Susana Villalba: una pantera en Corrientes

Foto por: Sebastián Freire
Miércoles 05 de marzo de 2025
"Siete libros hacen a El amor es animal y cruzan el tiempo de una vida: entre 1982 y 2019 Susana Villalba construye una obra de solidez deslumbrante": compartimos el prólogo de Andi Nachón a la edición de Salta el pez.
Por Andi Nachón.
señora a mitad
del sueño y de la historia
Susy de minifalda, cinturón ancho y botas entra al bar: los diez pasos que separan la puerta del Astral de la mesa libre son medidos por varias miradas. Posiblemente, Susy no se dé cuenta.
Todavía tiene el pelo mojado.
A cierta hora podría pedir un whisky doble con hielo. O un té. Doble y con hielo también. Podría posiblemente leer un poema para la banda de ese verano, o ese invierno, o esta estación probable. A ella no le gusta quedar: simplemente cae al bar y sabe que allí siempre habrá alguien. Podría también, en otra hora, hacer una devolución atenta al primer texto que una chica casi desconocida comparte. O sólo permanecer callada, la mirada en algún punto fijo que no se sabe. A veces, Susy se apaga.
Susy, la que juega al pool, abre pista en las fiestas, se ríe y enciende el mundo, la poeta de Caminatas, esa chica de Haedo que saca a pasear su yo, lee y leyó casi todo. Voraz ahora atraviesa cada novela negra que cae en sus manos. Susy está escribiendo Matar un animal y durante un tiempo su charla recorrerá serial killers, mujeres vengativas, la muerte como único fin de la pasión. Son los noventa: una juventud precarizada la rodea.
Precarizada antes de saber que tal estado existe. Perspicaz, Susy mira a través de la ventana de cada bar: afuera, de nuevo, el mundo se cae.
Ahora que los noventa al fin terminaron y Villalba pasa algunos días en casa con pasto y con Gretel, su compañera ladradora, leo la potencia distintiva de su voz y resuena en mí el polo magnético que ejerció en poetas de mi generación. Pienso en una frase de Georgia O’Keeffe: “Este tal vez no sea el mundo que conocés, pero este sí es el mundo que sentís que conocés.”
Esa clase de atracción genera el universo Villalba, no importa si despliega la iconografía de las muñecas revelando sus clichés de lo femenino, la cultura pop para discutir estereotipos y lugares asignados a las mujeres, el paisaje urbano de desencuentros en sí y en les otres o la realidad de las noticias que definen a las asesinas.
Una poesía reunida
yo
yo y mi
yo y mi cuerpo fuimos a esa fiesta
Siete libros hacen a El amor es animal y cruzan el tiempo de una vida: entre 1982 y 2019 Villalba construye una obra de solidez deslumbrante. Desde Oficiante de sombras a La bestia ser el camino se extiende con diversas singularidades que hacen a cada título y, sin embargo, tensan un territorio común: una poética de la desavenencia. Para esta voz, la tensión se da entre el adentro y las fuerzas externas, o eso que llamamos mundo, a la vez que ese adentro siempre está en vacilación. Y es en esa zona vacilante donde se erige la voz poética de una chica del siglo XX inmersa en un territorio extrañado y en derrumbe constante.
Cuando digo chica y derrumbe aparecen dos hitos de esta subjetividad: yo y mi, parafraseando el primer poema de Susy secretos del corazón, en términos de voz y cuerpo o, más precisamente, consciencia y cuerpo. Así se expone la escisión y su rotura, presencias fantasmales y reincidentes para una mirada que no logra enfocar el afuera, a pesar de su lucidez extrema, sin tensionarlo con un adentro siempre descompasado o en síncopa con las exigencias externas. Claramente estoy hablando de vinculaciones o mandatos, sean amor, éxito profesional o poesía, relaciones interpersonales íntimas o relaciones políticas. Acá me detengo: intuyo que esto, exactamente este desfasaje, hace a una chica del siglo XX que atestigua su lugar. Leer esta poesía reunida, atravesar su vértigo, implica darle escucha al testimonio que la voz poética abre: este ser en la escritura la no varón, el otro lado del orden, de sus jerarquías y de sus poderes.
