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Miércoles 12 de marzo de 2025
Mary Oliver y sus poemas para "salir un poco de la vida sin pasar por la muerte": así se presenta Americano primitivo (Mansalva).
Por Daniela Espósito.
Mary Oliver nació el 10 de septiembre de 1935 en Maple Height, un suburbio semi rural de Cleveland, Ohio. Fue y sigue siendo una de las poetas estadounidenses más populares y amadas de las últimas décadas, a pesar de que en un principio gran parte de la crítica literaria la había calificado como “la autora de una poesía demasiado fácil de comprender”, empezando por su quinto libro, Americano Primitivo, publicado en 1983, el cual, para sorpresa de muchos, fue galardonado en 1984 con el Premio Pulitzer, un reconocimiento importante que no desvió la intención simple de su obra ni de su vida. De hecho, al igual que Emily Dickinson, escapó de la fama, pero por ella fue perseguida.
Los cincuenta poemas de Americano Primitivo crean una base fuerte y clara sobre la cual se celebran los orígenes de la tierra salvaje americana y a su vez la rebeldía y el desenfreno de la poeta. El paisaje exterior, la historia y lo silvestre del país resuenan en la intimidad agreste del sujeto lirico, y viceversa.
Mary Oliver se mueve entre los parajes de su infancia y los de su adultez: desde los bosques a los campos de la región de Mad River en Ohio recuerda las pérdidas de los nativos, como en el poema “Tecumseh”, de los pioneros, como en “The lost Children”. Podríamos donominarla como “poeta ideal de un lugar”–como suele definirse en la actualidad una tendencia poética en los Estados Unidos (poetry of place)– porque ha interpretado de manera especial el ambiente natural de Cape Cod, donde encontró un cálido refugio familiar. Allí vivió con su pareja, la fotógrafa Molly Malone Cook.
Y es justamente en aquella convergencia de agua y tierra, de luces mediterráneas, paisaje típico de Cape Cod, de donde Mary Oliver tomará su constante inspiración. Gracias a sus largas caminatas por el bosque tuvo la posibilidad de vincularse directamente con la naturaleza de la cual fue una atenta y tenaz observadora. En su escritura toma forma la percepción que tiene de sí misma como espectadora de un cosmos que contempla con agudeza y describe con precisión taxonómica, una perspectiva que puede tener sólo aquel que ve, percibe y siente de manera auténtica. Se trata de la descripción de paisajes y lugares que aún guardan huellas que evocan un pasado distante. Escenas donde se preservan algunos rincones en los que las personas, al detenerse por un instante, se relacionan con una naturaleza primitiva anclada al paso sistemático de las estaciones, al tiempo circular del ciclo de la vida del cual forman parte seres humanos, bosques, plantas, animales, rocas, ríos…
Una poética que alude a un entero ecosistema vinculado entre sí por un manojo de interacciones sin jerarquías de prestigio o poder, donde la humanidad es apenas un elemento más fundido con el paisaje. Este enfoque se genera a partir de un estilo nítido y escueto basado sobre un lenguaje coloquial algo tramposo de tan simple, ya que, a través de esa sencillez, se dirige al lector de manera directa invitándolo a replantearse la propia existencia, a ponerse en juego, a arriesgar dejando de lado las direcciones cómodas pero erradas, los caminos sin salida o las metas falsas, para poder de esa forma, recuperar la inmediatez y la autenticidad en las cosas simples de la vida cotidiana.
Hablamos de una poesía profunda, espiritual, sincronizada totalmente con la naturaleza, capaz de evocar a partir de una imagen o de un sonido del presente, el eco del origen y de la creación del mundo. Un conjunto de credos ligados por completo con todo lo que la poeta observa de cerca y con lo que perciben activamente sus sentidos. Es decir, una espiritualidad práctica y concreta: su cuerpo es el medio con el que atraviesa cada lugar para dialogar con sus elementos, integrándose a la vez en ellos.
Hay en esta visión poética-espiritual, cierta afinidad con la concepción franciscana de hermandad entre las diversas criaturas del universo (el creador, la naturaleza y el hombre) que son capaces de formar una totalidad armónica, sin jerarquías ni relaciones de poder o de dominio de unos sobre otros.
Con una eco-poesía de carácter novedoso, Oliver propone cierta revisión de la relación clásica entre el yo y el mundo (naturaleza y cultura), influenciada por el pensamiento ecologista contemporáneo, especialmente en su vertiente norteamericana, donde se descentra al sujeto, redimensionando su posición en el mundo. Una escritura en la que afloran resonancias de la obra de Thoreau donde las ideas y la poesía se activan, registrando las pequeñas maravillas que salen al paso.
Un catálogo de criaturas, flores y frutos salvajes frente a los cuales, al igual que el autor de Walden, el ser humano tiene la obligación de sorprenderse y agradecer, así como también de respetar y aceptar determinadas paradojas que lo conforman.
Claroscuros que Mary Oliver, con total habilidad y dominio del lenguaje, mantiene unidos y en equilibrio. Fenómenos que coexisten, que viven en armonía, a pesar de la crueldad que a veces atesoran; versos en los cuales la presencia de cierta hostilidad es persistente, como si la poeta habitara la tensión con total normalidad, desplazándose entre un orbe resplandeciente, vivaz, hacia otro opaco, oscuro, sin tanta preocupación. La belleza y la claridad con la que se representa al mundo acarrea también con la amenaza de otro espacio hostil que acecha.
Al contrario de la tradicional escritura americana, Oliver no plantea el mito de una América primitiva lamentando su declive, más bien la celebra por lo que ha sido: tierra de pioneros y nativos, una promesa y una amenaza. Ni buenos ni malos construyen una nación al mismo tiempo que destruyen otra. Saberlo y aceptarlo es la única manera para reapropiarse de las propias raíces.
Sin embargo, frente a esa realidad adversa, siempre predomina un mensaje profundamente vitalista que llama a despertar y a disfrutar del instante. Una exhortación continua, un recordatorio pulsional para el lector, pero también para ella misma, con la seguridad de quien sabe que, en cada detalle, poema o dolor, se busca la gran ocasión para salir un poco de la vida sin pasar por la muerte.