Recuperan un cuento originalmente rechazado a Beckett
Jueves 18 de setiembre de 2025
Los huesos de Eco, de Samuel Beckett, no tuvo lugar para su editor en 1934, quien lo catalogó como “una pesadilla” que perjudicaría las ventas. Editorial Godot lo recupera a la luz del paso de los años y le da una nueva oportunidad.
Por Mark Nixon. Traducción de Matías Battistón.
El 25 de septiembre de 1933, la editorial londinense Chatto & Windus aceptó publicar el libro de cuentos de Beckett, Belacqua. En una carta al autor, el editor Charles Prentice le preguntó si no podría agregar un cuento adicional, que “ayudaría al libro” aumentando un poco más la cantidad de páginas. Beckett aceptó y escribió lo que llamó “un relato de despedida”, titulado “Los huesos de Eco”, que cerraría el volumen. Sin embargo, a los tres días de haber recibido el texto, Prentice, en una carta fechada el 13 de noviembre de 1933, lo rechazó, alegando que era “una pesadilla” y que “perjudicaría mucho las ventas”. Belacqua se publicó el 24 de mayo de 1934 tal cual lo había enviado Beckett en un principio, con diez cuentos en lugar de once. Ahora, ochenta años más tarde, se ofrece por primera vez al público esta enigmática narración perdida.
El hecho de que “Los huesos de Eco” no viera la luz en 1934 debe considerarse dentro del contexto del autor a principios de la década de 1930 y de sus desesperados intentos para que lo publicaran. En muchos sentidos, la historia de “Los huesos de Eco” se remonta a la primera ficción importante de Beckett, la novela Sueño con mujeres que ni fu ni fa, escrita entre mayo de 1931 y julio de 1932. Animado después de que Chatto & Windus publicara su primer libro, un ensayo sobre Marcel Proust (Proust, 1931), Beckett envió la novela a la editorial. Cuando Prentice la recibió, a mediados de 1932, la describió con mucho tacto como “algo muy extraño”, alabó aquellas partes donde la escritura “se alejaba de Joyce” y después, previsiblemente, la rechazó (5 de julio de 1932). Como Prentice le comentaría luego al escritor Richard Aldington, haber rechazado la primera novela de Beckett “quizá haya sido un error, pero hubiera sido casi imposible publicarla, nosotros no entendíamos ni la mitad” (5 de septiembre de 1932).
A lo largo de los nueve meses siguientes, el libro siguió confundiendo y alienando a distintos editores. Con las cartas de rechazo apilándose a su alrededor, y sin ingresos fijos después de haber renunciado a su cargo docente en el Trinity College Dublin, a mediados de 1933 Beckett debe haberse dado cuenta de que Sueño con mujeres que ni fu ni fa nunca se publicaría (se editó póstumamente en 1992), y se concentró entonces en armar un libro de cuentos, algunos ya escritos desde 1931.
Como no tenía suficientes cuentos para poder ofrecer un volumen que interesara a los editores (o que “invitara a un editor a usarlo para limpiarse el culo”, en sus palabras), Beckett empezó a reciclar material de su novela inédita, aprovechando esas partes que pudieran integrarse o adaptarse fácilmente a este género más breve. Así, por ejemplo, el cuento “Una noche húmeda”, incluido en Belacqua, está tomado casi palabra por palabra de su novela. Beckett también tomó material del Dream Notebook, el cuaderno donde volcaba apuntes y copiaba citas de los libros que leía para escribir Sueño con mujeres que ni fu ni fa. Este método tan pragmático también tenía, para él, su justificación intelectual: en su ensayo sobre Proust, ya había propugnado “ese plagio tan necesario, saludable y monótono, el plagio a uno mismo”.
