Cuatro poemas de Gonzalo Millán
Miércoles 30 de julio de 2025
Editorial LOM publica una antología que recoge lo mejor de la obra de uno de los poetas más relevantes de la poesía chilena y latinoamericana contemporánea.
Nacido en Santiago de Chile en 1947 y fallecido en 2006, Gonzalo Millán es uno de los poetas más relevantes de los años sesenta del siglo XX y su producción escritural es de las más destacadas dentro de la poesía chilena y latinoamericana contemporánea. Estudió Literatura en la Universidad de Concepción y formó parte del grupo Arúspice. Tras el golpe militar de 1973 se exilió en Canadá, donde obtuvo un Máster en Literatura Hispanoamericana y fundó la editorial Cordillera. Regresó a Chile en 1984; no obstante, entre 1987 y 1997 residió en Holanda. Volvió definitivamente en 1997 y desempeñó una extensa labor docente. Publicó las obras Relación personal (1968), La ciudad (1979), Dragón se muerde la cola (1984) y Vida (1984). Ya en Chile, publicó Seudónimos de la muerte (1984) y Virus (1987).
Su primer libro, Relación personal, obtuvo en 1968 el Premio Pedro de Oña y más tarde, en 1987, es el primer ganador del Premio Pablo Neruda ofrecido por la Fundación Neruda. Su obra se relacionó con la plástica a través de la “poesía visual”, desarrollando también lo que llamó “poesía objetualista”.
A continuación, compartimos tres poemas de La ciudad y otros poemas, antología de LOM realizada por Naín Nómez.
Si me abrieras el puño, me hallarías
sucia la palma de la mano
Sabes mis ojos y sobre mi boca sabes
el número infantil de los lunares.
Conoces mi risa de torcidos labios
y sabes además,
que levanto un hombro cuando camino.
Falta solo que vuelques
la faz soleada y lisa de la piedra
y mires mi otra cara,
hundida dentro de la tierra
Novia
Atrapo una mosca posada
en el cajón de la basura.
La limpio y desinfecto
hasta dejarla «blanca
y radiante como una novia».
Entonces escribo un poema
en sus alas sobre la pureza.
La suelto. Vuelve volando
a posarse en la basura.

Limonada de manzanas
Solo,
como una pepa
de limón
en el fondo
de un vaso
vacío.
Larga distancia
Balbuceamos como bobos
y enseguida callamos,
la boca del uno
en la oreja del otro, gracias
a este interpuesto aparato.
Tanto que decirnos
y no saber cómo. Llamamos
a través de los océanos
como anónimos perversos
solo para oírnos acezar
y escucharnos los alientos.
Después tu voz repitiendo,
tengo que colgar,
tengo que colgar y el ojo
vacío de una aguja inmensa
enhebrando el hilo telefónico
para coserme los oídos
con tu silencio.