Prólogos

Historias de una patria inventada

Fernando Bogado presenta la antología Extraña confederación, ocho cuentos entre la ficción y la historia, publicada por Omnívora Editora.



Por Fernando Bogado.



1.

La literatura argentina empieza con una desviación. 

Una que podría considerarse, no el nacimiento ordenado, el origen prolijo de un proyecto político, sino un recurso constante a lo largo de la literatura nacional en torno al lugar específico de la ficción. Que, como todo lo específico, siempre abriga en su corazón el escándalo. Así se lee en el famoso texto de Esteban Echeverría, la “Advertencia a Las rimas”, en el cual se perfila una poética al mismo tiempo que se señala el lugar de lo literario en la incipiente nación argentina. Allí, el poeta romántico por definición de nuestras costas habla del doble valor de la escritura, de su escritura, de lo que va a llevar adelante. Eso encontramos en la definición de cómo pensar su literatura y toda literatura por venir: el llamado “Desierto”, categoría que va a recorrer todo el siglo XIX, es un espacio de explotación de belleza. O sea, a partir de ese fondo literario, cualquier poema podría encontrar la base del sentimiento de lo sublime que, luego, derivaría en un sentido de la belleza estética que podría producir lo argentino. La sensación de inmensidad de la pampa se transformaría en una semilla que señalaría el camino hacia el parnaso. 

Pero, claro, como más de un crítico ha señalado, desde David Viñas hasta Carlos Gamerro, pasando por Beatriz Sarlo y hasta por el proyecto historiográfico de Tulio Halperín Donghi, el romanticismo local siempre tuvo la mirada desviada, estrábica: siempre miró para un lado al mismo tiempo que no sacaba el ojo de lo otro, en una búsqueda de síntesis que ha quedado, bien lo sabemos, en el mantenimiento de una tensión irresoluble (el dos que nunca puede llegar a ser uno: ¿o no es “la grieta” el nombre contemporáneo de esta diferencia de nacimiento?). Echeverría marca que el mismo Desierto de donde se puede sacar belleza, ese “pingüe patrimonio”, es también un lugar de donde extraer riqueza. Y no cualquier riqueza. La propia historia del siglo XIX, mejor, la historiografía liberal de finales del XIX y comienzos del XX marca, de algún modo, una perspectiva teleológica que justifica las decisiones tomadas desde 1837 en adelante: todo lo argentino marcaba un mismo final, que era la consolidación de la patria agroexportadora que se fundaría una vez exterminados los indios en la Conquista del Desierto. La riqueza a extraer era, o lo fue desde siempre, una riqueza doble: sacar materia prima para ser exportada, sacar belleza para la poesía local. Y hablando de eso: sacarse de encima a los indios era una necesidad que ya estaba demarcada en La cautiva como parte de ese plan, entrevisto en un poema que hasta llega a presentar a los pueblos originarios como “vampiros” que le terminan chupando la sangre a las yeguas y a los propios cristianos. ¿Qué tipo de lecturas podía tener el romántico Echeverría para encontrar esas criaturas fantásticas europeas como la plaga que había que conjurar para formar a la Argentina de sus desesperados anhelos? Leemos en La cautiva