Para septiembre de 1933, Beckett había reunido diez cuentos, unas sesenta mil palabras en total. Después de su fracaso anterior, no creía que este libro fuera recibido muy bien por los editores, aunque en una carta del 7 de septiembre de ese mismo año le escribiera a su amigo Thomas MacGreevy, en alusión al primer cuento de Belacqua, que “si la gente puede leer a Saki puede leer cualquier cosa, inclusive ‘Dante y la langosta’”. Prentice parece haber estado de acuerdo. En su carta de aceptación, fechada el 25 de ese mes, le pregunta a Beckett si podía proponer un “título más alegre” que Desechos (el título del último cuento de la serie, que originalmente daba su nombre a todo el libro), agregando: “Y si fuese posible ese cuento adicional, sería fabuloso”, lo que sugiere que Beckett quizá se haya ofrecido a escribir otro cuento si a la editorial le parecía muy corto el libro. En otra carta donde le agradece a Beckett por el nuevo título, More Pricks than Kicks, Prentice reitera que “otras diez mil o incluso cinco mil palabras, para el caso, sin duda ayudarían al libro” (29 de septiembre de 1933). A Beckett, por varias razones, le costó cumplir con el pedido. Como le dijo a MacGreevy, parte del problema era que había matado al protagonista en el anteúltimo cuento, “Amarillo”: “Tengo que hacer otro cuento para el libro, Belacqua resucitado, y estoy más tonto que una cabra” (9 de octubre de 1933). Que Belacqua tendría que revivir para que pudiera haber un texto más era algo que Prentice reconocía: “Estoy muy feliz de saber que dentro de poco Belacqua estará andando de nuevo” (4 de octubre de 1933). A principios de noviembre, Beckett le confesó a MacGreevy que estaba “arrancando los últimos alaridos para C. & W.”, pero que le estaba “costando terriblemente” (1 de noviembre de 1933). Sin embargo, debe haber podido escribir el resto con bastante rapidez a partir de ese momento, porque Prentice hizo acuse de recibo el 10 de noviembre, sorprendiéndose también de que el texto tuviera una extensión de trece mil quinientas palabras (“¡Qué largo!”). De todos modos, el cuento en general lo dejó perplejo, y en una larga carta fechada el 13 de noviembre le informó a Beckett, con mucho tacto pero sin vueltas, que “Los huesos de Eco” no era publicable. Es una carta que vale la pena citar extensamente:
Es una pesadilla. Demasiado convincente, la verdad. Me da escalofríos. Los mismos cambios bruscos y horribles de foco, la misma energía incontenible y salvaje del elenco. Hay partes con las que no conecto. Lamento mucho que esta sea mi reacción. Quizá sea solo por los detalles, y puede que me haga una idea de la impresión general. Me apena, porque no me gusta ser obtuso, pero espero no estar siendo muy insensible. “Los huesos de Eco” sin duda me cayó como un mazazo.
¿Te molestaría si no lo incluimos en el libro, es decir, si publicamos el conjunto tal cual nos lo enviaste la primera vez?
Aunque sea un poco corto, de todas formas podríamos venderlo a siete chelines y seis centavos. Estoy seguro de que “Los huesos de Eco” nos haría perder a muchos lectores. La gente se espantaría y quedaría perpleja y confundida, y no va a tener muchas ganas de analizar qué los espanta. No me cabe duda de que el cuento perjudicaría mucho las ventas.
Odio tener que decir esto, además de no haberme mostrado a la altura, y espero que sepas disculparme dentro de lo posible. Hay que comprender nuestra posición; el futuro del libro también te afecta.
Esto ha sido un desastre terrible, de mi parte, no de la tuya, por favor. Pero tengo que hacerme cargo. Un error, un acto de ceguera, como se quiera llamarlo. Lo único que puedo alegar en mi defensa es que el contacto gélido con esos dedos resucitados fue demasiado para mí. Estoy sentado en el suelo, con la cabeza cubierta de cenizas.
La respuesta de Beckett a esta carta notable parece haber sido mitigada por cierta aquiescencia, aunque se muestra algo más franco en una carta a MacGreevy escrita poco después: “No he estado haciendo nada. Que Charles haya foutu à la porte [echado a patadas] ‘Los huesos de Eco’, el último cuento, en el que puse todo lo que sabía y bastante de lo que todavía sospechaba, me ha desanimado profundamente [...]. Pero sin duda tenía razón. Eso es lo que le digo, así que todo esto queda entre nos” (6 de diciembre de 1933). En efecto, el fracaso del cuento inspiró a Beckett a escribir un poema con el mismo título, que luego usó otra vez para su primer poemario, Los huesos de Eco y otros precipitados (1935). Y, aunque es natural que se sintiera así en el momento, el relato no se desperdició del todo, ya que Beckett transfirió algo de material de “Los huesos de Eco” al final corregido de “Desechos” y, por ende, a la serie en su conjunto. El 11 de diciembre de 1933, Prentice lo felicitó por “esa nueva partecita al final”, que según él era definitivamente “una mejora”.
