"El poeta es un fingidor"
Antología de poemas de Pessoa
Lunes 25 de abril de 2016
Bilingüe e ilustrado maravillosamente por Adolfo Serra, Nórdica libros publica Un disfraz equivocado, que reúne distintas voces del gran poeta portugués, con selección y prólogo de Martín López-Vega.
Por Valeria Tentoni.
Pessoa, como Hemingway, escribía de pie. De pie y de un tirón, en una noche, por ejemplo, escribió uno de sus libros más preciosos, más prístinos: El guardador de rebaños. “Fue el día triunfal de mi vida, y nunca volveré a tener otro igual”, sabía el maestro portugués. Con la treintena de poemas que lo componen apareció, al unísono, uno de sus heterónimos, al que consideraba su maestro: Alberto Caeiro. Suyo y de los muchos poetas que vivían en el baúl de su mente. El poeta demiurgo, que se turna para ser todos a la vez en cada uno: “¡Qué bien poder sublevarme en un comicio dentro de mi alma!”, leemos en uno de los poemas que firmó como Álvaro de Campos.
Un disfraz equivocado funciona como uno de esos cristales colgantes transparentes que, al ingresar la luz en ellos, disparan arco iris en las paredes. Es un vidrio solo, incoloro, pero cada lado promueve una proyección maravillosa. La antología selecciona y agrupa lo mejor de la poesía de Pessoa, y estuvo a cargo del poeta y crítico Martín López-Vega. La edición es bilingüe, cosa que siempre se agradece aun cuando no se lea del todo la lengua de origen; hay algo que se repone en ese gesto editorial, una línea directa de contacto con el autor que revive, la posibilidad del rastreo.
Con delicadeza y buen ojo quedan presentados sus principales heterónimos, que pueden ser además leídos partiendo de los preliminares en los que López-Vega bosqueja un perfil de ese escritor multiplicado que miraba por la ventana la vida pasar. Pessoa, el hombre que “nació cuantas veces quiso”, el de El libro del desasosiego, que en uno de estos poemas redactaría: “Pero mi tristeza es sosiego / porque es natural y justa”. El que parecía haber renunciado —por su modo de conducirse— a la aventura de la vida, del amor, en la seguridad al estilo la luz interior que escribió George Harrison (“llegá sin haber ido”), le hace escribir a Caeiro: “Yo nunca guardé rebaños; / pero es como si los guardase”. Estaba ese en Pessoa, pero también estaba el que añoraba, en otro de sus poemas:
Poder reír, reír, reír abiertamente
reír como un vaso inclinado,
absolutamente loco solo por sentir,
absolutamente roto por rozarme contra las cosas,
herido en la boca de morder cosas,
con las uñas ensangrentadas de agarrarme a cosas.
Y después dadme la celda que queráis; que yo recordaré la vida
“Se llega a la sinceridad después de una serie de pruebas diferentes, de máscaras distintas. El punto de llegada es la máscara que coincide con tu rostro”, decía Calvino. “Hice de mí lo que no supe, / y lo que podía haber hecho de mí no lo hice. / Vestí un disfraz equivocado”, leemos en su poema “Estanco”, que firma también como De Campos. Ese poema célebre comienza diciendo:
No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de eso, tengo en mí todos los sueños del mundo.
Ilustrada por Adolfo Serra, la opción para la portada fue un juego visual con el primer poema que aparece: “Me quité la máscara, y volví a ponérmela. / Así está mejor: así, sin la máscara”. Vemos a un hombre, de traje, corriendo el frente falso de su cabeza, lo que deja ver el universo bullente de garabatos de una conciencia. Hay un fuego naranja detrás de los ojos, hay como unas plumas a espaldas del hombre de la portada. Son las mismas pinceladas que usa Serra, en los interiores, para dibujar las plumas de las colas de los pájaros -la huella de su desintegración en el mundo de las cosas que pueden ser vistas, únicamente, de frente.
Si tienen que hacer un regalo delicado, excelentísima opción.
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