Aquel come, este destriza, 

más allá alguno degüella

con afilado cuchillo

la yegua al lazo sujeta, 

y a la boca de la herida,

por donde ronca y resuella,

y a borbollones arroja

la caliente sangre fuera, 

en pie, trémula y convulsa, 

dos o tres indios se pegan,

como sedientos vampiros, 

sorben, chupan, saborean

la sangre, haciendo murmullo, 

y de sangre se rellenan.²


En definitiva, lo que se detecta en la “Advertencia…”, lo que recorre el poema fundacional de nuestra literatura (por época e influencia, más importante que El gaucho Martín Fierro y sus vueltas), es que en el corazón de lo argentino reside esta duplicidad: ficción y proyecto político, riqueza literaria y de economía política, van de la mano en su afán extractivista. A su vez, esa proposición doble encuentra la cosa y su sombra en aquello que piensa o mienta, en aquello que se convierte en objeto de su obsesión: el indio es también un vampiro para el paranoico sistema interpretativo fundado por la Generación del 37. De ahí la indecisión de sus grandes obras, de ahí el Rosas de Sarmiento en Facundo, para ir a otra obra que expresa los valores de esos años del siglo XIX: esfinge, monstruo a derrotar, pero también héroe inevitable, fuerza de la naturaleza encauzada por lo humano; o Quiroga, medusa que paraliza, caprichoso líder, pero también valiente guerrero que vence a quien se le ponga adelante, bestia inocente que hace el mal por naturaleza, por torpeza desértica, no por sistema (como don Juan Manuel). El valor de lo doble, tantas veces razonado por nuestros intelectuales, también puede ser pensado como el valor de la ficción: proyecto político y poético, frase que corre del escenario a los monstruos, pero que también los crea; primera expresión de que la patria es fundada con la pluma del político y, también, con la enfermiza imaginación del letrado. 


2

El 7 de marzo de 1996, el entonces presidente Carlos Saúl pronunció en Tartagal, Salta, uno de sus discursos más recordados: prometió allí que, en breve, sería posible viajar a la estratósfera y arribar desde ese punto a cualquier parte de la Tierra “en dos horas”. Avizoró también que sería posible llegar a otros planetas, siempre y cuando se encuentre vida en ellos, marcando también que su presidencia todo no podía asegurar. La segunda mitad de los 90 traería consigo una crisis catastrófica que terminaría en el 2001, la tasa de desempleo de dos dígitos del período transformaba a la afirmación del riojano en uno más de los actos grotescos que caracterizarían su gestión y la de muchos otros más por venir. En lugar de leerlo como escándalo, habría que analizar esas palabras por las posibilidades que abren para la ficción. Esto es, administrar la nación, gobernar, no es poblar, como diría Alberdi, sino elucubrar, inventar, imaginar. Por eso no nos debe sorprender que Juan Francisco Moretti, en el cuento “El despegue”, reunido en este mismo libro, vuelva sobre ese discurso para imaginar la historia del astronauta que tuvo por misión cumplir con la promesa del Quiroga del siglo XX. Y es que Carlos no estaba hablando de las posibilidades de lo real: estaba dando un guiño para que, de algún modo, se ajustaran las plumas de la ciencia ficción, mejor, de cualquier relato que suspenda el realismo y se anime a comprobar hasta dónde es posible estirar el discurso de la política en el terreno, ya no de lo fáctico, sino de lo verosímil. El libro que usted alberga en sus manos reúne ocho cuentos que tienen como fin apoyar un pie en el territorio de la ciencia ficción, el terror, el fantástico, con una prosa que va de la concreción seudorrealista hasta la ambigüedad poética, pero siempre destacando cómo la historia argentina ha dado claves para poder armar un país imaginario, a contrapelo del nuestro, desprolijo, atrevido y, por eso mismo, mucho más creíble que el que actualmente tenemos. Y es que la ficción siempre ha mirado por arriba del hombro a ese doble molesto, la realidad, ese que, cada tanto, se las da de mejor por su carácter de realmente acaecido, cuando tiene excesos poco creíbles que, como sospechamos, dejarían sin trabajo a más de un escritor. Si volviésemos a Echeverría, hasta podríamos leer en su “Advertencia…” eso mismo: “Guárdate, oh escritor argentino, de la historia nacional, pues ella puede ganaros en artificio e invento a vuestra pobre razón”. 

Además de los viajes a la estratósfera por fin puestos en marcha en “El despegue”, estas páginas exhibirán también al roquismo acomodado en barco y deleitándose con extraños platos en “La Conquista Bioceánica o El secreto sabor del abulón dorado”; al agua como otro factor de peso en “Epicentro”, con la transformación del tsunami del Río de la Plata de 1888 en un evento, como postuló la autora, “enorme y periódico”; a una especie de western que se choca con las represiones a obreros de principios del siglo XX en “Luz matrera”; a la idea en “Basural” de una Argentina convertida en una zona de desechos que parece no tener fin; al trabajo precarizado pensado desde el cuento “Represión y mercado”; al destino de un mono astronauta nacional en “Juan” y a la puesta en marcha de una sesión de espiritismo que busca encontrar la esencia de lo argentino en los extendidos tiempos de los carapintadas en “No pregunte si no quiere saber”. Ocho relatos que construyen una confederación imaginaria que ha parasitado la historia desde que es historia, como si no hubiese otra consecuencia lógica de esos tropiezos que llamamos nuestro devenir.


