Cómo esta historia modeló nuestro mundo
Por Mona Chollet
Miércoles 05 de junio de 2019
"Expulsar, en los estratos de imágenes y discursos acumulados, aquello que tomamos por verdades inmutables, dejar en evidencia el carácter arbitrario y contingente de las representaciones que nos encarcelan sin que lo sepamos". Compartimos un extracto de la introducción de Brujas. La fuerza indómita de las mujeres (Hekht)
Por Mona Chollet. Imagen: jalinski. Traducción de Margarita Martínez.
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Las páginas que siguen hablarán muy poco de la brujería contemporánea, al menos en su sentido literal. Lo que me interesa, en vistas a la historia que aquí tracé a grandes rasgos, es explorar más bien la posteridad de las cazas de brujas de Europa y Estados Unidos. Esas prácticas tradujeron y amplificaron los prejuicios respecto de las mujeres, el oprobio que golpeaba a algunas. A la vez que reprimieron algunos comportamientos, algunas maneras de ser. Heredamos esas representaciones forjadas y perpetuadas con el correr de los siglos. Esas imágenes negativas continúan produciendo, en el mejor de los casos, censura, autocensura o restricciones; en el peor, hostilidad, incluso violencia. E incluso cuando existiera una voluntad sincera y ampliamente compartida de hacerles un examen crítico, no tenemos un historial de sobra. Como escribe Françoise d’Eaubonne: “los contemporáneos están modelados por acontecimientos que pueden ignorar, y cuya memoria, incluso, se puede haber perdido; pero nada puede impedir el hecho de que tal vez esos contemporáneos serían diferentes, o pensarían distinto, si estos acontecimientos no hubieran tenido lugar” 58 . El campo es enorme, pero quisiera concentrarme sobre cuatro aspectos de esta historia. Primero, el golpe que se dio a todos los caprichos de independencia femenina (capítulo I). Entre las acusadas de brujería, detectamos una suprarrepresentación de las solteras y las viudas, es decir, de todas las que no estaban subordinadas a un hombre 59. En esa época las mujeres fueron apartadas del lugar que ocupaban en el mundo del trabajo. Se las expulsó de las corporaciones; el aprendizaje de los oficios se formalizó y se les prohibió el acceso a ellos. La mujer que estaba sola, en particular, sufrió una “presión económica insostenible”60. En Alemania, las viudas de los maestros artesanos dejaron de estar autorizadas a continuar con la obra de su marido. En cuanto a las mujeres casadas, la reintroducción del derecho romano en Europa a partir del siglo XI consagró su incapacidad jurídica, dejándoles a la vez un margen de autonomía que, en el siglo XVI, se terminó de cerrar. Jean Bodin, cuyo gozoso pasatiempo como demonólogo elegimos púdicamente olvidar, se hizo célebre por su Teoría del Estado (Les Six Livres de la République). Ahora bien, como nos hace observar Armelle Le Bras-Choppard, Jean Bodin se distingue por una visión en la cual el buen gobierno de la familia y el del Estado, ambos garantizados por una autoridad masculina, se refuerzan mutuamente; y esto quizás tiene vínculo con su obsesión por las brujas.
La incapacidad social de la mujer casada quedará consagrada en Francia por el Código Civil de 1804. Las cazas habrán cumplido su oficio: más necesidad entonces de quemar a brujas desde el momento en que la ley “permite poner freno a la autonomía de todas las mujeres…”61. Hoy, la independencia de las mujeres, incluso cuando es posible jurídica y materialmente, continúa despertando un escepticismo general. Su vínculo con un hombre y con lxs hijxs, vividxs bajo la modalidad del don de sí misma, sigue siendo considerado como el núcleo de su identidad. El modo en que las niñas son educadas y socializadas les enseña a desconfiar de la soledad, y deja sus facultades de autonomía ampliamente sin desarrollar. Detrás de la famosa figura de la “soltera con un gato”, marginada por suponerla un objeto de piedad y de escarnio, distinguimos la sombra de la temible bruja acompañada de su diabólico “familiar”. Al mismo tiempo, la época de las cazas de brujas fue testigo de la criminalización de la anticoncepción y el aborto. En Francia, una ley promulgada en 1556 obliga a toda mujer embarazada a declarar su estado y a disponer de un testigo para el momento del parto. El infanticidio se convierte en un crimen exceptum –lo cual no es ni siquiera el caso de la brujería 62–. Entre las acusaciones dirigidas contra las “brujas”, figuraba con frecuencia la de hacer morir niñxs; se decía del sabbat que en él se devoraban sus cadáveres. La bruja es la “antimadre” 63. Muchas acusadas eran curanderas que desempeñaban el rol de comadronas, pero que también ayudaban a las mujeres que querían impedir o interrumpir un embarazo. Para Silvia Federici, las cazas de brujas permitieron preparar la división sexuada del trabajo que requería el capitalismo