No Ficción

Un día en la vida de May Sarton

Compartimos una entrada tomada de Diario a los setenta (Gallo Nero), las notas de vejez de la escritora estadounidense. 



Por May Sarton. Traducción de Blanca Gago.




Miércoles, 12 de mayo


¡Cuánto tiempo cuesta entender las cosas! Ahora mismo soy algo así como una musa para otros poetas. Recuerdo muy bien lo que era verse atrapada y agitada de repente por una presencia alrededor en la que todo cristalizaba. Escribí desde esa perspectiva en Mrs. Stevens Hears the Mermaids Singing, pero quizá nunca llegué a comprender, entonces, lo difícil que es reaccionar a esos poemas y a esos sentimientos y, al mismo tiempo, lo necesaria que es esa reacción, una respuesta que pueda albergar y nutrir un talento sin matar el impulso, sin helar los brotes tiernos. 

Llega un momento en que existe una comprensible necesidad de conocer a la lejana musa que nos ha inspirado tanto y, para mí, llega el momento de acoger a un extraño y pasar al menos un día o dos conversando, como una presencia tangible. Temo el encuentro inminente. No quiero sentirme invadida e intento equilibrar las necesidades del otro —alguien a quien nunca he visto y que no me conoce— con mi propia necesidad de tiempo, de dedicación a mí misma: tiempo para pensar y, sobre todo, ahora en mayo, tiempo para beber de la belleza de este lugar y trabajar para mantener esa belleza. 

Los narcisos aún siguen en pie porque tenemos un tiempo muy frío y unos vientos helados. Ayer por la tarde logré dedicar una hora a la siembra, pero hacía tanto viento que me arriesgaba a que las semillas salieran volando, así que solo planté tres hileras. Luego llegó un mensajero para entregarme dos cajas grandes de plantas perennes y, cuando casi eran las seis, seguían sin abrir. Venían enterradas en esas horribles burbujas de plástico, y tuve que extraerlas una por una con mucha paciencia. Por suerte, aguantarán bien toda la semana. 

Ayer y anteayer no escribí ninguna carta y ni una línea del diario porque tenía que enviar las pruebas de Anger dentro de plazo. Estaban muy limpias, y disfruté leyendo el libro por última vez. Cuando pienso en la agónica lucha que libré en febrero y marzo con las revisiones, siento un gran consuelo y se me olvidan los inmensos esfuerzos de entonces, como las mujeres que dan a luz olvidan luego el parto, según me han contado. 

El lunes, mi amigo Phil Palmer, el pastor metodista, vino a verme para nuestra charla fortalecedora de cada año. Como siempre, mis ansiedades compulsivas se desvanecieron en cuanto nos sentamos junto al fuego de la biblioteca —¡qué frío hacía fuera!—, y me sentí muy feliz. Me resulta conmovedor ver cómo ha crecido, lo bello que se ha hecho su rostro desde la primera vez que vino, hace ya siete años. Aún me rondaba en la mente la entrevista a Coles y, una vez más, me pregunté en voz alta si acaso debería haber consagrado mi vida a algo más útil, a primera vista, que escribir libros. La respuesta de Phil fue inmediata y definitiva: «Tienes una vocación y un ministerio, y a eso se te ha pedido que te dediques». Bueno, lo dijo con menos devoción y mejor de lo que yo lo cuento aquí. Sus palabras me consolaron, y todas ellas surgieron de la charla que tuvimos sobre la vocación en general. Un amigo suyo, hombre brillante y académico, cree que su vocación como pastor consiste en vivir en una parroquia remota, en medio de la nada, y consagrarse al trabajo académico. 

Ese siempre fue el sueño de mi padre: pobreza y labor académica. Solíamos tomarle el pelo diciéndole que debería haberse hecho monje y así habría sido mucho más feliz. Supongo que todos guardamos una cierta nostalgia por las renuncias mundanas que nunca llevamos a cabo, y son muy pocos los que toman ese camino. Karen Saum, que pasó este último invierno viviendo aquí la mitad de la semana y la otra mitad trabajando en Augusta, es una de esas pocas personas. Cuando pienso en este último año, creo que lo que me ha conmovido en lo más hondo y me ha dado más esperanza es la entrada de Karen en la comunidad franciscana HOME14 en Orland, al este, para consagrarse a la formidable e imaginativa labor de la hermana Lucy con los más necesitados. 

Las dos saben muy bien cuán necias son a ojos de muchos. 

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