Un náufrago jamás se seca
Martes 19 de agosto de 2025
Llega la edición aumentada de la poesía reunida de Fabio Morábito por Gog & Magog, de la que compartimos tres poemas.
Fabio Morábito nació en Alejandría, Egipto, en 1955. Es narrador, poeta y traductor. Hijo de padres italianos, vivió su infancia en Milán y a partir de los quince años en México. Es autor de Lotes baldíos (1985), De lunes todo el año (1992) y Alguien de lava (2002), en poesía, y de dos libros de ensayos, El viaje y la enfermedad (1984) y Los pastores sin ovejas (1995). Caja de herramientas (1989) participa tanto del ensayo como del poema en prosa. En narrativa, además de La vida ordenada (2000), ha publicado los libros de relatos La lenta furia (1989, reeditado por Eterna Cadencia en 2009), También Berlín se olvida (2004) y Grieta de fatiga (2006, 2010, Eterna Cadencia), la novela Emilio, los chistes y la muerte (2009) y un libro para niños, Cuando las panteras no eran negras (1996). Varios de sus libros han sido traducidos al alemán, al francés, al inglés, al italiano y al portugués.
Tras su nueva visita a Buenos Aires para participar del Festival de poesía de la Feria del Libro, Gog & Magog publica una nueva edición de su poesía reunida bajo el título de de Un náufrago jamás se seca. Edición aumentada 1984-2024.
No he amado bastante
las sillas.
Les he dado siempre
la espalda
y apenas las distingo
o las recuerdo.
Limpio las de mi casa
sin fijarme
y sólo con esfuerzo puedo
vislumbrar
algunas sillas de mi infancia,
normales sillas de madera
que estaban en la sala
y, cuando se renovó la sala,
fueron a dar a la cocina.
Normales sillas de madera,
aunque jamás
se llega a lo más simple
de una silla,
se puede empobrecer
la silla más modesta,
quitarle siempre un ángulo,
una curva,
nunca se llega al arquetipo
de la silla.
No he amado bastante
casi nada,
para enterarme necesito
un trato asiduo,
nunca recojo nada al vuelo,
dejo pasar la encrespadura
del momento, me retiro,
sólo si me sumerjo en algo existo
y a veces ya es inútil,
se ha ido la verdad al fondo
más prosaico.
He amortiguado demasiadas
cosas para verlas,
he amortiguado el brillo
creyéndolo un ornato,
y cuando me he dejado seducir
por lo más simple,
mi amor a la profundidad
me ha entorpecido.
En el pasillo,
mientras leo,
se abre una puerta y se cierra,
se abre y se cierra,
y yo espero que se acabe su agonía.
Dicen que cuando el aire
abre y cierra una puerta,
alguien muy cerca está en peligro.
Hay que prestar oído,
cerrar el libro que leíamos
y unirnos a ese rezo;
no levantarnos a cerrar la puerta,
sino quedarnos quietos y oír, oír
hasta sacarle alguna música al crujido.
*
¿Por qué si digo pájaro
me enciendo
y cuando digo ave me intimido?
Digo pájaros y pienso
en vuelos cortos,
no en migraciones,
en los esfuerzos para hacerse un nido;
digo pájaro y me embosco,
me enarbolo
y me ensombrezco,
y al decir ave me remonto,
pierdo la sombra y subo,
subo,
y sólo la curvatura de la tierra,
que no siento,
corrige
este elevarme sin descanso, traduciendo
el ave que hay en mí en un pájaro
que busca, en otro clima, un árbol.