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Sara Gallardo, cronista de su tiempo

Prólogo a Los oficios

"Cuando era cronista y trotaba por todas las veredas de la capital y suburbios, [la literatura y el periodismo] no eran tan compatibles. Pero esa experiencia me enseñó a no esperar la inspiración para escribir, sino a trabajar (…) todos los días y a desgano", decía la autora de Enero. Lucía de Leone compiló y prologó Los oficios, el libro de Editorial Excursiones que aquí queda presentado.

Por Lucia de Leone.

 

Aunque todavía sigan resonando más sus libros ficcionales, Sara Gallardo (1931-1988) inició desde muy joven una larga trayectoria periodística, cuyo comienzo coincide con las innovaciones culturales que traen los años 60, y que, a escala local, se inscribe en un contexto político versátil signado primero por una atmósfera facciosa, luego golpista y, por fin, por la recuperación democrática y la primavera alfonsinista entrados los años 80.

Luego de Macaneos (Buenos Aires, Winograd, 2015), que reúne las entrañables columnas que Gallardo escribió para Confirmado entre 1967 y 1972, aparece, justo a 30 años de su muerte, este nuevo libro que pone al alcance del público muchas de las colaboraciones periodísticas (notas, entrevistas, crónicas, páginas de moda) que Gallardo escribió en diferentes momentos de su vida, desde varios lugares del mundo, en distintos formatos (algunos inventados por ella), y que salieron originalmente en publicaciones periódicas de tendencias e idearios político-ideológicos muchas veces contrapuestos.

Los oficios, así, ofrece tanto notas serias y sesudas de la revista mensual Atlántida y el diario La Nación como crónicas “domésticas” de Claudia, la revista dirigida a la mujer moderna, refinada y de situación socioeconómica acomodada, y algunas de las intervenciones que Gallardo no firmaba –encubierta bajo la desconocida “donna”– en la página de modas y otras frivolidades que se hacía ver (era a colores) y oír entre las noticias del semanario político Confirmado. “La donna é mobile” –así se titulaba– entablaba muchas veces diálogo con las célebres columnas firmadas y con fotografías de periodista estrella que Gallardo escribía, sin mascaradas ni seudonimias, en esa misma revista.

Con todo, para esta compilación no se adoptaron criterios de época ni según el medio original de salida de las notas, aunque la mayoría proviene de La Nación. Tampoco se privilegiaron los tipos de intervención de la autora (están la Sara entrevistadora, la cronista, la editorialista, la que se escabulle bajo los ropajes de una señora chic y banal, e incluso la cuentista y la autobiógrafa); antes bien se quisieron evidenciar puntos de inflexión de una vasta, compleja y heterogénea trayectoria periodística que se fue consolidando al compás de su carrera literaria, y que es de igual peso, en la escena cultural contemporánea, que su obra ficcional como marcadora de imaginarios socioculturales. Sara Gallardo fue cronista de su tiempo, y no se quedó tranquila con aquello que la época le ofrecía; fue una intérprete original –tan sensible como punzante y crítica– que supo identificar y narrar, con la imaginación y la prosa de la escritora, los hechos grandes en las pequeñas escenas de la vida cotidiana, y viceversa.

Además de erigirse como un medio de subsistencia, la profesionalización de la escritura implicó desde comienzos del siglo XX (con claros antecedentes decimonónicos) un modo particular de presentarse ante la sociedad y darse a conocer frente al público, y una forma de convertirse en especialista, esto es, poseer un saber específico sobre la propia práctica. Muchas veces fue la faceta periodística la elegida por la propia Gallardo para moldear sus figuraciones públicas, y, en ese sentido, el periodismo se constituyó en ocasiones en su profesión coraza. Ya sea porque en varias oportunidades es en calidad de periodista como prefiere presentarse (en una invitación a Alemania, desde donde envía la nota para Atlántida que aquí se publica, Gallardo decide hacerlo en sus funciones de periodista y no como escritora “ante el terror de tener que conversar con intelectuales”), o porque el periodismo se perfila como el ámbito donde moverse con mayor facilidad y libertad, y en el que tomarse las licencias que le estarían autovedadas en el espacio vocacional de la literatura.