Un espíritu romántico
el corazón es carne
no estoy
no soy
el mí de nadie
mi perro
corazón y yo

La espalda del hombre en lo alto de una cumbre, ante él la inmensidad turbulenta. El cuadro de Gaspar David Friederich es El caminante frente el mar de niebla, la imagen del espíritu romántico por excelencia. Como en muchas pinturas de Friederich, no hay rostro, solamente se revela una corporalidad: esa forma de estar frente a ese algo que excede.
En otros cuadros, el artista insiste en la misma pose. Pienso en dos donde los cuerpos son mujeres: una se asoma al exterior por una ventana, vemos el espacio interior y se intuye un afuera portuario en el mástil tras el vidrio, la otra abre los brazos ante la placidez del amanecer sobre el campo. Tanto en Mujer asomada a la ventana como en Mujer al amanecer se reincide en el gesto, pero en entornos protegidos o controlados. Esos espacios posibles o relegados a las mujeres, incluso cuando quien miraba era un pintor romántico.
Friederich, el ojo icónico del romanticismo alemán, entiende la subjetividad como un estar frente a que por momentos es un estar en. Cuando pinta a su esposa, no hay turbulencias: el espacio interior es calmo y permite cierta llegada del afuera por destellos, el amanecer ilumina un campo florido sin rastros de oscuridad. En cierta medida, estos cuadros atestiguan formas distintas del estar ante. Y esta distinción se basa en una diferencia de género. El romanticismo, como movimiento que signó la subjetividad moderna, perpetuó un lugar otro para la mujer.
Cuando se lee a Villalba, relumbra algo de ese espíritu romántico: una sensibilidad extremada y reflexiva que retrae elafuera hacia sí y lo transforma –sean pintadas urbanas o modus operandi de crímenes seriales-. Pero hay una notable diferencia con el romanticismo. Al yo poético de Villalba, nada del afuera le es indiferente cuando cruza su radar: una antena que capta las marcas epocales en su dimensión metafórica, las atrae hacia sí y logra hacerlas decir otras cosas. O, tal vez, las verdaderas cosas que podían decir: imposibilidad, lucha, formas de la resistencia desesperanzada.
Espíritu romántico al fin, Villalba hace de la escritura un terreno tan en pugna como ese mar de niebla: frente a él, inmersa en él, planta su bandera.
Al precisar esta acción, la forma en que atraviesa su poética, reaparece la pregunta de Patrizia Violi al reflexionar sobre el lenguaje: ¿Cómo la diferencia sexual, una categoría tan unida a la «materia» y a lo pre-semiótico puede tener un papel en la estructura simbólica?
La clave que entraña esta pregunta brinda un marco desde donde mirar ciertas características recurrentes de este discurso poético: descentrado, en lucha consigo mismo se vuelca a un afuera que no posibilita reflejos orgánicos o integrales, se fragmenta y proyecta –puede ser piedra, perro o árbol, al buscar sustrato-. En esta dimensión se evidencia cómo la condición de esta subjetividad mujer se revela y transita un discurrir motorizado en ese no hallarse, o no situarse, que pareciera ser el sino indeleble que despliega esta poética.
Arraigada en sus días, con sus problemáticas intrínsecas además de las tracciones en torno a lo esperable para una mujer, la voz poética libro a libro atestigua esa incomodidad imposible que es el resquicio desde donde habla. Mientras este mundo se acaba ¿qué es ser mujer? O, más precisamente, ¿qué podrá ser una poeta mujer?
Este clamor se da mientras se es joven en dictadura, se cruza la recuperación de la democracia y el quiebre del neoliberalismo rapaz que desembocaría en la crisis de 2001, se observan las nuevas promesas devenidas vanas otra vez.
