Prólogos

El último largo poema de Wallace Stevens

"Me interesa intentar acercarme, en la mayor medida en que ello sea posible para un poeta, a lo habitual, al lugar común y lo feo": Serapis publica Un atardecer cualquiera en New Haven.


Por Gervasio Fierro.



En 1950, casi cerrando el que sería su último volumen de poemas autónomo (The Auroras of Autumn) Wallace Stevens publica An Ordinary Evening in New Haven. En los años siguientes, el poeta se dedica a la publicación de su Collected Poems (1), que aún habría de incluir en una sección final un conjunto de poemas nuevos, agrupados bajo el título The Rock. The Auroras of Autumn obtiene el prestigioso premio Bollingen de Poesía del año 1950 e intensifica la consagración en el universo de la poesía norteamericana del poeta nacido en Pensilvania en 1879, consagración que sostiene un in crescendo que se expande aún más con la muerte de Stevens, cinco años después, en agosto de 1955. El poema que presentamos en esta edición bilingüe, Un atardecer cualquiera en New Haven, es el segundo más largo en la carrera del escritor y el último con esa marca de extensión, en un autor que desde sus comienzos se mostró particularmente apegado a los poemas que requieren sumergirse durante una larga y paciente “sentada” de lectura, al decir de Poe, para alcanzar sus resultados.

Está compuesto por treinta y una secciones de seis tercetos cada una y fue leído por el propio poeta en una versión abreviada el 4 de noviembre de 1949. Esa versión abreviada (2) sería incluida con su aprobación en la edición inglesa de Faber de 1953 de sus Selected Poems (3), libro que introduciría con una repercusión significativa la obra de Stevens en el mercado y el ámbito cultural británico.

En una carta a Bernard Heringman (4) del mayo de 1949, en la que da cuenta de sus aplomadas y eficientes planificaciones creativas —en ese punto, la lectura de su Correspondencia, en especial la de las últimas dos décadas, es casi tan cautivante como la de su Poesía completa— Stevens comenta: “En este momento estoy trabajando en algo llamado An Ordinary Evening in New Haven. Esto es reservado y no quisiera que se hable de ello. Pero aquí me interesa intentar acercarme, en la mayor medida en que ello sea posible para un poeta, a lo habitual, al lugar común y lo feo. No es una cuestión de la sombría realidad sino de la llana realidad. El objeto es, por supuesto, purgarse de todo aquello que sea falso. He estado en esto desde comienzos de marzo y pretendo seguir estudiando el asunto y trabajando en él hasta que lo tenga bastante agotado. Esto en ningún sentido consiste en una retirada de las ideas de Credences of Summer; es un desarrollo de esas ideas. Esta clase de cosas podría conducir a otra fase de lo que usted llama una secuencia estacional, pero sin dudas no tendría nada que ver con el clima: tendría que ver con el divagar de las ideas que uno tiene”.

Ni bien abordamos el poema, el tema es planteado enseguida en el terceto inicial:


La llana versión del ojo es algo aparte,

la vulgata de la experiencia. Sobre esto,

unas palabras, un y sin embargo, sin embargo, sin embargo...


También queda insinuado el género discursivo que habitará en muchas secciones el poema, que es el de la disertación, la exposición letrada, emulada con leve ironía en este poema en particular, en clave de franca parodia en muchísimos otros, desde el comienzo (Harmonium), hasta el final de su obra. Finalmente, se nos propone la adversación —una letanía menguante de “y sin embargo” — como el dispositivo retórico que hará avanzar las reflexiones que gesta el poema a partir de la experiencia sensorial de la realidad como un saber común, una doxa. Así, el punto de inicio de ese movimiento es “la vulgata de la experiencia”, aunque pronto veremos que de la “llana versión del ojo” pasamos a la incesante pregunta que despierta la contemplación de New Haven: “de qué está compuesta esta casa si no del sol, / estas casas, estos objetos difíciles, dilapidan / apariencias de qué apariencias”. De forma insistente y por momentos con cierto solipsismo difícil de franquear, sea con razonamientos que enloquecen al poco de andar, sea con retazos de fábulas sugeridas, sección tras sección, el poema desenvuelve desde diversos flancos paradojales las relaciones entre la imaginación y la realidad, la ficción y lo presente inmediato, el objeto desnudo “limpio de tropo o desviación” y las expansiones infinitas que brindan el lenguaje, la ficción y en particular la poesía, con sus fructíferos “como si”, que además de gestar “los cielos, los infiernos, las tierras añoradas”, renuevan lo que existe — “Un imaginar reciente de la realidad” — y forman parte de ello: “El poema es el grito de su ocasión, / parte de la res misma y no su comentario.”

