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Prólogos

El pequeño Gatsby: apuntes para la teoría de una gran novela

Rodrigo Fresán presenta su nuevo libro: un estudio del clásico de F. Scott Fitzgerald, publicado por Debate.



Por Rodrigo Fresán.



Repitámoslo una vez más, todos juntos ahora, como lo hicimos tantas veces en el irrepetible pasado: El Gran Gatsby de El Gran Francis Scott Fitzgerald es una novela pequeña (en pá­ginas) pero inmensa (en su influencia, impor­tancia y sitial dentro de la literatura norteame­ricana y mundial). Candidata segura a eso conocido pero nunca del todo precisado a lo que se denomina, una y otra vez, como Great American Novel.³ Pretendiente y demandante y aspirante y demandada y envuelta en trama que gira alrededor de la pretensión y de la de­ manda y de la aspiración. Postulante cumpliendo con todos y cada uno de los requisitos que –se­gún Italo Calvino– debe ostentar todo clásico.

A saber:

Relectura constante e interminable sin por eso perder el encanto de eterna primera vez y ser no sólo inolvidable sino, además, «escon­ diéndose en los pliegues de la memoria y mi­ metizándose con el inconsciente colectivo o individual». Traer impresa la huella cultural de lecturas que han presidido a la nuestra. No dejar de recibir –y de «sacudirse»– un «ince­ sante polvillo de discursos críticos». Revelarse y rebelarse como siempre novedoso cuando más se cree conocerlo. Equivaler al universo en­tero «a semejanza de los más antiguos talisma­ nes». Reconocer de inmediato –sin importar el orden y momento en que se llega a él o nos llega a nosotros– su lugar en una genealogía clási­ ca. Anular todo ruido de fondo de la actuali­ dad a la vez que lo armoniza y lo dota de un nuevo sentido con ese algo que «no puede ser­ te indiferente y que te sirve para definirte a ti mismo en relación y quizás en contraste con él». Y, last but not least, «invocar al espíritu» que este el pequeño gatsby –un muy humilde libro parado sobre el hombro de un soberbio gigante– quiere honrar y agradecer y sentir el placer y privilegio de ser parte del asunto en su centenario.

No me parece exagerado y sí muy pertinen­ te afirmar de entrada que El Gran Gatsby es una novela perfecta o todo lo perfecta que puede llegar a ser una novela (más allá de alguna en­ cantadora imperfección).⁴ Y parte de su audaz perfección reside –como bien apuntó Maureen Corrigan en su So We Read On: How «The Great Gatsby» Came to Be (2014)– en que va en contra de casi todo lo que se supone debe ser toda Gran Novela Americana a la vez que «viola el primer mandamiento de todo writing program Made in USA: muéstralo, no lo cuentes».⁵

Y, de acuerdo, se muestra mucho en El Gran Gatsby; pero –más europea que norteamerica­na en este sentido–⁶ todo lo que enseña con lujoso lujo de detalles está demostrado a través de la teoría/práctica de la memoria: del hacer o deshacer memoria. Nada en El Gran Gatsby es actual ni transcurre en el acto sino antes/des­pués de que las luces se apaguen y de la caída del telón. El Gran Gatsby es «de época», sí; pero, simultánea y literalmente, se nos presenta como out of time.

El Gran Gatsby –con Cumbres Borrascosas, Grandes esperanzas, Moby-Dick, En busca del tiempo perdido, La invención de Morel y El sueño de los héroes, Pálido fuego, Matadero-Cinco, Bullet Park y El paciente inglés, a las que yo no puedo sino considerar, más allá de sus diferencias irreconciliables pero comple­ mentarias, hermanas de sangre y tinta–⁷ es pro­bablemente la novela qué más veces he leído y releído. Y su perfección formal­sentimental ja­más ha dejado de conmoverme e intrigarme. Porque El Gran Gatsby es, también, seguro, una de las novelas más eminentemente releíbles jamás escritas:⁸ una vez conocidos los vericuetos de lo que cuenta, permanece la tan diáfana como encandiladora prosa desbordante de la más melancólica de las felicidades así como el asombro que produce su mili­cronométrico manejo del tempo dramático, su preciso modo de mover y sacrificar personajes como si fuesen piezas en magistral e implacable partida de aje­drez, y su tan majestuosa como frugal estructu­ra ensamblando perfectas set pieces como si se tratara del más perfecto drama isabelino. El Gran Gatsby es el regalo que no deja de rega­lar: siempre se descubre y se admira algo nuevo en él. Y –por encima de su por momentos inti­ midante perfección– es uno de los textos más didácticos (y mucho más provechoso y econó­mico que taller literario) a la hora de enseñar y aprender cómo puede y debe ser construida una novela.⁹ Un casi manual de instrucciones «Paco» Porrúa la releía cada año para –me dijo– «inten­tar comprender cómo Fitzgerald había producido seme­ jante milagro». Así que –como nunca conseguía desen­trañar del todo su misterio, como corresponde con los verdaderos e indiscutibles milagros– Porrúa volvía a em­ pezar, a releerla. para, sino aprender, al menos apreciar como se puede contar el universo entero desde un micro­mundo que contiene a El Tema más pú­blico a la vez que privado de todos: esa divina y dantesca aria insuperable que es la pérdida desvelada y recuperación soñada del Primer Amor.

