Volver a qué
Alejandra López
Miércoles 08 de octubre de 2025
Martín Kohan visita el tango con Roberto Carlos, Gardel, Le Pera y Borges en esta nueva columna.
Cuando Roberto Carlos grabó “El día que me quieras”, de Gardel y Le Pera, no hizo sino confirmar, como si hubiese hecho falta, los recelosos reparos esgrimidos por Jorge Luis Borges en contra del tango-canción, que tuvo por cierto en Carlos Gardel su figura fundacional y definitiva. En efecto, que ese tango de Gardel haya admitido la versión romantizada de Roberto Carlos indica que cierto viraje ya se había producido de hecho: de las duras marcaciones y la entonación desafiante del tango recio o de la milonga, a la melodiosidad lacrimosa del tango quejoso y sentimental. En la voz impar de Gardel, alcanzan un grado máximo de expresividad el rayo misterioso, las estrellas celosas, las luciérnagas curiosas, el “acaricia mi ensueño”. Pero aun así, doliente o esperanzada, esa voz no puede sino exhibirse poderosa, sencillamente porque lo era. “El día que me quieras”, traspasada a la voz de Roberto Carlos, agrega a lo expresivo un toque de fragilidad singular, más suave y más quebradizo.
Pero en veta Gardel-Le Pera, Roberto Carlos grabó también el tango “Volver”. Las estrellas, antes celosas, muestran ahora su indiferencia. Y el amor no es ahora una ilusión de futuro (“el día que me quieras”), sino un pasado al que se retorna (“siempre se vuelve al primer amor”). Y no se trata de una mujer (la de los ojos negros y el rayo misterioso en el pelo), sino de un lugar: el lugar del que uno es (“la vieja calle”). A eso se vuelve en “Volver”: al pasado, al lugar de pertenencia, al origen y la identidad. Por eso mismo es tan especial la versión de Roberto Carlos. Porque el suyo es un castellano inobjetable, pero en cualquier caso, y esperablemente, un castellano con acento.
Alan Pauls escribió alguna vez (“Elogio del acento”, en el volumen colectivo Poéticas de la distancia editado por Mariano Siskind y Sylvia Molloy) sobre el castellano con acento de los cantantes extranjeros de esa época: Roberto Carlos o Charles Aznavour, Iva Zanicchi o Nicola Di Bari. En ese castellano con acento, o en ese castellano acentuado, lo otro deja de ser meramente ajeno, apenas el lado opuesto de una identidad homogénea y siempre igual a sí misma, para alojarse en verdad al interior de lo propio, para alojar la diferencia al interior de la mismidad. Eso otro, eso ajeno, lo extranjero, es parte de una identidad. Y es lo que pasa con “Volver”, cuando la canta Roberto Carlos.
Roberto Carlos, sí: el brasileño. Pero Alfredo Le Pera, para el caso, ¿no había nacido también en Brasil? Y Carlos Gardel, ya que estamos, ¿dónde había nacido en realidad? ¿Qué de Toulouse, qué de Tacuarembó, hubo que alojar en el Abasto? Y el tango mismo, tan orillero, tan de arrabal, ¿cuánto le debe, para ser lo que es, a su éxito clamoroso en París? Y el emblemático bandoneón, tan tanguero, sin ir más lejos, ¿de dónde viene, dónde se hacía? ¿A qué le debe su nombre?
No escucho igual “Volver”, cantado por Gardel, después de haberlo escuchado en la voz de Roberto Carlos.