Cuatro poemas de Alberto Szpunberg
Poesía argentina
Miércoles 01 de marzo de 2023
"Este gran poeta logra abrir los lados más oscuros de la palabra que viene del real y él devuelve cargada de belleza y de verdad", escribió Juan Gelman. Tomados de su poesía reunida, Como sólo la muerte es pasajera, publicada por Entropía.
"Este gran poeta logra abrir los lados más oscuros de la palabra que viene del real y él devuelve cargada de belleza y de verdad", escribió Juan Gelman.
Alberto Szpunberg nació en Buenos Aires en 1940 y falleció en 2020. Estudió Letras y en 1973 dirigió la carrera de Lengua y Literaturas clásicas en la Universidad de Buenos Aires, donde fue profesor de Literatura Argentina. Entre 1975 y 1976 fue director del suplemento cultural del diario La opinión. En 1977 se exilió en El Masnou, Barcelona.
En 1983 recibió en España el Premio de Poesía de la Universidad de Alcalá y en 1994 obtuvo en Francia el Premio Internacional de Poesía Antonio Machado. Su obra ha sido traducida al polaco, alemán, checo y francés.
Compartimos tres poemas tomados de su poesía reunida, Como sólo la muerte es pasajera, publicada por Entropía en 2013.
Entonces
Nadie sabrá de la noche como nosotros
y acaso ni siquiera nosotros,
quizá nadie,
pero estará demás cerrar los ojos
y el viento volará más arriba
de nosotros, de las casas, de los árboles.
Escucha el viento:
como si el viento fuera nosotros nosotros nosotros,
por encima de nosotros, en el aire.
La llama de la inmortalidad
a Luis Luchi
Si estuviera esa llama al alcance de la mano
la historia sería contada alrededor de su fuego,
mi hermano tan porfiado, tan quemado con la historia,
tendría esas historias que ahora calla para contar,
ya cansado de tanto fuego y siempre la misma historia,
cuentero como es, cambiaría a la larga toda la historia,
en Plaza de Mayo tendría sus historias con una mujer
como se hace la historia en cualquier plaza,
y mi hermano que no sabe de historias tendría sus hijos,
los sentaría uno por uno junto al fuego
y contaría la historia de siempre fumando un toscano
encendido en la llama de la inmortalidad.
Cosas simples
Un día de calor en pleno otoño es anuncio de lluvia:
se engañan las hojas que aún quedan
pero no los pájaros que temprano se fueron lejos;
los recuerdos se saben todos los caminos,
por eso vienen desde lejos
y huelen como a tierra, se juntan, se van, siempre se quedan.
El hombre, que está cerca y está lejos,
sabe que es otoño y ha vivido,
en las tardes de otoño mira la calle
y aunque un día de calor en pleno otoño fume menos
igual está llena de humo su habitación.
En Buenos Aires no son raros estos cambios de tiempo:
el olor a lluvia, que es olor a tierra, se huele a lo lejos
y todo como siempre, de la manera más común.
Cosas viejas
Llega hasta acá el olor a leña quemada.
Si esta casa, como en los cuentos, tuviera chimenea,
ese fuego seguro subiría a aumentarle estrellas a la noche,
así, en cambio, el humo se amontona
y las vigas nudosas del techo se ennegrecen con el tiempo.
Y así como las vigas todas las cosas:
después de tantos tantos trotes
la vida junto al fuego enturbia los ojos
y el toscano apagado en la boca ya no humea
pero sigue manchando los labios que tiemblan;
la tibieza del aire en otoño se puede decir, como el silencio, que adormece,
tiemblan las manos nudosas
y los ojos –quién diría– se pierden sin regreso.