Quiero decir: la poética de Villalba atraviesa las marcas que el actual postcapitalismo de la dueñidad deja en cada cuerpo y cada vida, con la rúbrica de ser el cuerpo y la vida de una mujer.
Ahí crece esta escritura en su dimensión política, no sólo porque lo real de las situaciones políticas la atraviesan, sino porque Susana Villalba testimonia desde la afectación y el anclaje quedan ser una mujer inmersa en este sistema. Una integridad rearmada en la voz recomienzo desnudo de mí Sostiene Gabriela Milone al reflexionar sobre escritura y voz: “Postularemos así que la voz escucha, abriendo el espacio de la sonoridad donde rebota el sentido; que la voz clama, en la plena afirmación de sí, espaciada en la apertura de la boca donde resuena; y finalmente, que la voz responde, en el canto del sentido que es la escritura cuando se la piensa como resonancia sonora, como apertura de envíos y reenvíos. La escritura se hace eco de una voz que escucha y clama, que vibra y grita, que abre y espacia el sentido en su camino dis-continuo de remisiones.”
De Villalba, siempre me fascinó su escritura al borde.
Quiero decir: un discurso poético donde lo reflexivo baila un ritmo propio y distintivo, casi carnal, por destellos y corrimientos rítmicos y metonímicos. Plegarias, hito filoso en su evidenciar las imposibilidades y esperanzas abiertas por la crisis de 2001, da cuenta de este don: una forma de rodear sentidos, vislumbrarlos, no lineal ni racional. Tal vez ahí resida el profundo impacto emotivo de su poética.
Susana suele afirmar que sus poemas funcionan por asociaciones, de imágenes o cosas, flashes que posibilitan encontrar resignificaciones, podría pensarse. Un paso más genera la intuición: el discurso poético de Villalba, su potencia, se asienta en cómo testifica procesos de un pensamiento no jerarquizante ni signado por la hegemonía racionalista del orden imperante. Sus poemas se piensan en el decirse y, por eso, evidencian el pensar desde un lugar otro: ese vértice que da a cada hallazgo la fortaleza de una revelación. Un devenir en proceso constante, casi como el desafío que Simone Beauvoir nos planteaba al sostener: “No se nace mujer, se llega a serlo.”
Quien escribe intuye que el lenguaje posibilita transcursos que manifiesten singularidades y develamientos, Villalba a través de sus libros lo demuestra. Leía a Susana y reaparecía Mononoke, su entereza y subversión: un enfrentarse al orden establecido a pesar de cargar el destino de la derrota. Digo esto y resuena el final de Domingo de elecciones en la Shell Select Tango: “Señor recuérdanos el alma cada tanto. En tiempos más soleados, más amables. En este año si es posible. Si es posible en esta vida.” Resplandece así este poema que comienza con las pintadas de las paredes y se transforma en oración pagana ante la incertidumbre de la historia, un movimiento de fondo que quizá solamente la voz de Villalba podría peregrinar. Por estos derroteros que en su poesía devienen experiencia única, más allá del tiempo, esta poética seguirá reverberando, incluso cuando nadie por ahí recuerde ya esas consignas políticas o los nombres de las bandas grafitteados.
Alguna vez nuestro amigo Alejandro Ricagno le dijo a Susi que sus historias de amor sucedían para poder escribir. Y ella se rió. Parafraseando la sentencia, termino de leer El amor es animal y pienso: la poeta Susana Villalba, su voz única, se hizo mujer al atestiguar con estos poemas una época, sus resquicios de resistencia y sentido durante su tránsito, el desafío de hacerle lugar a una voz. Y por estos poemas, y todo cuanto significan y habilitan, infinita gratitud a Susy siempre, la pantera, la dama que ahora está terminando un nuevo libro de crónicas sobre La Reja.