En una primera lectura de “Los huesos de Eco”, es difícil no estar de acuerdo con la decisión de Prentice de rechazar el texto. Como bien resumió el crítico Rubin Rabinovitz, “el marco es poco realista, el argumento es poco probable, los personajes son extraños”. “Los huesos de Eco” es una narración difícil, a veces opaca, despareja en tono y ambiente, y esquiva en sus intenciones. Está llena de tensiones, producto de su naturaleza fragmentada, sus préstamos intertextuales infinitos, su manera de alternar entre diferentes estilos literarios y su lenguaje alusivo y revirado, todas cosas que impiden que la historia termine de cuajar en una unidad, incluso el tipo de unidad “involuntaria” que caracteriza a Sueño con mujeres que ni fu ni fa. Pero esa naturaleza salvaje e indócil también tiene su lado brillante, especialmente en la manera en que ostenta y al mismo tiempo escamotea sus “misterios de cotillón” (“Desechos”). Hay un espíritu juguetón y creativo que mezcla estilos y fuentes, lo que si bien lleva la marca de Joyce termina estableciendo algo más característicamente beckettiano.
A Beckett obviamente le costó escribir el cuento. Su correspondencia con MacGreevy deja en evidencia que, en el fondo, el libro en general no lo entusiasmaba (“Pero todo esto es un rompecabezas y no me interesa”) y que lo veía como una concesión al mercado, una obra de menor mérito literario que la que había intentado crear con su novela, Sueño con mujeres que ni fu ni fa.
Por otro lado, la relación que Beckett tenía con sus propias actividades creativas seguramente se había vuelto más complicada después de la muerte de su padre, unos pocos meses atrás, el 26 de junio de 1933, lo que quizá contribuyó a que abandonara el tipo de escritura alusiva, fragmentaria y en última instancia joyceana que quizá cumpliera con sus propios estándares artísticos, pero con la que no podía ganarse la vida. En consecuencia, sus dificultades para escribir saltan a la vista a lo largo de todo el cuento. Los mismos personajes claramente están tratando de mantener a flote la historia, aunque la historia no deja de sabotear sus esfuerzos. Más de una vez, por ejemplo, el texto obstaculiza su propio avance, como cuando Lord Gall “no pudo seguir con lo que estaba diciendo”.
Como es lógico, el mayor desafío que Beckett tuvo que enfrentar al escribir esta “colilla” —palabra que el propio relato usa para autodescribirse— fue que armonizara con el resto.

Debe haberle parecido que era más fácil resucitar a Belacqua de entre los muertos y agregar un texto al final del libro que descalabrar la coherencia de la serie —si es que tal coherencia existe— insertándolo en algún punto previo. A lo largo del volumen, el protagonista tiene que lidiar con el amor y con la muerte, y en “Los huesos de Eco” le toca hacerlo con el más allá. Incluso antes de su muerte desafortunada durante una operación en “Yellow”, Beckett ya había señalado (en Sueño con mujeres que ni fu ni fa) que Belacqua era “una horrible criatura híbrida”, al borde entre una cosa y la otra, condición que en “Los huesos de Eco” se ve enfatizada por el hecho de empezar la historia sentado en una cerca. Aunque sea un fantasma, y no proyecte sombra alguna, Belacqua es una entidad bien corpórea, que volvió a la vida para expiar su narcisismo, su solipsismo y su carácter de “burgués cobarde y holgazán” en los relatos anteriores, indolente como el personaje homónimo de Dante en La divina comedia.
El relato, autorreferencialmente, asegura ser un “tríptico”, y en efecto se divide en tres movimientos, que sin embargo a duras penas componen un todo. La primera parte cuenta la historia de la resurrección de Belacqua y de su encuentro con la prostituta Zaborovna Privet. La segunda trata del gigante Lord Gall de Wormwood, que no puede tener un hijo y que perderá su propiedad ante el fértil barón Extravas si no se revierte la situación. Así, Lord Gall le pide a Belacqua que lo ayude a procrear; Belacqua obedece, y Lady Moll Gall al final logra dar a luz... a una niña, porque es una shaggy-dog story. El relato vira bruscamente en la última parte, donde se ve a Belacqua sentado sobre su propia lápida, mirando cómo el sepulturero Doyle roba su tumba.