reservando el trabajo remunerado a los hombres y asignando a las mujeres el papel de traer al mundo y educar a la futura mano de obra 64. Esta asignación se extiende hasta el día de hoy: las mujeres son libres de tener hijxs o no tenerlxs… a condición de elegir tenerlxs. Quienes no lo desean son asimiladas a veces a criaturas sin corazón, malvadas en un sentido oscuro y malintencionadas respecto de lxs hijxs de lxs demás (véase el capítulo 2). Las cazas de brujas inscribieron también en la conciencia, y muy profundamente, una imagen muy negativa de la anciana (capítulo 3). Es verdad que se quemaron “brujas” muy jóvenes, e incluso niños y niñas de siete u ocho años; pero las de más edad, que se juzgaban a la vez repugnantes por su aspecto y particularmente peligrosas por el hecho de su experiencia, fueron “las víctimas favoritas de las cazas”65. “En lugar de recibir los cuidados y la ternura que corresponden a las mujeres de edad, las ancianas fueron acusadas de brujería con tal frecuencia que, durante años, era muy raro en el norte de Europa verlas morir en su lecho”, escribía Matilda Joslyn Gage 66. La obsesión llena de odio de los pintores (Quentin Metsys, Hans Baldung, Niklaus Manuel Deutsch) y de los poetas (Ronsard, Du Bellay) 67 por la mujer anciana se explica a través del culto de la juventud que se desarrolla en esa misma época y por el hecho de que por entonces las mujeres vivían más años. Además, la privatización de las tierras anteriormente compartidas –lo que se llamaba, en Inglaterra, los “enclosures”– en el transcurso de la acumulación originaria que preparó el advenimiento del capitalismo, penalizó particularmente a las mujeres. El trabajo remunerado se había convertido en el único medio de subsistencia y los hombres accedían más fácilmente a aquel. Ellas dependían más que ellos de las tierras comunales donde era posible el pastoreo de las vacas y la recolección de leña o hierbas 68. Este proceso, a la vez, socavó su independencia y redujo a las más ancianas a la mendicidad cuando no podían contar con el sostén de sus propixs hijxs. Como una boca inútil para alimentar de ahí en adelante, la mujer menopáusica, de comportamiento y palabra a veces más libres que antes, se convirtió en una plaga de la cual había que liberarse. También se la creía animada por un deseo sexual todavía más devorador que el de su juventud –lo que la empujaba a buscar la cópula con el Diablo; este deseo se veía como grotesco y despertaba repulsión–. Se puede suponer que, si hoy en día se dice de las mujeres que se marchitan con el tiempo mientras que los hombres se valorizan, si la edad las penaliza en el plano amoroso y conyugal, si la carrera por la juventud adquiere para ellas un tono tan desesperado, es en amplia medida en razón de estas representaciones que continúan rondando nuestro imaginario, desde las brujas de Goya a las brujas de Walt Disney. La ancianidad de las mujeres sigue siendo de una u otra manera fea, vergonzosa, amenazante, diabólica. El sojuzgamiento de las mujeres necesario para la implementación del sistema capitalista fue de la mano del sometimiento de los pueblos declarados “inferiores”, lxs esclavxs y lxs colonizadxs, proveedorxs de recursos y mano de obra gratuitas –es la tesis de Silvia Federici– 69. Pero también se acompañó de una explotación de la naturaleza y la instauración de una concepción nueva del saber. De allí se derivó una ciencia arrogante, nutrida de desprecio respecto de lo femenino, que quedó asociado a lo irracional, lo sentimental, a la histeria, a una naturaleza que había que dominar (capítulo 4). La medicina moderna, en particular, se construyó en base a este modelo y con un vínculo directo con las cazas de brujas que permitieron a los médicos oficiales de la época eliminar la competencia de las curanderas –que en general eran bastante más competentes que ellos–. La ciencia heredó una relación estructuralmente agresiva con el paciente, y más todavía con la paciente, como dan testimonio los maltratos y la violencia cada vez más denunciados desde hace algunos años, en particular gracias a las redes sociales. La glorificación de una “razón” que con frecuencia no es tan racional como se pretende, y la relación agresiva con la naturaleza, a las cuales nos acostumbramos tanto que ni siquiera las vemos, fueron objetadas en todos los tiempos. Esos cuestionamientos hoy se vuelven más urgentes que nunca. A veces se hacen fuera de toda lógica de género, pero a veces también bajo un ángulo feminista. En efecto, algunas pensadoras juzgan indispensable desanudar conjuntamente dos dominaciones que fueron impuestas en el mismo momento. Además de combatir las desigualdades que padecen en el interior de un sistema, se atreven a criticar el sistema mismo: quieren invertir un orden simbólico y un modo de conocimiento construidos explícitamente contra ellas.
