No Ficción

John Cheever sobre el éxito y la autodestrucción

Tomado de sus Diarios

"Cuando me siento triste o solo, imagino cuartas y quintas ediciones y la aparición de mi nombre en los primeros puestos de las listas de best-sellers, del mismo modo que cuando estoy triste me consuelo imaginando buenas noticias", escribió el autor de El nadador en uno de los veintinueve cuadernos de diarios que rescató su hijo.

Nacido en Quincy, Massachusetts, el 27 de mayo de 1912, el narrador estadounidense dejó, al morir en 1982, abuntantísimos diarios repletos de claves para ingresar en su universo ficcional. Su hijo, Benjamin, tomó la decisión de publicarlos porque —según dice en el prólogo de la edición de Random House— él mismo le había dicho que ese era su deseo. "Cuando empezó a escribir estos diarios no pensaba en publicarlos. Eran material de trabajo para sus obras de ficción. Y asimismo material de trabajo para su vida", escribe.

Los temas de los que se encarga en este tomo traducido por Daniel Zadunaisky son tan disímiles como íntimos, y es bien cierto que sus preocupaciones vitales no están nada alejadas de sus preocupaciones como escritor. Y es que, después de todo, ¿cómo podrían estarlo?

En uno de aquellos pasajes diamantinos, por ejemplo, leemos al autor de El nadador reflexionando acerca de la autodestrucción:

 

"Cuando la autodestrucción entra en el corazón, al principio parece apenas un grano de arena. Es como una jaqueca, una indigestión leve, un dedo infectado; pero pierdes el tren de las 8.20 y llegas tarde para solicitar un aumento de crédito. El viejo amigo con quien ibas a comer de repente agota tu paciencia y para mostrarte amable te tomas tres copas, pero el día ya ha perdido forma, sentido y significado. Para recuperar cierta intencionalidad y belleza bebes demasiado en las reuniones, te propasas con la mujer de otro y acabas por cometer una tontería obscena y a la mañana siquiente desearías estar muerto. Pero cuando tratas de repasar el camino que te ha conducido a este abismo, solo encuentras el grano de arena".

 

"Una buena narrativa es una estructura rudimentaria, se parece bastante a un riñón", dijo en una entrevista de 1976 con The Paris Review. Sin embargo, su construcción podía ser bien compleja, dependiendo de vientos y humores, percepciones e intuiciones la más de las veces indómitas.

¿De qué dependía, en su caso, la redacción de una buena página? Y más tarde, ¿cuánto de la suerte que iba a correr esa página tenía que ver con aquello? A Cheever también lo encontramos reflexionando sobre el vínculo ambivalente que mantenía con el éxito en estos diarios:

 

"Mary dice que si el libro tiene éxito perderé la cabeza, lo que me hace pensar en la naturaleza del éxito. Uno no quiere fracasar, ser la flor de un día, pero me aterran las responsabilidades del éxito. Aparentemente, anhelo el anonimato. Pero es verdad que cuando no puedo dormir, cuando me siento triste o solo, imagino cuartas y quintas ediciones y la aparición de mi nombre en los primeros puestos de las listas de best-sellers, del mismo modo que cuando estoy triste me consuelo imaginando buenas noticias".

 

Son veintinueve los cuadernos de notas que dejó el Premio Pulitzer, redactados durante más de tres décadas. "Confrontar, con indulgencia y compasión, la aterradora singularidad de mi propia persona", se dejó anotado en una de las páginas de esos diarios. Un recordatorio para él, y ahora un recordatorio para nosotros.

 

 

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