La ferocidad del lenguaje
Germán Carrasco
Arroyo & Carrasco
Martes 27 de setiembre de 2016
"La poesía de Germán Carrasco es imagen y a la vez semejanza de un estilo propio", dice el editor de Alquimia para presentar un puñado de poemas del libro Mantra de remos.
Texto y selección de Guido Arroyo.
La poesía de Germán Carrasco es imagen y a la vez semejanza de un estilo propio, forjado por siete contundentes poemarios y un volumen de ensayos que destilan reflexión, ironía y una rara belleza. Sus poemas situados interpelan al lector porque intervienen cualquier idea fija, cualquier postura ética o política acomodaticia. La voz en su poesía es una cámara en movimiento que matiza lo registrado mediante gruesas bibliotecas más anglosajonas que castizas, y no da licencias a cualquier versión de la inocencia. En esta poesía, el mundo privado al que asistimos sitúa sus límites en la ferocidad del lenguaje, y hacer emerger en el poema los accidentes territoriales, los barrios periféricos, reflexiones sobre poesía y política y, a veces, una intimidad que cree que se puede –o se debe– rezar sobre la montaña.
Creo que sería injusto pensar en Carrasco como parte de una generación. Si bien la pulsión académica por la taxidermia lo ha relacionado con la generación de los noventa, sus libros están muy afuera del estilo a ratos monocorde de los poetas que sí son parte de esa generación. Pero tampoco es una isla, porque para bien o para mal su obra hace escuela y como el mismo Germán dice hay muchos “carrascismos” operando en diversos libros. Haber trabajado en la edición de su último libro, Mantra de remos, fue un proceso intenso y entrañable. Carrasco es un pesado querible, entrañable, y dialogar con él supone ejercer el boxeo retórico matizado por el consumo de bebestibles, a veces demasiados, que como decía Diógenes humedecen el cerebro. También es un aprendizaje continuo sobre la música del poema, la prosodia interna que el cuore ejerce en las sílabas. En fin. Podría repletar la pagina de anécdotas y elogios, pero seguro Carrasco me llamará para cuestionar cada uno de ellos, así que mejor dejo alguno poemas de Mantra de Remos, y paso el dato que editorial Lumen acaba de publicar una antología de su obra.
Regalo
Te lo juro que quisimos guardarte el papelito
en donde los médicos nos recomendaron
que anotáramos las contracciones,
los lapsos de tiempo que se estrechan
hasta que llega el momento de partir al hospital:
eso queríamos, para enmarcarlo y regalártelo
cuando crecieras
pero fueron intensos los relinchos de tu madre
y en el nerviosismo y la prisa, perdimos el regalo.
A cambio te cuento esto, espero aceptes.
Gritos en la acústica de las baldosas
del Hospital Italiano –Gascón y Potosí–
como el graznido de un ave que anuncia
la urgencia de la mañana,
una gárgola que te avisa algo con un grito
o un ave rapaz que te deja muy claro
que la montaña
le pertenece.
El taxista –desde entonces los miro
por si veo nuevamente al padrino circunstancial–
era de película gringa:
se sentía un héroe,
pasaba luces rojas
y sacaba las manos por la ventana
para avisar con voz de barítono porteño tu llegada.
Atacama
El gris inmenso del desierto
ocupa todo el plano.
Toda la soledad del planeta
o un territorio extraterrestre.
Aparece lentamente en cuadro
una escolar hermosa
con una blusa impecable
y mirada limpia.
Lleva, a modo de bandeja,
una maqueta de la vía láctea.
El camión de la basura
Como europeo ante el canto de una india
o cubano en un supermercado
en estado de completa alucinación
o como un niño de un pueblo perdido
cuyo único espectáculo era ver
el camión de la basura,
el primer camión de basura
con compresor
que había llegado al pueblo.
El camión apisonaba el material
con planos morosos, a la rusa,
Loznitsa, ponte tú, o Sokúrov.
El susurro mecánico vociferaba
áfono la palabra
devenirrr
con rugido de monstruo de manga
o de académico con estrella de sheriff
o una mezcla de ambas cosas.
como europeo ante el canto
de una india hermosa
o cubano en un supermercado.
Así, o como un campesino
que mira con binoculares
el funcionamiento de la grúa,
así deberías ver el mundo.
como europeo ante el canto de una india
o como cubano en un supermercado
en estado de completa alucinación
o como niño de un pueblo perdido
cuyo único espectáculo era ver
el camión de la basura,
así deberíamos ver el mundo
porque no hay dos cosas iguales,
razón por la cual escribir o filmar
cualquier ítem de la realidad
es suficiente:
un pícnic en la playa o el río por ejemplo;
madre no tenía bañador, se descalzó,
animal plácido rodeado de cachorros.
Pero no se trata de detener la cámara
con parsimonia o transcribir
lo que se te venga en gana:
el gastadero en tinta o celuloide
da vértigo, vergüenza, culpa.
No me puedo sacar de la cabeza el camión ese.