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Los hombres y los animales

Por Fernando Aramburu

"Tiene razón Andrea Camilleri, autor de este libro, cuando en la nota final expresa el temor a que, en el futuro, una máquina nos permita conocer la opinión de los animales acerca de los hombres": el prólogo a La liebre que se burló de nosotros (Duomo Ediciones).

Por Fernando Aramburu. 

 

 

Tiene razón Andrea Camilleri, autor de este libro, cuando en la nota final expresa el temor a que, en el futuro, una máquina nos permita conocer la opinión de los animales acerca de los hombres. No hace falta ser muy imaginativo para pronosticar que dicha opinión será negativa.

Acaso podamos atribuirle una parte de nuestra culpa a la Naturaleza por haber incluido nuestra especie entre las muchas que se alimentan de carne y pescado. Sin embargo, esta circunstancia apenas alcanza a explicar una parte de nuestra relación con los animales. Porque lo cierto es que el ser humano destruye el espacio natural de estos, sin perdonar las selvas remotas ni los fondos marinos, y no falta quien los maltrata, sirviéndose incluso de ellos para espectáculos públicos en los que a menudo se ejerce la crueldad con fines de entretenimiento.

Los doce cuentos reunidos en este volumen bajo el título de La liebre que se burló de nosotros nos muestran que es posible una relación distinta, más respetuosa y armónica, con la fauna de nuestro entorno.

Andrea Camilleri los escribió con un lenguaje fácilmente comprensible, pensando en sus bisnietas y, de paso, en cualquier niño y adulto aficionado a la lectura. En todos los cuentos, las personas y los animales comparten protagonismo en un ámbito a menudo familiar. Son historias, recuerdos, episodios, que ocurren en el país del autor, Italia, dentro de la casa o en parajes campestres localizables en el mapa: Sicilia, la Toscana, etc.

Conviene precisar que Andrea Camilleri no puebla sus cuentos con criaturas propias de las fábulas. Por las páginas de este libro no deambulan dragones ni animales fantásticos; antes al contrario, gatos y perros, cerdos y aves y otras especies con las que cualquiera de nosotros está familiarizado desde una edad temprana.

Estos animales, a veces domésticos, a veces silvestres, no se comportan como seres humanos. No hablan, ni conducen automóviles, ni llevan sombrero. Y como no están personalizados, distan de simbolizar valores morales establecidos por la lógica humana. El autor no los ha incorporado a sus historias para que representen el bien o el mal. Son, pues, idénticos a los animales que conocemos fuera de la literatura. Son hermosos, a veces sagaces, con frecuencia ágiles, capaces incluso de la lealtad y el agradecimiento instintivos.

Si llevan nombre es porque se lo han puesto sus dueños. Si viven dentro de una casa es porque los han domesticado. Son, simplemente, animales; provistos, eso sí, de cierto grado de sensibilidad que en ciertas situaciones les permite comunicarse de forma rudimentaria con las personas. Así el gato llamado El Barón, que muestra claro afecto por una de las hijas del autor, o el papagayo capaz de imitar la voz del propio Camilleri. Encontraremos incluso un grupo de cerdos a los que una borrachera fortuita inducirá a sumarse a un banquete de personas que saldrán huyendo espantadas. En todos los casos, las narraciones permanecen en el plano de la realidad, de manera que todo lo que se cuenta en ellas podría haberles sucedido a los lectores.

La liebre que se burló de nosotros entra de lleno en la categoría de libros que merecen el calificativo de deliciosos. Uno percibe ternura y bondad en el tono afable del narrador. Sus historias, variadas y sorprendentes, tienen la virtud de la amenidad. Pero más allá de los buenos ratos de lectura que nos puedan deparar, apelan directamente a nuestra conciencia, invitándonos a conocer más de cerca a los animales y a mirarlos con ojos distintos de los del depredador. A mirarlos, en definitiva, con un cariño que beneficiaría tanto a los animales como a las personas.

 

 

 

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