Como se advierte desde el título, este libro pone en primer plano a Sara Gallardo Drago Mitre –cuyas vida y literatura fueron blancos de injustas y reduccionistas lecturas de clase– como una trabajadora del periodismo; esa misma que, pese a su procedencia burguesa, pese a descender de los fundadores de la Nación, tiene deseos y también necesidades, es madre de tres hijos y tiene que pagar las cuentas. Esa misma, entonces, cuya actividad remunerada no le permite esperar los raptos románticos de genialidad e inspiración ni quedar presa de interminables escenas preparatorias de escritura, sino que si justo no está trotando las calles es porque escribe a toda hora y a demanda (durante sus últimos años escribía todos los días para La Nación), muchas veces sin saber demasiado los temas sobre los que se despacha con la destreza que da el oficio, e incluso a desgano cuando el tiempo se mide según la frecuencia agotadora de las notas, los plazos de entrega y la indulgencia o no de los editores o jefes de sección. Esa misma cuyo oficio terrestre, entonces, le hace poner, tan luego, los pies sobre la tierra sea en el continente que fuere.

Asimismo, este volumen está organizado en seis apartados que funcionan como núcleos de condensación semántico-ideológica que atraviesan la producción periodística de Gallardo.

Se eligió comenzar con textos de presentación de la escritora y periodista que hubieran aparecido justamente en la prensa y que recogieran su propia voz, de modo de dejar a criterio de los lectores y las lectoras la construcción de su imagen autoral. Este primer apartado se denomina “Sara por Sara” e incluye un texto de cariz autobiográfico, “Mi maestro: un parque”, que se publica en la revista Bazar, y dos entrevistas célebres que le hicieron, una Esteban Peicovich y otra la escritora Reina Roffé, en distintos momentos de su vida y de su obra.

A continuación, “Ciudades y costumbres” recoge varias de las crónicas de La Nación escritas por Gallardo durante su temporada europea, y también las de Barcelona que publicó en la última página (un sitio de privilegio) de Claudia durante los años 80. Como su título lo indica, es la mirada de la argentina europeizada que así como se sorprende con las costumbres extranjeras o las adopta con gusto pero siempre con desconfianza (como con los clubes Mediterranée), las contrapone y/o las pone en valor según la idiosincrasia argentina y las competencias culturales que la llevan a entender o no, y a traducir con gracia las formas que se usan en Italia, por caso, para pedir un café.

Luego, en “Desactualidad política” se rinde homenaje al modo en que Gallardo caracterizaba, jocosa e irreverentemente, su trabajo periodístico entendido en términos de “lo desactual”. Más que inactuales, sus notas en general, y sobre todo las de tinte político, reinventan las relaciones entre periodismo y actualidad; no por casualidad, Gallardo sagazmente autocalificó su modo de ejercer el periodismo con una palabra que no existe en los diccionarios: “no me pidan que les hable de actualidad” es la célebre frase que ha trascendido los límites de las columnas de Confirmado para definir su práctica. En este apartado se reúnen muchas de las notas en las que la periodista reflexiona, como sujeto situado y conforme a una ética de habitabilidad, sobre la política en sentido amplio. Allí se incluyen, entre mucho más, el reportaje que Sara le hace a Makarios, el arzobispo y líder político religioso de Chipre en tiempos de enemistad y conflictos entre turcos y griegos, como corresponsal de la revista Atlántida, y la extensa crónica sobre la Alemania después del nazismo. Ambas notas ocuparon, en los medios originales de aparición, lugares, recursos y estatutos destacados: aparecen en las primeras páginas en papel ilustración, son rotuladas como notas especiales, y se ve en fotos a Gallardo en funciones periodísticas.

“Estrellas” es una zona que corta con la formalidad anterior y junta escritos sobre deportistas (Maradona triunfando en el Nápoles), artistas (Marcello Mastroianni, Gregory Peck, Federico Fellini o Herzog), personajes de historietas (Ásterix), los funerales de Jorge Luis Borges y hasta una estampa de “El Paraíso”, la vivienda cordobesa de Manuel Mujica Lainez donde Gallardo obtuvo compañía, consuelo, reparo, y se contactó con otras actividades (la enseñanza, la acupuntura, la gastronomía, el cuidado del hogar) en sus años trágicos tras la muerte de su segundo marido, Héctor Murena. También se destaca en esta parte la extensa crónica que Gallardo escribe sobre el por entonces mundo masculino del automovilismo, que surge, como buena crónica, de la mezcla entre una investigación previa y los privilegios que da el in situ: conocer los rituales de los corredores en vísperas de las carreras y su relación con las mujeres, entre otras cuestiones.

