El margen de la propia vida
Carlos Cociña
Martes 04 de octubre de 2016
"La obra de Cociña es breve, carece de cálculos y en sus poemas parece diluirse por completo cualquier variante del sujeto lírico".
Por Guido Arroyo.
Por muchos años la obra de Carlos Cociña fue más parecida a una droga lisérgica que se traficaba mano a mano. Su fundamental poemario: Aguas Servidas (1981, Granizo; 008, del Temple), pasaba de fotocopia en fotocopia por diversos lectores, que al leerlo no sabíamos muy bien qué hacer con esos poemas donde aparecía un Neruda interpelado por su tremendismo. Recuerdo bien la escena: un compañero de Facultad me entregó a los 18 una fotocopia de Aguas durante una clase de Metodología, leí el primer poema y salí para no volver a ingresar a ninguna clase hasta terminarlo, porque la materialidad porosa de su poesía te dejaba la impresión de: esto es otra cosa, esta poesía es genial pero no sé bien por qué.
La obra de Cociña es breve, carece de cálculos y en sus poemas parece diluirse por completo cualquier variante del sujeto lírico. Ha publicado cinco poemarios separados en el tiempo, y tiene un descomunal libro inédito llamado La Casa Devastada. Sería un error y un fracaso intentar definirla, porque despliega sensaciones y toques de aguja en la espina dorsal. Quizá el único punto en común es la obsesión que atraviesa cada uno de sus libros por áreas del pensamiento diversas. En ellos aparecen reflexiones de semiótica y botánica, apreciaciones arquitectónicas o esbozos de tratados neurocientíficos. El vocabulario que despliega su poesía es exuberante y sensorial, marcado por una oralidad que destripa. Cociña plantea que el poeta debe asumir el lenguaje individual dentro de las posibilidades que da el lenguaje de la tribu, y en ese giro ensaya y compone una obra que desborda el género e invita a pensar poéticamente desde otras ópticas. Hace tres años ya, tuve el placer de elaborar una reedición que contenía dos de sus libros entre otras cosas. Recuerdo cada tanto un extenso almuerzo preparado por Cociña que duró hasta el anochecer. Hablando sobre proceso de escritura, y sobre todo recibiendo mis preguntas sobre cómo elaboraba sus libros, Cociña dijo: La experiencia lo único que me ha enseñado es que voy a equivocarme. Esa máxima, que encubre una pulsión vitalista, quizá resuma la continua búsqueda de esta poética inclasificable, que sigue traficándose de lector a lector.
02
Después de los desiertos están las extensiones y caminos de energía, donde se establecieron las ciudades, también bajo la nieve. Con un turbio resplandor, un espasmódico centelleo del violeta duro de las berenjenas, resuenan como si tuvieran un mar interior con olor a trementina.
La bóveda citadina se divide en doce círculos de longitud o por los atacires, sobre los baños o la cama solariega. También cobija las tierras circunvecinas para recrearse, aunque haya mucho bullicio, inquietud y falta. Su luz presta los primeros auxilios facultativos a heridos o a atacados de repentino accidente preciso que no se pueden replicar.
La gratificación inmediata que es ver los rayos producirse, se inscribe en las ciudades que alimenta la cultura agraria.
Las fiestas de aldea finalizan en el período de la primera sangre, cuando el río de cuatro brazos se desliza en el manzanar y entre los pinos sin desbastar, donde se disputa entre los umbrales del éxtasis.
Por ahora 01, anexo
El paciente se encuentra en peores condiciones. Siguen construyendo el edificio del frente. Ya han hecho la excavación y han cubierto de cemento los bordes. Las casas aledañas están al borde del abismo. Han comenzado los camiones a traer las mezclas y las personas descargan los sostenedores de la estructura básica que contendrá la obra. El paciente está en una condición estable, sin embargo, en cualquier momento se puede desestabilizar. Es imprevisible el momento en que ello ocurra, lo que aumenta con la inestabilidad del terreno. Hay gran ruido en el entorno, y polvo en suspensión. Las máquinas entran al espacio sonoro aleatoriamente, no así el proceso que tiene secuencias exactas. El paciente se mantiene en silencio, ahondando el desconocimiento de las arquitecturas primarias. El trabajo en la construcción no se ve. Hay ausencia de máquinas, aunque se percibe el sonido de aquéllos que trabajan en el fondo. Con seguridad son artesanías elementales. A veces algo indica que el paciente está en fase crítica. No alcanzo a ver si se han producido derrumbes de tierra o en los andamios iniciales. Sólo puedo estar muy atento a los cambios que pueden ocurrir. Tengo miedo. Mucho. Los trabajos continúan y de vez en cuando se ve una manga que se levanta para luego desaparecer en el fondo. Son los conductos que provisoriamente llevan líquidos. El ritmo es más calmo y el martilleo improvisadamente rítmico. Las paredes contienen el terreno. El paciente ha entrado en una fase donde la liviandad de los soportes es su fortaleza. Los vehículos con cemento giran sus tolvas descargando material y un sonido advierte el movimiento de retroceso. Luego un ruido parejo, imperturbable. Los cierres provisorios hacia la calle, cuando se abren, permiten ver los alzaprimas de color rojo y las mallas que comienzan a cubrir los bordes de los sostenedores del terreno. El paciente cree que diversificando sus actividades podrá mantener el control, sin necesidad de reforzamientos. Arriban nuevas máquinas, que con grandes brazos mecánicos articulados inyectan a presión material en la base y paredes, cuyo soporte primario está elaborado en una primera etapa que aún no se ve. Las estructuras de fierro recién preensambladas son descargadas de camiones planos que ocupan gran parte de la calle. El paciente duerme, al parecer plácidamente. Me preocupan las fisuras que pueden quedar tras los cierros. En la construcción comienza el fin de semana y el silencio baja junto al polvo en suspensión que aumentó progresivamente en los días previos. Se empieza a vislumbrar el armazón que se levanta desde la sima. A pesar de que el viento no alcanza a bajar y traspasar los sostenedores, el aire adquiere luminosidad entre lo que parecen delgados alzamientos. Tengo temor de la inactividad que se acerca. Y estaré ahí, tenso y en extremo expectante. El paciente habla desde los lugares en que no tiene tal condición. Ahora claramente han comenzado a emerger los fierros colocados en su posición definitiva. El ruido de la manipulación de los mismos se asemeja al de las fichas en un juego de azar. El paciente se mantiene en un rango amplio de inestabilidades, aunque al parecer no son extremas. Mi confianza es inversamente proporcional. Por primera vez algunas estructuras interfieren el paso de la luz que por momentos cegaba. Claramente se trabaja y se percibe en un sonido constante. Llegan nuevos vehículos, y aunque está todo preparado, lo fortuito está siempre presente, sobre todo en las acciones de retroceso para emplazar las máquinas. El paciente comienza a realizar actividades cotidianas. Estoy en la precariedad de los andamios