Este el pequeño gatsby –entre el fitzgeraldia­ no gabinete de curiosidades de lo enciclopédi­ co, lo ensayístico, lo ficcional, lo no­ficcional, lo especulativo y, por qué no, lo talismánico y oracular rozando incluso esa forma de auto­ ayuda que siempre fue y es y será toda cima literaria– es producto de un nuevo a la vez que renovado viaje para mí y, tal vez, primera invi­ tación para ustedes o convite al que retornar. En cualquier caso, he aquí una/otra entusiasta invitación –mientras Long Island es en princi­pio aunque no al final una comedia, Manhat­ tan es un drama y el Valle de las Cenizas¹⁰ es una tragedia– a contemplar desde su muelle esa tan simbólica luz verde de baliza en el ex­ tremo de un embarcadero al otro lado de la bahía. Y, sí, creer en esa imposibilidad de re­ petir el pasado; pero, aun así, recuperarlo de algún modo debutando o reincidiendo en la lectura del, con cada día que pasa, más enorme y XXL y colosal y cósmico y muy Made in USA pero sin fronteras El Gran Gatsby. Bienvenidos no sólo a la Gran Novela Americana sino Cada Vez Más Grande Novela Americana acompa­ñada de este plus one que es el pequeño gatsby.

Jay Gatsby & Co. cumplen cien años.

Great Scott! Let’s party!








³. La idea de la Gran Novela Americana (Great Ame­ rican Novel, o «G.A.N.», bautizada así nada más y nada menos que por Henry James en una carta del 5 de diciem­ bre de 1880 al hispanista y novelista y crítico William Dean Howells), tenía como deber explorar diferentes puntos de la identidad nacional de los Estados Unidos. El propio James ofrecería, en 1880, su primera e incontes­ table propuesta/espécimen: El retrato de una dama. (Fitz­ gerald siempre admiró en James a «sus narradores par­ cialmente involucrados»).

⁴. Fitzgerald se refiere a las retinas en el cartel mode­ lo del Dr. T. J. Eckleburg cuando en verdad quiere decir iris o pupilas; confunde la situación de uno de los puen­ tes entre Long Island y Manhattan; y anticipa año de edición de novela popular.

⁵. Además, de nuevo, es muy breve: no llega a las 200 páginas, unas 50.000 palabras.

⁶. Fitzgerald comienza a escribir la novela en Great Neck, Long Island, en 1923, donde recabó material para buena parte de la geografía del East Egg de los Buchanan y del West Egg de Gatsby y Carraway; pero completó borrador final y corrigió manuscrito definitivo y pruebas en Francia e Italia durante el otoño/invierno de 1924/25. Puede afirmarse que El Gran Gatsby es más pre­existen­ cialista que social­realista, más afrancesada que inglesa y, quizás, siamesa­separada de otro Gran muy soñador y enamorado y cautivado por luces festivas: Le Grand Meaulnes (1913) de Alain­Fournier. Tal vez por eso los franceses –siempre listos para cambiar títulos– no se pri­varon del plaisir de rebautizarla como Gatsby le Magnifique.

. Y sorpresa o no tanto: todas estas novelas tratan –más o menos románticamente, en el sentido más amplio y obsesivo del término, a su muy diferente y particular manera– sobre la (in)deseable (im)posibilidad de repetir (o alterar) el pasado a la vez que se lo reescribe/reinventa «saliendo al mundo» y de la persecución de sucesivos objetos del deseo; ya sean éstos ballenas blancas, habita­ciones pintadas de una particular tonalidad de amarillo, muertas vivísimas, caminos y salones que ya no son a no ser que se los recorra con el inexacto mapa de la memo­ria sensorial, poemas reinterpretables a voluntad y con­ veniencia, espectros carnavalescos­hologramáticos de un pasado a recuperar y repetir, y momentos maravillosos aconteciendo todos al mismo tiempo. 

. Me consta que el legendario editor Francisco

⁹. En una dimensión mucho más armoniosa de nues­tro metaverso, El Gran Gatsby es lo que leen todos aque­llos y aquellas aquí enganchados a sustancias tóxicas como el magnate perverso de Cincuenta sombras de Grey, los vampiros escolares de Crepúsculo, los llorones constantes y más bien anormales de Gente normal, o cualquiera de esas instantáneas novelitas romanticonas y sentimentaloides traficadas por la desinteligencia muy artificial de malas influencers y tik­tokeristas del best se­ller instantáneo a disolverse. (De paso y a propósito de lo anterior: Fitzgerald fue uno de los varios y fugaces guio­nistas para adaptación cinematográfica de Lo que el viento se llevó. Preguntado por su hija acerca de qué pen­saba de la novela, Fitzgerald respondió por carta: «Es una buena novela, no muy original… No hay personajes nuevos, nueva técnica, nuevas observaciones: ninguno de los elementos que constituyen la literatura… Pero al mis­mo tiempo es interesante, sorpresivamente honesta, con­ sistente y profesional; y no siento desprecio por ella pero sí una cierta piedad por todos aquellos que la consideran el logro supremo de la inteligencia humana»). 

¹⁰. Las mayúsculas aquí, de nuevo, son mías (en la novela, el valle de las cenizas aparece siempre en minús­culas pero… ¿por qué?).

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