Huellas en el cemento fresco
Fuente: Milerenda
La marca en la pared
Viernes 21 de octubre de 2016
"¿Es arte el canto de las ballenas? ¿Son arte los rituales de apareamiento? ¿Podemos comprender, en realidad, a un animal?" Esas y otras preguntas se hace Luciano Lamberti, escoltado por los libros Mirar, de John Berger y Teoría de la religión de Georges Bataille.
No puedo evitarlo: cada vez que veo el clásico dibujo de huellas de perro en el cemento un montón de preguntas me vienen a la cabeza. Por ejemplo: ¿Están esperando los perros la confección de cemento fresco para saltarle encima? ¿Hay una conspiración canina por la cual se avisan, incluso a grandes distancias, sobre “un nuevo lote de cemento fresco recién alisado”? ¿Distinguen los perros el cemento fresco de otra cosa? ¿Cómo? ¿Hay un sentido en el dibujo de los perros en el cemento? ¿O sus huellas son, en realidad, falsas, artificiales, creadas por los albañiles para darle legitimidad a su cemento? ¿Cuánto durarán esas huellas? ¿Más que los perros? ¿Más que yo? ¿Más que vos? ¿Habrá huellas viejísimas enterradas debajo de baldosas y mosaicos? ¿Son esas huellas el equivalente animal a las pinturas en las cuevas de Altamira? ¿Quieren dejar los perros a la posteridad un signo de existencia? ¿Yo estuve aquí, yo existí, dicen esas huellas? ¿Yo pasé por el mundo y lo vi de esta forma, dicen? ¿O su sentido es mucho más práctico: señalar el lugar donde hay una hembra alzada, donde descuidan las bolsas de basura, donde se puede orinar con gran placer? ¿Tienen utilidad esas huellas? Y si no la tienen, ¿son arte? ¿La manifestación más pura de arte animal, cercana al canto de las ballenas o los movimientos de un colibrí alrededor de una flor? ¿Es arte el canto de las ballenas? ¿Son arte los rituales de apareamiento? Pero ¿podemos comprender, en realidad, a un animal? ¿Tiene sentido la entomología? ¿Cuánto podemos saber de ellos? ¿No es tan distinta nuestra percepción del mundo que implica que, de hecho, vivamos en mundos diferentes, muy alejados unos de otros? ¿Existe la posibilidad de malinterpretar los actos supuestamente funcionales de un animal, cuando su verdadera función es otra, cuando el mismo concepto de función es, por lo menos, increíblemente ajeno a nosotros, cuando no tienen ninguna función? ¿Qué mira un animal cuando nos mira? ¿Puede saber lo que somos? ¿Nos distingue verdaderamente de un ropero o un lavarropas? Claro, decimos, mi perro me distingue de un ropero, cómo no, para él soy importante, puede olerme, puede recordarme, incluso me quiere, como el perro ese en la peli de Richard Gere o tantos otros ejemplos conmovedores, pero ¿realmente lo sabemos? ¿Sabemos la forma en la que un animal nos ama? ¿Nos estaremos viéndolo desde nuestra acotada perspectiva? ¿No estaremos poniendo en ellos sentimientos que nos pertenecen a nosotros como especie? ¿Leyeron esa maravilla que es parte de la Teoría de la religión de Bataille que se llama “La animalidad”? ¿Leyeron que la percepción del tiempo para un animal es completamente distinta a la nuestra, solo hay un presente continuo, no hay noción de muerte, no distinguen el mundo de ellos, son parte del mundo, se mueven con él, y por eso no sienten la angustia que nosotros sí sentimos cuando fuimos separados? ¿Ese es el pecado original? ¿Ser separados del mundo? ¿Ser echados del jardín? ¿Está el jardín plantado a nuestro alrededor y no podemos verlo? ¿Por eso nos gusta ir a la naturaleza en vacaciones, porque nos recuerda el jardín? ¿En el jardín éramos uno con el mundo y con los animales? ¿Hace cuánto que no van al zoológico? ¿Recuerdan haber mirado a una animal a los ojos? ¿Recuerdan haber corrido hasta la biblioteca y buscar el maravilloso libro de Berger Mirar, y leer: “El hombre siempre mira desde la ignorancia y el miedo. Y así, cuando es él quien está siendo observado por el animal, sucede que es visto del mismo modo que ve él lo que lo rodea. El darse cuenta de esto es lo que hace que la mirada del animal le resulte familiar. Y, sin embargo, el animal es diferente y nunca se confunde con el hombre. De este modo, se le asigna un poder al animal, comparable al poder humano, si bien nunca llegan a coincidir”, asintiendo varias veces con la cabeza como si el propio Berger estuviera sentado al frente, la cara curtida por el sol, las manos ásperas, la moto estacionada en la vereda? ¿Escribieron alguna vez ustedes en el cemento fresco? ¿Hay un placer más grande? ¿Van a hacerlo la próxima que pasen al frente? ¿Qué van a escribir? ¿Su nombre? ¿La fecha? ¿O de quién gustan? ¿Saben que si el albañil o el dueño de casa los descubre pueden pasar un momento feo? ¿Van a correr? ¿Van a hacerlo durante diez cuadras antes de darse cuenta de que todavía tienen el palito en la mano? ¿Van a tirar ese palito? ¿Van a volver, en los días subsiguientes, a ver si su mensaje sigue ahí? ¿Van a pasar los dedos por la escritura? ¿Van a sentir que publicaron un libro? ¿Van a dormir esa noche, satisfechos, sabiendo que su nombre está ahí, al lado de las huellas del perro, y que durará más que el perro, que vos o que yo?