Para leer Odile, de Raymond Queneau
Por Rafael Cippolini
Jueves 22 de octubre de 2020
"El narrador exhibe escrupulosamente su historia, o mejor dicho todavía: la historia de su historia": Rafael Cippolini nos presenta en este extracto de su prólogo la exquisita novedad de Leteo, una novela de Queneau traducida por primera vez en Argentina, en versión de Pedro Rey.
Por Rafael Cippolini.
I. El joven Queneau
Zazie en el metro en retrospectiva. Queneau, modelo de entreguerras. Publicaciones seminales. Fábula y autobiografía. En los confines de lastinieblas. El proyecto de los Locos Literarios como primer intento de ajuste de cuentas con el surrealismo. Amistad y ruptura con Georges Bataille. Los grupos excéntricos antes de la Francia Ocupada. ¿Conoce usted París? Los hijos del viejo Limón.
1959 es el año de la refundación oficial y total de Raymond Queneau (1903-1976): al éxito crítico y editorial de Zazie en el metro, se le sumará meses después, la exitosa comedia de igual título con puesta del popular Olivier Hussenot y casi enseguida, ya en 1960, su adaptación cinematográfica, dirigida por Louis Malle y protagonizada por Catherine Demongeot.
Éxito de ventas, de taquilla, suceso de medios, y además, diversificación de lectores. Como si poco fuera, a menos de un mes del estreno de la película, Queneau inauguraba formalmente Oulipo, su célebre Obrador de Literatura Potencial al que nos referiremos luego 1. Pero (siempre hay más de un pero, simplemente hay que buscarlos) para aquellos que seguían su obra desde décadas atrás, todo este jolgorio disimulaba, corría de foco, otros ingredientes bastante más interesantes. Reexaminado de cerca el conjunto, no se necesitaba tanta perspicacia para advertir algo muy parecido a una simpática manipulación: fue así que empezó a gestarse la sospecha (llamémosla, con un poco más de elegancia: hipótesis) que sugería que el editor enciclopedista de Gallimard podía estar aprovechando este más o menos inesperado impulso para rearticular, y a la vez profundizar, un proyecto de más larga data, en el cual todos sus nuevos fans y entusiastas no lucían más que como un pintoresco y aggiornado anexo, en vistas a una táctica súbita que hace tiempo guardaba en carpeta para accionar en el momento preciso.
Zambulléndose sin demasiado esfuerzo en las zonas sumergidas del iceberg, los más avispados (por enterados), enseguida visualizaron rastros de antiguas estrategias del joven Queneau, treinta y tantos años antes, en el fecundo y no menos alborotado período de las entreguerras.
Veamos un poco más. Corría 1933, Queneau inauguraba su treintena, estudiaba con Alexandre Kojève, se analizaba desde un año antes -su relación con el psicoanálisis todavía es una demorada cantera para más conjeturas-. El 11 de octubre había publicado su primer libro (Le Chiendent, la más extensa de sus novelas, donde todos sus temas recurrentes ya están plasmados), y seguía trabajando, desde hace tres años, en un proyecto más o menos discreto, toda una declaración de principios, y ante todo un enérgico subrayado que daba cuenta de su paso por el surrealismo.
Se trataba de un extenso estudio monográfico que permaneció mucho tiempo inédito, sobre una figura tan ambigua por peculiar: los locos literarios (Les fous littéraires). Científicos franceses alienados del Siglo XIX, “una enciclopedia de Ciencias Inexactas”, inspirada por la figura de Pierre Brissety 2 sus peculiarísimas teorías, más una larga lista de escritores con trastornos mentales que desarrollaron a su peculiarísimo modo un conocimiento exorbitado. Una temprana investigación cuyo origen debe rastrearse en su paso por el grupo de André Breton y sus posiciones divergentes. Como anota Madelaine Velguth, “En cierto modo,las investigaciones de Queneau fueron una continuación de los trabajosemprendidos por este grupo, pero se distinguen de ellos por su rigorcientífico, su espíritu de análisis, y su deseo de comprender. Para Breton,la locura servía de arma en su lucha contra la razón, mientras quepara Queneau no se trataba de locura, sino de hombres.” 3 Una labor de años realizada en la Biblioteca Nacional cuyo fin era reformular la categoría de Locos literarios -fraguada en el siglo anterior por Charles Nodier, Octave Delepierre y Auguste Ladrague, entre otros-, seleccionando textos fronterizos según los siguientes criterios: que su obra hubiese sido publicada, que no tuviera ni maestros ni seguidores, que no presentaran rasgos místicos.
Mientras escribía estas páginas, que notoriamente influyeron en todos sus primeros libros de ficción, uno de sus mayores interlocutores fue Georges Bataille, quien entonces dirigía la revista Documents y cuya disidencia con Breton constituía una causa común. No duraría demasiado: en 1934 ya estaban distanciados.