3. 

¿Es la Argentina única dueña de estas indecisiones? ¿No será que traducimos a nuestra alambicada lengua un problema de base? Desde la primera reflexión organizada en torno a lo que hoy podríamos llamar literatura, mejor, ficción, el arte de escribir, inventando situaciones o mundos inexistentes, tiene que lidiar con lo contrafáctico, por un lado, y con la historiografía, por el otro. O sea, la ficción crea un mundo que necesariamente dialoga con el mundo que es. Esa primera reflexión es por todos conocida: hablamos de la Poética de Aristóteles. Leemos en el capítulo IX: 

Está claro, a partir de lo que hemos dicho, también que la función específica del poeta no es decir las cosas que ocurrieron, sino decir las cosas como podrían ocurrir, esto es, las cosas posibles según verosimilitud y necesidad. En efecto: el historiador y el poeta no se diferencian por decir las cosas en verso o en prosa (pues se podrían poner en verso los textos de Heródoto, y no serían menos una historia en verso que en prosa), sino porque el uno dice las cosas que ocurrieron y el otro dice las cosas como podrían ocurrir. Por eso la poesía es más filosófica y elevada que la historia, pues la poesía dice más bien lo universal, en tanto que la historia dice lo particular.³


De la afirmación de Aristóteles al concepto de “metaficción historiográfica” de Linda Hutcheon, por nombrar uno, hay todo un arco marcado por la insistencia del pensamiento de las artes de la escritura en observar cómo la ficción (o lo que hace el poeta, también, si seguimos al pie de la letra a Aristóteles) se opone al discurso de verdad, pero cómo también construye su modo particular de verdad al ver las posibilidades totales de lo que en la historia se resuelve solo en la contingencia. La ficción, entonces, podría llegar a un modo de verdad más completo en la medida en que piensa la acción organizada en el famoso esquema de las tres partes (que la vulgata nombra “introducción-nudo-desenlace”) y que alcanza un final concreto, cosa que nunca podríamos decir de la historia en la medida en que cada hecho relevante alberga un conjunto de consecuencias que únicamente el propio transcurrir podría evidenciar. De ahí la centralidad de la ciencia ficción y el terror en la literatura contemporánea (pienso en este mismo año, 2025), en donde autoras como Mariana Enríquez o escritores de crítica que usan la ciencia ficción como máscara productiva, al estilo de Michel Nieva, ocupan un lugar de preponderancia en las letras nacionales. 

Sus obras coinciden con un momento en donde la desesperación cíclica de la historiografía local, que encuentra que lo argentino se resuelve en ciclos populistas-antipopulistas, quiere cerrarse con la fuerza de una ficción que sí vaya hacia algún lado: al origen de todo, como La infancia del mundo, al final abierto y dieciochesco como Ascenso y apogeo del Imperio argentino, a lo raro en el corazón de lo cotidiano de los cuentos de Enríquez, o a la rebelión organizada de lo monstruoso en gran parte de la poesía de Rita González Hesaynes. Y nombro solamente a tres personas como caminos posibles de esta literatura que abraza lo no realista en una tradición que pone en su centro a un escritor conjetural como Borges: nuestra literatura poco tiene que ver con los realismos, es más, ha planteado siempre esfuerzos por salir de ese lugar con maravilla –como lo prueban los indios de La cautiva, o el paisaje pesadillesco de “El matadero”, o los monstruos sarmientinos, hasta los torpes intentos de parecer realista de los escritores de finales del XIX, como el mejor de ellos, Cambaceres– para convertirse en ficción especulativa, en ciencia ficción, en terror, en fantástico. 

Varias son las investigaciones contemporáneas que pueden seguirse para revisar las posibilidades de las derivas del “antirrealismo”⁴, pero bien podríamos evitar abundar diciendo que hay un agotamiento de la prosa realista constante, una puesta en suspenso de sus alcances en la literatura que seguimos llamando argentina, al menos, hasta que nos dure la idea de lo nacional. Hay una patria que existe, un terreno que hemos reclamado como nuestro, y sin embargo, no hay que olvidar que su lugar está menos en el lejano horizonte que nos atosiga y mucho más en ese lugar intangible de la imaginación nacional. Tomemos estos ocho cuentos como tímidas ventanas hacia su corazón. Y sus tinieblas.



