“¿Escribir gratis? ¡Pardiez!”
Fuente: Brecha
Una carta de Mario Levrero
Lunes 05 de setiembre de 2016
Una de las piezas que componen la correspondencia entre Francisco Gandolfo y el autor de La novela luminosa (Iván Rosado), firmada por el último: la vida, la literatura, la fama y los modos de ganarse la vida en la mirada del uruguayo.
Por Mario Levrero.
Montevideo, 3 de junio de 1983
Insigne vate, excelso maestro, industrioso fabulador:
Creo que no le escribo desde aquella fría tarde de agosto en que una carta suya, fechada e indudablemente escrita el 31 de diciembre del año anterior (es decir, 81) –“indudablemente” por el vaho alcohólico, casi diría champánico, que trasuntaban los giros del lenguaje– me fue alcanzada; y alcanzada no, como podría creerse, por el cartero sino por el diariero (después que abrí la carta y vi la fecha comprendí la expresión entre distante y culpable del buen hombre, que en el momento no había sabido calibrar. Esto no quiere decir que sea él el responsable del atraso, pero de alguna manera, por su expresión, sé que participó de él en alguna medida, aunque fuera del alcance de nuestro pobre entendimiento humano). De inmediato me puse a esperar la continuación de eso que parecía el nuevo orden del cosmos. Que, desde luego, el diario (con un año de atraso) me fuera entregado por el carnicero y que de la canilla saliera café con leche y el agua corriente del tocadiscos –pero nada de ello sucedió; la realidad continuó con su chatura decreciente (es decir, que se va transformando en un pozo con las características de un plato de sopa), tal como es dable esperar de este período de máxima entropía o sea Ronald Reagan. En fin: súmele a todo esto que mi vida se ha fragmentado (cuando digo “mi vida” estoy diciendo “mi literatura”) en cientos de pequeños artículos periodísticos, humor de dudoso gusto, por los cuales recibo miserables retribuciones monetarias, casi siempre insuficientes hasta para una estampilla de correo…
Como contrapartida, parece que sin querer metí los dedos en el peligroso enchufe de la notoriedad –consecuencia imprevista de la publicación de El lugar en El lugar en El lugar El Péndulo número 6– y tanto los críticos como el público compatriotas comenzaron a darse cuenta, los primeros con un poco de culpa, el segundo con asombro, que entre nosotros había un autor. Comenzaron a sucederse los “descubrimientos” en las páginas de los periódicos (Elvio, ofendido, se ha negado a escribir sobre mí; apenas tres o cuatro artículos desprolijos en el último semestre), las cartas y las llamadas telefónicas (porque alguien deschavó públicamente lo del seudónimo y mi nombre está en la guía), las apetecibles adolescentes que al serles presentado revolean los párpados y caen redondas –al principio al suelo; últimamente he adquirido cierto entrenamiento para abarajarlas en el aire y dejarlas en un rincón donde no molesten), las menciones en la radio y la TV (aunque todavía no me han solicitado reportajes, a pesar de que me hice operar preventivamente aquel quiste sebáceo y colocar una deslumbrante hilera de dientes postizos en aquel hueco horrible entre los colmillos). El resultado de todo es obvio: coma usted primordialmente pan y queso (por razones de miseria) (a veces con café, a veces con agua sola), y sea su ego estimulado por las repetidas caricias del favor público y tendrá como resultado una bola de grasa. Hoy me pesé: 86 kilos y medio, 16 más de lo estrictamente necesario y 12 más de lo tolerable por mi modalidad psicosomática.
Con esta breve muestra de notoriedad más hambre, llegué rápidamente a la conclusión de que no deseo la fama, sino el dinero. Pero no sé qué hacer para modificar esta situación que me llevó dieciséis años elaborar cuidadosamente. Tal vez usted, con su enorme sabiduría y su buena digestión de libros filosóficos intragabales, pueda darme alguna orientación. Por eso le escribo. Por eso y porque ya no podía tolerar la culpa de no hacerlo. Y porque extraño sus cartas (¿por qué no me escribe la gente a quien no le escribo? En los últimos tiempos no me escribe nadie porque no le escribo a nadie. Me parece injusto). (Tan injusto, que ya mismo le dejo de escribir: pienso que nadie me va a pagar esta carta, a tanto el centímetro cuadrado, y que incluso yo deberé gastar en sobre y estampilla un dinero que mejor me vendría para comprar algunos hidratos de carbono –se terminaron las proteínas, que es como decir: el fin del mundo– y mi flamante profesionalismo pone el grito en el cielo: “¿escribir gratis? ¡Pardiez!”.
Cordialmente,
Jorge (Mario)
PS: Intuyo que está terminando una nueva Obra, esta vez promovida por la lectura de los principales estructuralistas. Aguardo con ansiedad una copia del original.
La carta fue tomada de Correspondencia Levrero - Gandolfo, con edición de Osvaldo Aguirre. Editorial Iván Rosado, 2015.
"Reúne la correspondencia que mantuvieron Francisco Gandolfo y Mario Levrero entre 1970 y 1986. Las cartas provienen de los papeles que dejaron ambos escritores, y en particular del archivo de Gandolfo".