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Martín Kohan regresa a Barthes para pensar al escritor de vacaciones.


Por Martín Kohan.


“Yo soy escritora solamente cuando escribo”

Hebe Uhart


Es enero: el mes tal vez más indicado, al menos en estas latitudes, para leer o releer, según quepa, esa gema de las tantas gemas que componen Mitologías de Roland Barthes: la de “El escritor en vacaciones”. No pocas de aquellas mitologías, y acaso todas, nos siguen interpelando al cabo de ya casi setenta años, porque aquello que con lucidez Barthes detectó y desarmó no era apenas contingente o sucintamente epocal, sino claves de una cultura que persiste en un tiempo más largo. La del escritor en vacaciones toca un punto nodal de cierto imaginario social respecto de la literatura: el que eleva al escritor a la condición de una “singularidad mítica”, cuyo trabajo se sacraliza en procura de una mistificación personal. Por esos sus vacaciones lo son y a la vez no lo son, porque se pretende que “su musa vela y da a luz sin interrupción”, que su genio de escritor nunca cesa, que el escritor es escritor todo el tiempo: “el dios permanece, se es escritor como Luis XIV era rey, incluso en el inodoro”.

Barthes se propone desarticular este régimen de veneración de los escritores en tanto que tales, porque no hace sino alimentar un culto vacuo de su “singularidad mítica”. El escritor, traspasado a la mayúscula, convertido en Escritor, termina fetichizado en un Ser, el fetiche de Ser Escritor; Barthes somete todo eso a crítica revisando las premisas que contribuyen al mito de la “prestigiosa diferencia”. En el mismo sentido en que propondrá pasar “de la obra al texto”, puede decirse que aquí propone pasar del escritor a la escritura. Y con eso, necesariamente, del plano del “ser” al plano de un “hacer”, o del plano de la identidad al plano de una práctica: escribir, antes que cierto ser escritor, se esgrime como alternativa para sostener otra concepción de la literatura. Una concepción que habilitará a su vez otro lugar para el lector y la lectura, un lugar ya sin subordinación ni relegamientos.

La apuesta de Barthes de hacer pasar la cuestión por la lectura y por la escritura (y por la escritura pensada desde la lectura), antes que por la figuración social de los escritores, mantiene según parece toda su corrosividad, a juzgar por el fastidio que sigue suscitando en quienes adoran esa figuración personal, la cultivan de continuo, no se toman vacaciones.

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