Según Frank Kermode (5), la clave de lectura de este poema podría encontrarse en una conferencia contemporánea titulada “Tres piezas académicas”: “Lo que contemplan nuestros ojos bien puede ser el texto de la vida pero las meditaciones que uno tiene sobre el texto y las revelaciones de estas meditaciones no dejan de ser parte de la estructura de la realidad”. Así, esta suerte de aporía que recorre las sucesivas secciones del poema se podría sintetizar torpemente en la imposibilidad que tiene la conciencia —la mente, en términos del poeta, la gran protagonista de todo su poemario— de percibir lo real y aún de pensar sin las herramientas precedentes que le brindan la figuración, el imaginario y el lenguaje, a la vez que, por su parte, lo creado se vuelve objeto y por ende realidad separada de la mente humana creadora y capaz de brindarle satisfacción, al igual que las cosas del mundo físico. La circularidad que parecieran poseer estos fenómenos nos llevan a plurales formas de la paradoja, como la que nos señala en “El llano sentido de las cosas”(6): “Y aún la ausencia de imaginación / debe ella misma ser imaginada.” Esa aporía recurrente encuentra su imagen en nuestro poema en la noción de algo palpable atravesando un impalpable y en las geniales líneas finales volvemos a aquella voz disertante, sin una certeza firme, pero sí con una advertencia negativa: “No está en la premisa que la realidad / sea un sólido. Tal vez sea una sombra que atraviesa / un polvo, una fuerza que atraviesa una sombra.”

Unos diez años antes de la publicación de Un atardecer cualquiera en New Haven, en un poema titulado Man carrying thing (7), en el que se contrapone lo obvio con lo que se percibe confusamente, lo que apenas se distingue, como la figura masculina del título vista a lo lejos, llevando algo, bajo luces menguantes, Stevens enuncia un precepto inicial: “El poema debe resistir la inteligencia / casi exitosamente”. Puestos a la tarea de hacer una versión en español de un poema complejo como el que aquí se presenta, podríamos esperanzadamente reformular el adagio y suponer que un fenómeno similar se daría entre el poema y la traducción: una resistencia casi exitosa. En todo caso, ¿qué es la traducción de un poema si no una inteligencia del mismo? En este paralelismo voluntarioso que hacemos, ese resquicio, esa incierta apuesta a algunos logros intermitentes ha sido sin dudas lo que ha animado esta traducción, como tantas otras tal vez que no se detienen en sesudas tomas de partido iniciales sobre las férreas y exactas prioridades que deben regir la tarea del traductor de poesía (literalidad, eufonía, patrones rímicos y rítmicos, etc.). Más allá de la continua invitación al desvío y a la elucubración propia que una edición bilingüe permite a muchos lectores, aquel casi promete la chance de que acaso, hasta como mera contingencia del ejercicio combinatorio, algunos versos castellanos gestados en esta traducción alcancen o se acerquen a la deslumbrante potencia de la palabra stevensiana.




(1) Stevens, Wallace. Collected poetry and prose. New York: The Library of America, 1997.

(2) Esta version abreviada incluía la secciones I, VI, IX, XI, XII, XVI, XXII, XXVIII, XXX y XXXI; Vendler, Helen. On Extended Wings. Wallace Stevens’ Longer Poems. Harvard University Press, 1969. Pág. 333.

(3) Stevens, Wallace. Selected Poems. Faber. London. 1953.

(4) Stevens, Wallace. Letters of Wallace Stevens. Selección y edición de Holly Stevens. London. 1966. Pág. 636.

(5) Kermode, Frank Wallace Stevens. Edinburgh. Grove Press, 1961. Pág.108.

(6) Stevens, Wallace. Collected poetry and prose. New York: The Library of America, 1997. Pág. 428.

(7) Stevens, Wallace. Collected poetry and prose. New York: The Library of America, 1997. Pág. 306

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