En el apartado “Donnas” se compilan algunas notas de La Nación –como “Italianas y argentinas” y “Diccionarios para los tiempos nuevos”– donde hay una temprana reflexión sobre problemáticas de género. Y también se agrupan algunas notas de “La donna é mobile”, la página de modas que aireaban las secciones políticas, económicas y masculinas que poblaban el semanario Confirmado. Era una página que Gallardo (la donna de escritorio) no firmaba y escribía en función de los informes recolectados por Flora Novillo Corvalán (la donna callejera), que visitaba los sitios en boga del Buenos Aires de fines de los 60 y mediados de los 70: codiciados boliches y refinadas boutiques  de ropa, accesorios y decoración, distinguidos espacios de recreación, actualidad gastronómica, entretenimiento, cultura, arte, destinos preferidos donde pasar las vacaciones y sitios donde encontrar las más recientes tecnologías en salud, belleza, higiene para la mujer. Esta página diseña, así, una imagen de autoría asistida y espiralada, en tanto se van conectando distintas capas o niveles de información, anotaciones, impresiones, que son irradiados hacia un mismo centro autoral donde se los procesa, reelabora y traduce en escritura con el sello Gallardo. Con todo, esta sección femenina que, aunque dirigida principalmente a la mujer consumista y pudiente cifrada en la figura de la mujer del ejecutivo, traía siempre un plus formal, discursivo y también temático-ideológico sobre modos no anquilosados de narrar y concebir el amplio universo femenino, que la hacía diferente de la estética, el concepto y el proyecto editorial de otras revistas para la mujer más convencionales, y hasta la convertía en materia de interés, ya fuera para ensalzarla o amonestarla, de muchos lectores varones.

El corolario de este volumen es “Ficciones”, que rescata dos colaboraciones aisladas en medios de circulación masiva que constituyen excepciones literarias de Gallardo en la prensa. Un cuento muy breve e ilustrado, titulado “La Miss”, que aparece en 1963 en La Nación, y “La princesa del río”, un relato que reconstruye la vida de Elisa Brown, la hija del Almirante Guillermo Brown, y que se publica en 1966 en un número extraordinario de la revista para mujeres Karina dedicado a la Navidad y el verano. Relatos que quedaron perdidos entre esas páginas y que se vuelve ineludible anexar a su obra literaria conocida hasta hoy. En particular, “La Miss”, que cuenta la historia del encuentro en la plaza de juegos entre una niña bien y un chico del conventillo y que se publica en la prensa el mismo año en que sale Pantalones azules (1963), su segunda novela, esa misma que podría estar narrando esa historia pero al revés, como si hubieran pasado los años, a partir de los cruces conflictivos entre un joven nacionalista católico y una judía proletaria, de clases, costumbres y procedencias diferentes en la Buenos Aires modernizada de los 60 y de comportamientos sexuales más laxos.

Por último, se recuperan algunos de los textos que agasajan a la escritora y periodista argentina, unos días después de su fallecimiento en Buenos Aires el 14 de junio de 1988: la semblanza que escribe Jorge Cruz, el sentido poema que le dedica su amigo Alberto Girri, y las palabras de homenaje del por entonces presidente de la SADE durante sus funerales.

En definitiva, este nuevo volumen aglutina bajo un mismo signo a la reportera maravillada con la Nápoles blanca y celeste de Maradona, que habla tanto de fútbol y automovilismo como de la minifalda, Mary Quant y Jackie Kennedy; a la cronista que reseña el entierro de su escritor preferido, que se topa con políticos del otro lado del mundo y los entrevista con grandeza vaya a saber en qué lengua; a la periodista que propone un diccionario femenino para los tiempos modernos al mismo tiempo que narra la cotidianeidad de la vida en Barcelona junto a sus hijos, su perra, su trabajo y el lavarropas.

Los oficios constituye, así, una edición contundente y sugestiva que viene a completar todo el proceso de revalorización que desde ya hace varios años le hace justicia a Sara Gallardo. Del mismo modo que sus ficciones, el periodismo de Gallardo no asegura tranquilidad y es rebelde a encasillamientos predeterminados; se trata de un periodismo oficioso pero que macanea con desfachatez, que se expide ejemplar y burlescamente sobre todos los temas, desde una posición enunciativa inventada que va en contra de lo que se sospecha debe ser “una periodista”.

Si queda demostrado que, al menos desde la publicación de la Narrativa breve completa (Buenos Aires, Emecé, 2004) que preparó y prologó Leopoldo Brizuela, ya los estudios críticos no pueden hacer caso omiso a las ficciones de Gallardo (como sucedió conforme a ciertos procesos extraños, heterosexistas y patriarcales de canonización), cualquier estudio integral del periodismo escrito argentino desde la segunda mitad del siglo XX no podrá pasar por alto que toda esta vasta producción periodística –qué dudas cabe de la escritora que inventó el habla del indio Esiejuaz– creó un estilo.

Lucía De Leone

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