el vaivén que no se detiene y que trae el mareo, el posible vómito. No hay nada emocionante en esta experiencia que estoy intentando delimitar en esta carta. Pero sí, claro que me dan muchas ganas de conocer ese otro país tan lejano en el que hablan parecido pero con z.

Hice las valijas hace una semana y todavía faltan diez días para mi embarque, mi fila para ascender, mi zona, mi número de asiento, mi despacho de equipaje, mi enamoramiento con aquel aeromozo. Me dan ganas de entrar a un café en Madrid y pedir un cortado. Creo que una vez que pueda hacer eso, ya sentiré los efectos del traslado y el éxito de haber logrado atravesar todos esos cielos.

Tú las llevás, tú las traes, en Argentina sería: “¡Mancha!”. No tengo idea de qué significa. Al menos en México o Chile son oraciones hiladas, pero la palabra “mancha” en sí ni siquiera arma un concepto o una imagen. Qué decirte. Decimos “mancha” porque nos enseñan a decir eso, pero el juego es el mismo. Y nadie sabe por qué se dice “mancha”, pero lo decimos igual.

¡Ay! Zandunga.

Zandunga, mamá por Dios.

Zandunga, no seas ingrata.

Ay, mamá de mi corazón.

La canción desaparece en fade mientras la chica (llamémosla Lisa) corre y corre detrás del niño de cinco, seis años. Es inalcanzable. Tiene patas finitas y podría ser un futuro maratonista. Lisa pide clemencia y se detienen. Se agacha y se lleva las manos a los muslos. Necesita aire. Ahora se oye la voz de un conductor de radio que llega desde lejos, desde el auto de Lisa. “¡Me rindo!”, dice, y el niño se da vuelta y la mira. “¡Qué floja!”, le grita y se ríe. Ella le responde que es verdad, pero que ya no es una niña como él. Que ya tiene sus treinta y cinco años. Pasa un auto rojo por la ruta. Una mujer lo maneja mientras pita un cigarrillo. La mujer se queda mirando al niño y a Lisa. Tiene gesto desconfiado. Sigue su ruta.

“¿Cómo te llamás?”, le pregunta Lisa al niño. Él le responde que se llama Cosme. Lisa le dice que es un nombre precioso, que nunca lo había oído.

“Cosme, ¿tenés hambre?”.

Él le dice que sí. Lisa le dice que si la acompaña puede comprarle un sándwich de jamón y queso. Cosme acepta. Caminan juntos hacia el auto de Lisa. Ella todavía sigue respirando mal, como si hubiera subido diez pisos por escalera. ¿Seguro estás solo? Insiste Lisa. Cosme le responde que sí y se sube al auto. Le llama la atención la foto que tiene Lisa colgada en el espejo retrovisor, la del perro con la lengua para afuera. Le pregunta sobre el perro. El auto se enciende y salen juntos hacia la ruta. Está atardeciendo.

Después te whatsappeo para que nos pasemos las fechas del viaje.

Podemos escribir una carta estilo cadáver exquisito Podemos escribir una carta estilo cadáver exquisito desde un bar de allá.

Abrazos,

Cami

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