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De una cosa a la otra

Martín Kohan lee Clara y confusa, la novela de Cynthia Rimsky ganadora del Premio Herralde.

La fluidez en la literatura tiende a apreciarse, por lo general, en relación con la gracia narrativa. Y es cierto que la facilita, hasta puede que la asegure. ¿Qué sucede, sin embargo, cuando la virtud de la fluidez (o la fluidez vuelta virtud) se potencia en un determinado texto hasta volverse su procedimiento dominante: la base de su construcción formal? Es lo que ocurre en Clara y confusa de Cynthia Rimsky. Fluye el relato y, porque fluye, por experticia de lenguaje y no por mera levedad, es que la novela se aceita en la posibilidad de pasar a otra cosa. A otra cosa: estar en una y pasar a otra (o estar en otra cuando algo pasa).

Claro que hay precedentes al respecto: Copi, por caso, lo consigue en base a la velocidad; César Aira, por su parte, del continuo, y aun de su teorización del continuo; Pablo Katchadjián, de los virajes arbitrarios y abruptos. En Clara y confusa, lo que brinda su sostén específico al arte de pasar a otra cosa no es sino la fluidez; esa por la que, por ejemplo, llega a ocurrir que un plomero accede a manejar un Porsche, pero también que lo estaciona y se baja para poder llegar a tiempo al festival del pastelito.

Así es que Rimsky recorre en el texto asuntos tales como las diferencias de clase, o la relación entre arte popular y arte de vanguardia, o los recelos entre artistas y críticos, o los desacoples entre los derechos de los trabajadores y la turbiedad de las burocracias sindicales, o los pasajes (si es que hay pasajes) entre el arte y la vida, entre la vida y el arte. Pero ninguna de estas cuestiones se aborda desde la mostración concienzuda de tensiones o conflictos, de fricciones o confluencias, de rupturas o ensamblajes, ni con declaraciones pertinentes sobre aquello que las cosas deben ser o no deben ser. Rimsky lo hace pasando fluidamente de una cosa a la otra, que es lo que permite que el plomero se encuentre con la crítica de arte, o que la artista experimental exponga obra en el festival del pastelito, o que las quejas contra la corrupción se desentiendan de la corrupción y deriven prontamente a otro tema. Y así, incluso el desborde final, del que por supuesto no adelantaremos nada, se debe a eso en cierta forma: a que una cosa lleva a la otra.

¿Y no hay acaso, ya en el título: Clara y confusa, más allá del juego de palabras en contraste, algo que va del “claro y distinto” de René Descartes al “Dazed and confused” de Led Zepellin? Por eso mismo, por eso mismo: porque una cosa lleva a la otra, y se disfruta en la lectura sabiendo dejarse llevar.

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