Notas sobre literatura
Por Martín Kohan
Miércoles 29 de marzo de 2023
El escritor, que estará a cargo del discurso de apertura de la próxima Feria del Libro, entrega aquí una nueva columna de su serie.
Por Martín Kohan.Fuente foto: Página/12
Por los lugares que ocupó, por las escenas que presenció, por los hechos de los que formó parte, por las conversaciones que mantuvo: es evidente que Juan Manuel Abal Medina (padre) tiene mucho que contar sobre ese tiempo tan especial de la historia política argentina, los años del exilio de Perón, los años de su vuelta al país, los años de su vuelta al poder, el tiempo oscuro de su muerte y de todo lo que siguió a su muerte. No sorprende, por lo tanto, que aparezca un libro suyo, bajo ese pacto de lectura que es propio del género de los testimonios: el que vivió los hechos, y por haberlos vivido, va a contar lo que pasó. En tales casos, sin embargo, no basta con narrar: además hay que escribir. Y es usual que las figuras públicas que asumirán la autoría del libro cuenten, para su elaboración, con la ayuda de un escritor fantasma, uno que escuchará y redactará, uno que grabará y transcribirá, uno que no habrá de figurar en ninguna parte. Es el que escribe, pero no es el autor.
Ahora bien, en el caso de Abal Medina, y según reveló él mismo en una entrevista de Diego Genoud en Radio con Vos luego reproducida por eldiario.ar, ocurrió algo ciertamente significativo. Abal Medina, después de probar la modalidad establecida de labor conjunta, prefirió desprenderse de su ghost writer y continuar escribiendo solo, aun sabiendo que, de esa manera, y según él mismo admitió, el libro iba a quedar peor escrito que si se hubiese dejado ayudar. ¿Por qué tomó esa decisión? ¿Por qué descartó la opción del libro mejor escrito y se inclinó por la del libro peor escrito?
La explicación que él brindó fue la siguiente: “Seguramente podría estar mejor escrito. Lo hice en muy poco tiempo, unos tres meses. No lo hice con apoyo de nadie, que me proponían que me lo escribieran o cosas por el estilo. Hicimos un intento, pero no me gustó, no me sentía yo. Había un texto muy bien escrito, seguramente mejor que lo que yo escribí, pero esto es todo y soy yo el que habla claramente. Tengo la conciencia tranquila de que fui de una sinceridad lineal”.
Eso quería Abal Medina: que el texto plasmara claramente su yo, que fuese lineal en su ser sincero. Es decir, con otras palabras, que no hubiese literatura de por medio. O que no hubiese esa mediación que es lo propio de la literatura, ahí donde la literatura lo que hace es evidenciar eso que otros discursos mitigan o disimulan: la mediación de las palabras, la del lenguaje y sus formas. “Tengo una enfermedad, veo el lenguaje”, escribió alguna vez Roland Barthes. Y definió la literatura de manera más que admirable. La percepción del lenguaje mismo, de esas formas que lo hacen visible, la manifestación de su propia existencia es lo que constituye en buena medida la experiencia literaria como tal.
Los textos no ficcionales están hechos de lenguaje también, eso es obvio, y hay que ver qué pacto de lectura proponen al respecto (el prólogo de Rodolfo Walsh a ¿Quién mató a Rosendo? asume en este sentido una importancia capital para la literatura argentina), porque entablan una relación distinta con la verdad (la objetiva y la subjetiva: la verdad de los hechos y la verdad del yo) que la que se establece desde la ficción (a menos que se confunda, como alguno que otro confunde, tal vez por fallas en la escuela media, la ficción con la simple mentira). ¿Cuándo y cómo se necesita la mediación de las palabras, su poder de producir efectos, la eficacia que detentan desde lo que ellas mismas son? ¿Y cuándo y cómo se las siente, en cambio, como un problema, como un obstáculo, una obstrucción, un espacio a despejar lo más posible?
Abal Medina quería hacer que su yo apareciera de manera absolutamente directa, que fuera claro, que pudiese él mismo sentirlo. Y quería que la sinceridad de su texto además fuese lineal. Para eso, y no diría que se equivocó, dejó de lado la literatura. Hizo lo que tenía que hacer: sacarla del medio.