Ese año nace su hijo Jean-Marie y publica su segunda novela, Gueule de pierre (Mandíbula de piedra). Como dijimos, todo por lo que Queneau será reconocido en el futuro y festejado en tiempos de Zazie, se gesta en estos años. En 1936 editará su tercera novela, Les derniers jours (Los últimos días) y comienza a publicar en el diario L’Intransigeant su columna ¿Conoce usted París? 4, crónicas breves de deambulación por la Ciudad Luz, que se convertirán en piedra de toque de toda su narrativa, y brillarán, décadas después, en las travesías de su obra consagratoria: todas ficciones desarrolladas a partir de incesantes caminatas.
Llegamos entonces a 1937, año de grandes reconfiguraciones de disidencia surrealista. Bataille funda, junto con Roger Caillois y Michel Leiris, el Colegio de Sociología, casi en simultáneo con la revista Acéphale. Queneau también se apunta un doble, pero doble editorial: el extenso poema autobiográfico Chêne et Chien, publicado por Denoël, y la novela que hoy nos ocupa, Odile, editada por Gallimard. Observemos estas dos apuestas más de cerca: es fácil descubrir estas facetas como complementarias. Veamos: por una parte, la experimentación formal autobiográfica (los juegos de palabras, los retruécanos y las resonancias silábicas al extremo, con todo lo que cifran), y por otra, la autobiografía ficcional de guerra, en la que cada elemento es un arma diseñada para distintos blancos móviles, pero por sobre todos uno: el monolítico Anglarès, máscara tras la que apenas se disimula la figura de un viviseccionado André Breton.
Antes de que los nazis ocuparan Francia, Queneau por fin publicaría, en 1938, Les enfants du Limon , que no es ni más ni menos que la opción novelada de su proyecto de Locos Literarios. 5
Muy activo, comienza a formar parte, por la misma época, del comité de lectura de Ediciones Gallimard.
Es muy notorio que el enciclopedista disidente acabara por conquistar una nueva trinchera, aunque posiblemente esta haya sido mucho más sutil, aunque nunca menos desaforadamente retórica.
Un golpe de dados nunca desestabilizará un radar.
II. Topografía del París surrealista
¿Voz narrativa? Una novela acaso de deformación. El camino de Bou Jeloud a Bad Fetouh. La ruptura con André Breton. Autorreferencialidad y autobiografía. Mucho Zeitgeist comprimido. Estrategias de cooptación: guerra de guerrillas freak en los albores de las vanguardias. Un movimiento de expurgados. Un cocodrilo bajando una escalera. La teoría de los fenómenos infrapsíquicos frente a la singularidad matemática.
No sería nada justo afirmar que Queneau cultivó una voz narrativa. Deberíamos explicarnos mejor: el Maestro Enciclopedista actuó casi siempre como un recolector de voces, cosechas varias de sus múltiples travesías urbanas. Donde sí se advierte una ingeniería de estilo es en la prueba incesante de recursos con que fue tratando a cada una de estas voces recolectadas.
Su muestrario ejemplar, jocoso por virtuoso, se titula Exercices de Style (Ejercicios de Estilo, 1947): un pantone tipográfico y musical que bien podría ser fichado como “estudios de casos vocales” en tanto clasificación desparpajante de muy diversas convenciones sociales.
Recordemos que Odile fue concebida como un instrumento de guerra. Antes que nada, al modo de una serie de batallas contra sí mismo, con aquél que fue mientras frecuentaba a los tempranos surrealistas. En varias oportunidades enfatizará que no se trata de una novela en clave (roman à clef). Por supuesto, no debemos tomarnos en serio esta opinión. Mientras avanzamos en su lectura, es imposible no pensar qué referencias nos estamos perdiendo por no tener, precisamente, la llave necesaria.
Y más aún, para detectar que mensajes ocultos -plenos de complicidad- dirigidos a otros disidentes quedarán en esas superficies escritas como un secreto involuntario de nula resolución.
Lo que sí resulta incuestionable, es su modo de ajustarse a los modales de época del formato bildungsroman (novela de aprendizaje o formación), aunque tratándose de nuestro autor, más preciso sería referirnos a una novela de deformación. No sólo por su tráfico e intercambio constante entre lo real-biográfico y lo fabulado, sino más bien por sus reiterados ejemplos de incomunicación casi programática: cada personaje escucha e interpreta a los demás sin intentar conciliar nada que se parezca a un acuerdo de sentido.
Lo constatado: Queneau conoció a Breton hacia fines de 1924, inmediatamente después de que se diera a conocer el Primer Manifiesto Surrealista. Pronto tuvo que asumir las responsabilidades del servicio militar como Suavo (Zouave), o sea como miembro de la infantería francesa, en territorio de Marruecos (inicialmente en Batna y Rif, más tarde en Fez). De esta experiencia, su alter ego en Odile bien podría hacer suyo el título de Erik Satie: se trata, ni más ni menos, de las Memorias de un amnésico.
Seamos justos: nada que se confunda con una amnesia decorativa; más bien de otro tipo, que funciona como la tabla rasa perfecta para reingresar al surrealismo sin vestigios de interferencia.
