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Iván Turguéniev, maestro indiscutible del verbo elegante

Compartimos la presentación de los Relatos fantásticos del maestro ruso, publicados por Adriana Hidalgo Editora, con elección, traducción y prefacio de Luisa Borovsky.



Por Luisa Borovsky.



Iván Turguéniev, maestro indiscutible del verbo elegante, amigo de Flaubert y Maupassant, contemporáneo de Gógol, Dostoievski y Tolstói, es sin duda uno de los más notables autores de la fecunda literatura rusa del siglo XIX. 

La obra de Turguéniev se desarrolla en un periodo impregnado por el debate sobre grandes temas políticos y sociales –la autocracia, la servidumbre, el rol de las clases ilustradas, el nihilismo, la polémica entre eslavófilos y occidentalistas– y no es ajena a los avatares del momento. Si en sus primeros escritos rinde tributo al romanticismo –se percibe la influencia de Lérmontov en el contenido, de Pushkin en la forma–, más tarde el realismo gana terreno, enfocándose en dos protagonistas centrales de la época: el campesino y el hombre superfluo, perfiles que el autor conoce de cerca por haber pasado sus primeros años en la finca familiar y por ser condiscípulo de esa elite ilustrada pero inconstante y complaciente cuando se trata de actuar para conseguir las reformas que predica. Así, en títulos como Relatos de un cazador y Padres e hijos denuncia las deplorables condiciones en que viven los siervos y pone en evidencia la dudosa ética del intelectual liberal, sensible pero débil de carácter. 

Sin embargo, como señala Vladímir Soloviov, y más tarde Roger Caillois y Tzvetan Todorov, el siglo XIX –cuando el triunfo de la lógica científica no admite la existencia de fenómenos no explicables– es también un periodo de auge de la literatura fantástica. Tal vez, porque el concepto de fantástico se define precisamente a partir de su relación con lo real: lo fantástico es el desconcierto, la duda, la brecha que en un mundo estructurado a partir de las leyes naturales crea un acontecimiento en apariencia sobrenatural, que obedece a leyes desconocidas. Es aquello que evoca asociaciones ancestrales, fuerzas irreconciliables, nocturnas, demoníacas, que cuestionan el positivismo decimonónico, y en la literatura, toman por asalto las verdades de la novela realista. No es extraño entonces que Turguéniev, reconocido por su racionalismo “occidental” y a la vez, como dijera Maupassant, “estimado (…) por su candidez, siempre bondadoso y siempre un poco sorprendido”, escribiera cuentos fantásticos. 


Mientras la ciencia, la filosofía, la actividad del intelecto crean nihilistas, el autor se siente atraído por comprender las manifestaciones de una naturaleza que el hombre todavía no ha aprendido a dominar. Entre hamlets y quijotes Iván Turguéniev no elige a los escépticos. Busca refugio entonces en temas siempre presentes en el folclore ruso: los espectros condenados a un eterno deambular; la muerte personificada que aparece entre los vivos y los vivos signados por la muerte; el alma en pena que para descansar en paz exige el cumplimiento de cierta acción; los seres poseídos por el demonio; el ente invisible o indefinible que está presente, mata o hace daño; la mujer fantasma, venida del más allá, seductora y letal; la inversión de los ámbitos del sueño y la realidad, la pesadilla que se materializa e inspira horror. 

La voz que narra –como el mismo autor, sabia, amorosa, observadora– evalúa la trama, pone en duda la naturaleza incierta de los hechos que relata o sencillamente los juzga a partir del miedo, la sorpresa o la angustia que provoca ese acontecimiento insólito que irrumpe en la realidad cotidiana. Al hacerlo, como en toda su obra, Turguéniev se pregunta sobre la naturaleza humana, sus limitaciones y miserias, su capacidad de elevación y trascendencia. Y una vez más nos habla de esas cosas que le producen una fascinación lindante con lo fantástico: la belleza femenina, la música, y en particular, el canto, los libros inolvidables; los amados paisajes de su tierra, el irresistible encanto de Italia, el “alma” del pueblo ruso. 

En los nueve relatos que integran esta selección Turguéniev logra con destreza esa condición que Todorov considera inherente al género fantástico: los personajes no solo se desconciertan, dudan, se preguntan si aquello que viven en realidad sucede, o bien es producto del sueño o la imaginación; también contagian esa duda a quien lee. Se crea así una poderosa sugestión, se genera la ambigüedad necesaria para que el lector sienta que los protagonistas y su mundo son tan reales como él mismo, para que vacile entre la fe y la incredulidad, entre una explicación natural o sobrenatural de los hechos evocados; para que, concluido el relato, el enigma siga latente y la emoción perdure. 

Las obras reunidas en este libro, si no inéditas, han sido hasta ahora difícilmente accesibles para los lectores de habla hispana. A lo largo de sus páginas muchos de ellos tendrán la oportunidad de descubrir con asombro en Iván Turguéniev, uno de los grandes nombres del realismo ruso, a un escritor de relatos fantásticos. Sin duda, como en todos los géneros que ha abordado, también en este reconocerán su pluma magistral.

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