Aunque Doyle ya había aparecido como una figura menor, sin nombre, en “Desechos”, los demás protagonistas son nuevos. Sin embargo, en un intento de generar una sensación de continuidad entre “Los huesos de Eco” y los demás relatos, Beckett vuelve a introducir a varios personajes, a pesar de haber matado a muchos de ellos (incluido Belacqua) a lo largo del libro, como se enumera al comienzo de “Desechos”: “Poco después de eso, [los demás personajes] de repente parecían haber muerto: Lucy obviamente desde hacía mucho, Ruby según lo pronosticado, Winnie por decencia, Alba Perdue en el proceso natural de ser acompañada a su casa”. Sin embargo, en dos momentos del texto una seguidilla de personajes desfila en segundo plano. Así, por ejemplo, los Parabimbi y Caleken Frica hacen una aparición, al igual que (la difunta) Alba, una de las mujeres interesadas en Belacqua, que emerge de un modo surrealista subida a un submarino que transporta las almas de los muertos. Ver a todos esos personajes, que no suman nada a la trama, o a las tramas, posiblemente sea loque haya motivado a Prentice a señalar la “energía incontenible y salvaje del elenco”.
En cuanto a los “cambios bruscos y horribles de foco”, casi no hay oraciones en “Los huesos de Eco” que no estén tomadas de alguna fuente u otra, respaldando el comentario del propio Beckett cuando dijo que había puesto “todo lo que sabía y bastante de lo que todavía sospechaba” en el relato. Estas referencias van de lo recóndito a lo popular (Marlene Dietrich, canciones francesas) y están inscriptas en el texto tanto abierta como subrepticiamente. En términos compositivos, la principal fuente es el Dream Notebook; en esencia, Beckett usó las citas de su libro de apuntes que todavía no había usado en su novela o en los cuentos. O bien Beckett estaba manoteando lo que podía para terminar el último relato del libro y entregárselo a Chatto & Windus, o bien estaba implementando otra vez una estrategia compositiva que había aprendido del ejemplo de Joyce. “Los huesos de Eco” es, sin lugar a dudas, más alusivo, más joyceano que cualquier otro texto que Beckett haya escrito en este período de su carrera; tanto en un nivel verbal como estructural, abarca un enorme espectro de material, desde ciencia y filosofía hasta religión y literatura. Como sugiere su propio título, la historia está hecha de ecos, de alusiones a múltiples contextos culturales.
Sin embargo, como bien ha observado John Pilling, a veces hay “tantos ecos que parecen multiplicarse hasta el infinito, y sin embargo son poco más que huesos de material, sin ningún propósito general que los anime”. La manera en que se pasa de una parte de la historia a otra, al igual que las referencias, tanto eruditas como contemporáneas, parecen arbitrarias, efecto que se multiplica por los cambios de registro. El estilo abreva de varios períodos literarios, y el lenguaje oscila entre lo ornado (“Archipiélagos de árboles descopados, embellecidos por los claros”) y lo demótico (el slang de Dublín).
El relato presenta un paralelo estructural y conceptual al más allá vislumbrado en la La divina comedia, y juega con distintas formas de expiación que se corresponden con los vicios del pecador. El ambiente purgatorio se ve reforzado por frases tomadas de la Biblia, al igual que de La imitación de Cristo, de Tomás de Kempis, y de un libro que Beckett estaba leyendo mientras escribía el texto, The Rule and Exercises of Holy Living and Holy Dying (1650-1651), de Jeremy Taylor. Sin embargo, a pesar de las muchas citas de las Confesiones de san Agustín, esta no es una historia de castigo, conversión y salvación. En efecto, cualquier posibilidad de una salvación religiosa de parte de Belacqua se ve socavada por el sinfín de juegos de palabras sexuales (eruditos o pueriles), chistes verdes y terminología derivada de la flagelación, la infertilidad y la homosexualidad, sobre todo en la segunda parte. Los temas de impotencia y esterilidad recorren todo el relato, a través de alusiones literarias y sexuales. La amenaza del sexo reproductivo, visible en todas las primeras obras de Beckett, aquí se esquiva humorísticamente, y la profanidad general le debe mucho al Marqués de Sade, cuyos 120 días de Sodoma Beckett estuvo a punto de traducir al inglés años más tarde.