Primera diferencia fabularia: su alter ego conoce a Anglarès (recordemos, reconstrucción de la persona-personaje de André Breton), al poco tiempo de regresar a París, con la memoria arrasada como condición necesaria. En los hechos, el reencuentro tiene lugar en 1927. Hacemos referencia, claro está, a los tiempos de la Central Surrealista. Hacia 1929, o sea, en el transcurso de dos años, se produce la ruptura definitiva. Consultado en distintas ocasiones, Queneau dirá que los motivos fueron diferencias personales. Igual argumento anecdótico se narra en la novela.
Tratándose del grupo bretoniano -o anglaresiano-, la sístole es infinitamente menos significativa que la diástole: la gran masa surrealista (exageración ex profeso) se reconoce habitualmente en la eyección, no en la inclusión. No deja de ser toda una declaración de principios que nuestro autor utilice el género literario más menospreciado por el líder monocular: las historias de amor y de aprendizaje que constituyen esta novela toman forma cuando los mecanismos de exclusión adquieren protagonismo.
Porque por las distintas cosas que Odile trata, puede que se imponga como la primera novela-testimonio en clave ficción sobre la dinámica de expulsiones como motor base de la experiencia surrealista. Es que la autoeyección de Roger Caillois y los porotos saltarines (detallada en su libro Intenciones 6) ha sido de las más didácticas por inolvidable.
No estoy develando ningún elemento caro al plot general si comento que, aquello que no deja de enfatizar el protagonista es su constante distancia con todo lo existente e inexistente –sobre todo con él mismo-, como si un campo magnético lo aislara más que protegiera, confundiéndose estos síntomas con los de un impostergable desgano. Del surrealismo, si algo parece atraparlo, es su zeitgeist, en tanto y cuanto este movimiento parece rendido a metabolizar todo excéntrico o marginal aire de época mientras se avenga a sus intenciones infrapsíquicas. Bien visto, Roland Travy (alter ego queneauniano) parece estar maravillosamente equipado para imantar todo tipo de zeitgeist desconcertante durante sus vagabundeos por la bohemia y los bajofondos parisinos.
Como veremos, Anglarès se interesa inmediatamente por Travy, en su cruzada por sumar más potencias a su causa. Queda prendado de lo que podríamos definir como un inconciente matemático, artefacto letal que imagina muy útil en su guerra de guerrillas contra la sociedad burguesa. Travy pondrá en escena un ambiguo interés hacia la lista de la Revista de Investigaciones Infrapsíquicas que integrará a la brevedad, junto a todo tipo de grupúsculos marginales y secretos, ajenos por definición a cualquier tipo de oficialidad: olisistematizadores, co-materialistasfenomenófilos, telepáticos dialécticos, simpatizantes piatilectianosno reformados, antropósofos discordantes, disociados polivalentes,yugoslavos anticoncepcionales, espiritistas paralíticos, etc, etc, etc.
Travy (o su malhumor, o su inestabilidad épica) parece entender pronto que la utilidad y el sentido de las cooptaciones enumeradas por Anglarès funcionan, básicamente, en modo lista.
Se percata que sus oscilantes formulaciones provenientes de ese inconsciente matemático son, ante nada, enumerativas, un renglón o entrecomillado entre otros tantos en la lista de Anglarès, en lo que se atisba como una superlativa abundancia en términos de singularidades desquiciadas. También parece tener claro que su inconsciente matemático es a la vez un karma, un padecimiento de su timidez, y un curioso -por paradojal salvavidas abstracto, que lo salva de hundirse en la inutilidad y dudosa factibilidad de sus cálculos. ¿Una suerte de ciencia imaginaria fundada en la inutilidad? Tome nota el lector también de esto último, porque volveremos sobre el punto.
Con los años, la versión oficial nos dice que Queneau hizo las paces con el surrealismo. Es decir, con su paso y con las influencias del movimiento.
Creerle o no creerle, también es parte de la ficción. Y de los buenos modales literarios.
1El film de Louis Malle se estrenó el 28 de octubre. Oulipo se inauguró oficialmente el 24 de noviembre.
2Jean-Pierre Brisset (La Sauvagère, 1837-1919), sus estudios autodidactas sobre las ranas como antepasados de la humanidad fueron celebrados y analizados por André Breton, Jules Romains, Marcel Duchamp y Michel Foucault. En 2001 sus Obras Completas fueron reimpresas en Dijon por Les Presses du Réel, bajo el cuidado de Marc Décimo.
3Au confins des ténèbres. Les fous littéraires francais du xix siècle. La historia de este original es muy curiosa. En una versión de 400 páginas mecanografiadas, Queneau la concluyó el 20 de febrero de 1934. La presentó a varios editores (Gallimard, Denoël) pero fue rechazada. Finalmente fue publicada por Gallimard en el año 2002, y por la Asociación Española de Neuropsiquiatría, con el título de En los confinesde las tinieblas. Los locos literarios, en 2004.
4Algún día, los exégetas del Situacionismo y la Psicogeografía, deberían al menos admitir la deuda que todavía guardan con este pionero ejemplar.
5Fue publicada por la Editorial Losada en 1970, con el caprichosísimo título de Los hijos del Viejo Limón, en traducción de Emma P. de Zappetini.
6Roger Caillois, Intenciones, editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1978.
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