¹ Erich Auerbach, “La cicatriz de Ulises” en Mímesis. La representación de la realidad en la literatura occidental, Tr. Ignacio Villanueva y Eugenio Ímaz, México, FCE, 2014, p. 26

² Echeverría, Esteban, La cautiva, Buenos Aires, Colihue, 2022, vv. 63-76, p. 19

³ Aristóteles, Poética, Tr. Eduardo Sinnot, Buenos Aires, Colihue, 2022, pp. 65-66

⁴ Solo a modo de humilde recomendación: Ezequiel De Rosso, sin dudas, es quien lleva adelante las más interesantes hipótesis en torno al funcionamiento de la ciencia ficción argentina, mejor, latinoamericana. Puede revisarse el problema del uso del término “cf” (ciencia ficción) en nuestra producción local en el artículo “Una compulsiva fidelidad: sobre tres historias nacionales de ciencia ficción”, Revista Iberoamericana, vol. LXXXIII, nros. 259-260, abril-septiembre de 2017, pp. 265-282. Pero también es necesario subrayar el trabajo con la historia de la ciencia ficción llevado adelante por Carlos Abraham, sobre todo, en el largo tomo La literatura fantástica en el siglo XIX (Ciccus, 2015), material de consulta obligatoria; el trabajo de lector profesional que desde hace años representa Luis Pestarini en su revista Cuásarlos trabajos sobre las ficciones especulativas de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX llevadas adelante por Soledad Quereilhac, especialmente en Cuando la ciencia despertaba fantasías. Prensa, literatura y ocultismo en la literatura de entresiglos (Siglo XXI, 2016); o los grupos de investigación sobre literatura y construcción de futuros en el siglo XIX y más allá coordinados por Jerónimo Ledesma y Carolina Ramallo en la Universidad de Buenos Aires. Claro que lo aquí subrayado tiene que ver, ante todo, con aquello que llamamos ciencia ficción: en paralelo, otras investigaciones dedicadas a la literatura no realista nacional comienzan a emerger o a tener el tan adeudado reconocimiento en el marco de una perspectiva crítica que siempre ha priorizado el Imperio del realismo. 

Artículos relacionados

"La casa de las bellas durmientes es una obra esotérica"

El clásico de Yasunari Kawabata, publicado originalmente por entregas en la revista Shinchō entre enero de 1960 y noviembre de 1961, regresa en esta edición imprescindible de Seix Barral.

Estética y política en Libertad Demitrópulos

Florencia Abbate presenta la gran novela de la escritora jujeña, nacida en 1922: La mamacoca (Marea), publicada de manera póstuma y escrita en 1994, pocos años antes de la muerte de su autora.

Escribir los sueños

Elvio E. Gandolfo presenta Sueños (Híbrida) del investigador de cine, profesor y director de festivales como el BAFICI Fernando Martín Peña, …

Recuperan un cuento originalmente rechazado a Beckett

Los huesos de Eco, de Samuel Beckett, no tuvo lugar para su editor en 1934, quien lo catalogó como “una pesadilla” que perjudicaría las ventas. Editorial Godot lo recupera a la luz del paso de los años y le da una nueva oportunidad.

La tercera lengua

Matías Battistón narra la experiencia de traducir el accidentado francés de Pessoa en su primer heterónimo, dentro de El libro de la transformación (InterZona): "Un autor es un clásico cuando empiezan a respetarse sus erratas”.

El último largo poema de Wallace Stevens

"Me interesa intentar acercarme, en la mayor medida en que ello sea posible para un poeta, a lo habitual, al lugar común y lo feo": Serapis publica Un atardecer cualquiera en New Haven.

×
Aceptar
×
Seguir comprando
Ver carrito
0 item(s) agregado tu carrito
×
MUTMA
Seguir comprando
Checkout
×
Se va a agregar 1 ítem a tu carrito
¿Es para un colectivo?
No
Aceptar
×
Suscripción Eterna
Suscribite
Y recibí nuestro newsletter semanal con lo mejor del blog, todas las novedades y la agenda de la librería.
SUSCRIBIRSE