Un día en la vida
Jueves 07 de noviembre de 2024
Martín Kohan lee las cartas que enviaba Adolfo Bioy Casares, de viaje por Europa, a Marta y Silvina Ocampo.
Por Martin Kohan.
En las cartas a Silvina y a Marta quedaron las huellas de aquellos cuatro meses que Bioy Casares pasó en Europa, paseando por acá y por allá (París, Londres, Biarritz, Munich, Venecia, Ginebra, etc., etc., etc.). Años después, Daniel Martino las editó en un volumen titulado En viaje. Bioy Casares logró forjarse un placer primordial, el de la soledad, para derivar de ahí muchos otros: el de librarse a su antojo, el de comer en restaurantes, el de vivir en hoteles, el de pasear sin apremios; la felicidad del tiempo sobrante, casi siempre sin demasiadas cosas que hacer. Lo que Bioy buscó y encontró fue lo apacible, un viaje sin aventuras, un formato de grata placidez hecho a la medida de su elegancia tan sobria.
Fueron muchos los días y son muchas las cartas. Hay una, remitida desde París, más concretamente desde el Hotel Bellman, que refiere cierto domingo de lisura insuperable: un sol tibio durante el día, probables lluvias para la noche, almuerzo en la Tour d’Argent, después del almuerzo una siesta (“¡Para lo que vengo a París!”), un rato de lectura, más tarde ir al cine, después del cine a dormir: “Si no fuera por la ansiedad de estar lejos de ustedes, diría que ésta es una vida apacible”.
No hay gran cosa en esta carta, y de eso se trata sin dudas. Lo que en ella cambia todo (lo cambia para el lector, y no porque Bioy lo supiera) es el día en que está fechada. Dice París, dice Hotel Bellman. Y dice 8 de octubre de 1967.