La dificultad de identificar qué está en juego en esta historia se ve agravada por el uso de dispositivos tomados de géneros y narrativas fantásticas, no realistas. Una es la mitología; como el título sugiere desde el principio, Beckett utiliza la historia de Narciso y Eco, de Las metamorfosis de Ovidio, como marco de la travesía “póstuma” de Belacqua, que pasa de ser un personaje vivo a ser el eco de una voz, hasta que al final solo queda su osamenta. Beckett también construye una atmósfera gótica, sobre todo en la última parte, que tiene lugar en un cementerio. Quizá lo más sorprendente sea el uso de los cuentos de hadas, una forma más presente en la obra temprana de Beckett de lo que suele señalarse. Mezclando cuentos de hadas, sueños góticos y mitos clásicos, “Los huesos de Eco” es por momentos una historia fantástica llena de gigantes, casas en los árboles, mandrágoras, avestruces y hongos, que se nutre de la tradición folclórica popularizada por W. B. Yeats y los hermanos Grimm, por ejemplo.
Los experimentos de Beckett con los cuentos de hadas y el tono desopilante de los intercambios entre Belacqua y Lord Gall encubren, aunque sin llegar nunca a despejar del todo, la sensación de angustia y ausencia que atraviesa el relato. Efectivamente, como indican las primeras palabras del texto, “A los muertos les cuesta morir”, y Beckett bien puede haber estado pensando en la muerte de su prima y amante, Peggy Sinclair (en mayo de 1933, de tuberculosis), y de su padre (en junio de 1933) cuando escribía la historia. De hecho, la acumulación de varios motivos —resurrección, cementerios, problemas legales de patrimonios y sucesiones, y el hecho de que Lord Gall no tenga hijos, al igual que Beckett no tiene padre— sugiere una preocupación demasiado inquietante como para expresarse de un modo más directo.
Mientras en el mundo literario de Sueño con mujeres que ni fu ni fa era “extraordinario que todo acabe como un cuento de hadas”, en el mundo real esto sencillamente no podía ser. Por ende, las palabras finales de “Los huesos de Eco” (que figuran dos veces en el relato), tomadas de los hermanos Grimm, fusionan el elemento. Como su amor por Narciso no es correspondido, la oréade Eco se va consuféerico con un tono de resignación y aceptación: “Así son las cosas en este mundo”. Este es un relato sobre padres e hijos ausentes, sobre el más allá y sobre el estado deplorable del mundo, y como tal no sorprende que dialogue principalmente con Hamlet.
Tanto en un nivel temático como verbal, el fantasma de la obra de Shakespeare recorre “Los huesos de Eco”.
Por supuesto, es imposible decir si en su momento el relato hubiera provocado “escalofríos” de confusión en los lectores, como predijo Charles Prentice, de haber formado parte de Belacqua o, dicho de otro modo, si la historia realmente “pertenece” a ese libro de relatos. Podría plantearse que Beckett, sabiendo que ya tenía un contrato firmado, aprovechó para volver al tipo de escritura que prefería en aquella época, el estilo exuberante y enigmático de Sueño con mujeres que ni fu ni fa. En cualquier caso, si bien es interesante leer “Los huesos de Eco” como parte del volumen para el cual estaba pensado, también funciona como relato autónomo. Y no hace falta verlo ni como una manera de librarse del estilo acumulativo de Joyce —ya que por haberlo escrito Beckett habría vaciado su reserva de citas— ni como un texto cargado de emociones que —al igual que se dice del libro de Walter Draffin en “Qué desgracia”, uno de los cuentos de Belacqua— funcionaría cual “mero repositorio de todo lo que no podía mechar en una conversación común y corriente”. Su mérito literario es evidente, además de ser un documento vital, que representa el eslabón perdido entre la obra de Beckett en la década de 1930 y los textos de posguerra, y que plantea un dilema que se repetirá en Esperando a Godot y más allá: “Dan a luz a caballo sobre una tumba, el día brilla por un instante y, después, de nuevo la noche”. “Los huesos de Eco” nos permite ver a un joven escritor a la vez cómodo e incómodo ante la cultura de su época, tratando de abrirse su propio camino literario.