Devorar el corazón del marino de Hydra
Es imposible aspirar a la exhaustividad en temas como éste. Solo propondría, para cada uno de ellos, un camino balizado por mis reflexiones y lecturas. Para eso me voy a apoyar sobre autoras que, a mis ojos, encarnan del mejor modo posible el desafío lanzado a las prohibiciones que acabamos de describir puesto que llevar una vida independiente, envejecer, tener el dominio del propio cuerpo y de la propia sexualidad sigue siendo, en cierto modo, algo prohibido para las mujeres. Entonces me voy a apoyar en aquellas que son para mí las brujas modernas, aquellas cuya fuerza y perspicacia me estimulan tanto como lo hicieron la fuerza y perspicacia de Floppy LeRedoux en mi infancia, ayudándome a conjurar los rayos del patriarcado y a esquivar mediante slaloms sus órdenes. Se definan o no como feministas, ellas se niegan a renunciar el ejercicio pleno de sus capacidades y de su libertad, a la exploración de sus deseos y posibilidades, se niegan a renunciar al goce de ellas mismas. Al hacerlo se exponen a una sanción social que se puede ejercer simplemente a través de reflejos y condenas que hemos incorporado sin pensar siquiera en ello, tan profundamente anclada está la definición restringida de lo que debe ser una mujer. Recorrer las prohibiciones que ellas han subvertido permite medir a la vez la opresión habitual que padecemos y su audacia.
Escribí en otro lugar, y no bromeaba sino a medias, que me proponía fundar la corriente “pollo mojado” del feminismo 70.Soy una burguesa amable y bien educada, y siempre me molesta hacerme notar. Sólo doy un paso al frente cuando no puedo hacer otra cosa, cuando mis convicciones y aspiraciones me obligan. Escribo libros como éste para darme ánimo, y desde entonces mido la importancia estimulante de los modelos identificatorios. Hace algunos años, una revista había bosquejado el retrato de algunas mujeres de todas las edades que no se teñían las canas; la elección en apariencia era insignificante pero inmediatamente hacía reaparecer el espectro de la bruja. Una de ellas, la diseñadora Annabelle Adie, recordaba el impacto que le había producido en los años 1980 el descubrimiento de Marie Seznec, una joven modelo de Christian Lacroix que tenía la cabellera completamente blanca. “Cuando la vi en un desfile, quedé subyugada. Yo tenía alrededor de veinte años y ya tenía algunos cabellos grises. Confirmó mis convicciones: ¡tintura jamás!” 71. Más recientemente, la periodista del mundo de la moda Sophie Fontanel consagró un libro a su decisión de no teñirse más los cabellos. Lo tituló Une apparition (Una aparición). La aparición es a la vez el advenimiento de esa “sí misma” resplandeciente que la tintura disimulaba, y la de la mujer impresionante de cabellos blancos cuya visión, en las mesas a la calle de un café, la decidió a abrir camino 72. En Estados Unidos, el Mary Tyler Moore Show, que en los años 70 ponía en escena al personaje –real– de una periodista soltera y feliz de serlo, fue una revelación para ciertas telespectadoras. Katie Couric, que en 2006 se convirtió en la primera mujer en presentar sola un importante noticiero televisivo estadounidense, recordaba en 2009: “Veía a esa mujer libre, que se ganaba la vida sola, y me decía: ‘lo que quiero es eso’” 73. Volviendo a trazar el sendero que la llevó a no tener hijxs, la escritora Pam Houston evoca la influencia de su profesora de estudios feministas en la universidad de Denison (Ohio) en 1980, Nan Nowik, que, “enorme, elegante”, usaba DIU 74 a modo de aros 75... Cuando volvió de un viaje a Hydra, una amiga griega me contaba que vio, expuesto en el pequeño museo local, el corazón embalsamado del marinero de la isla que había combatido a los turcos con más ferocidad. “¿Pensás que si nos lo comiéramos seríamos tan valientes como él?”, me preguntaba soñadora. Es inútil recurrir a medios tan extremos: cuando se trata de hacer propia la fuerza de algún otrx, el contacto con una imagen o un pensamiento puede bastar para producir efectos espectaculares. En esa manera que las mujeres tienen de darse la mano mutuamente (de modo deliberado o sin conciencia de hacerlo) podemos ver la contracara perfecta de la lógica del “deslumbramiento” que rige las secciones people e innumerables cuentas de Instagram: no el sostén de la ilusión de vida perfecta, que solo sirve para despertar envidia y frustración, incluso odio respecto de una misma y desesperación, sino una incitación generosa que permite una identificación constructiva, estimulante, sin hacer trampa respecto de las fallas y las debilidades. La primera actitud domina en la lucrativa y amplia competencia por el título de aquella que encarnará mejor los arquetipos de la femineidad tradicional –la esclava de la moda, la madre y/o el ama de casa perfecta–. La segunda, por el contrario, alimenta la disidencia en relación con estos modelos. Demuestra que es posible existir y desarrollarse plenamente fuera de ellos y que, contrariamente a aquello sobre lo que nos quiere persuadir un discurso sutilmente intimidatorio, no nos espera la condena a la vuelta de la esquina si nos apartamos del camino recto. Sin duda hay una parte de idealización o de ilusión en la creencia de que lxs demás “saben” o detentan un secreto que a una se le escapa; pero aquí, al menos, se trata de una idealización que da alas y no una idealización que deprime y paraliza. Algunas fotos de la intelectual estadounidense Susan Sontag (1933-2004) la muestran con un gran mechón blanco en medio de sus cabellos oscuros. Este mechón era la señal de un albinismo parcial. Sophie Fontanel, que también lo tiene, cuenta que en Bourgogne, en 1460, una mujer llamada Yolanda fue quemada por bruja y, al raparla, se encontró una mancha despigmentada que tenía que ver con este albinismo y que se leyó como la marca del diablo. Hace poco volví a ver una de esas fotos de Susan Sontag y me di cuenta de que la encontraba hermosa, mientras que, hace veinticinco años, me parecía que tenía algo duro, molesto. En aquel entonces, incluso si no me lo formulé claramente, me hacía recordar a la odiosa y terrorífica Cruella en Los 101 dálmatas de Walt Disney. El simple hechode haber tomado conciencia de este hecho hizo que se volatilizara la sombra de la bruja maléfica que parasitaba mi percepción de aquella mujer y todas las que se le parecen. En su libro, Fontanel enumera las razones por las cuales encuentra las canas hermosas: “Color blanco como tantas cosas hermosas y blancas: los muros pintados a la cal en Grecia, el mármol de Carrara, la arena de los baños de mar, el nácar de las conchillas, la tiza sobre el pizarrón, un baño de leche, lo brillante de un beso, una pendiente nevada, la cabeza de Cary Grant recibiendo un Oscar honorífico, mi madre llevándome a la nieve, en invierno” 76.
Son tantas las evocaciones que conjuran con dulzura las asociaciones de ideas que surgen de un denso pasado misógino. A mis ojos, aquí hay una suerte de magia. En un documental que le estaba consagrado, el autor de la historieta Alan Moore (V de Vendetta) decía: “Creo que la magia es arte, y que el arte literalmente es magia. El arte, como la magia, consiste en manipular los símbolos, palabras o imágenes para producir cambios en la conciencia. De hecho, lanzar un maleficio es simplemente decir, manipular palabras para cambiar la conciencia de las personas, y es la razón por la cual creo que un artista o un escritor es lo más cercano que hay, en el mundo contemporáneo, a un chamán” 77. Expulsar, en los estratos de imágenes y discursos acumulados, aquello que tomamos por verdades inmutables, dejar en evidencia el carácter arbitrario y contingente de las representaciones que nos encarcelan sin que lo sepamos y sustituirlas por otras que nos permitan existir plenamente y nos envuelvan con aprobación, ésa es una forma de brujería dentro de la cual sería feliz de ejercitarme hasta el final de mis días.
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Notas:
58. Françoise d’Eaubonne, Le Sexocide des sorcières, op. cit.
59. Guy Bechtel, La Sorcière et l’Occident, op. cit.
60. Anne L. Barstow, Witchcraze, op. cit.
61. Armelle Le Bras-Chopard, Les Putains du Diable, op. cit.
62. Anne L. Barstow, Witchcraze, op. cit.
63. Armelle Le Bras-Chopard, Les Putains du Diable, op. cit.
64. Silvia Federici, Calibán y la bruja, op. cit.
65. Guy Bechtel, La Sorcière et l’Occident, op. cit.
66. Matilda Joslyn Gage, Woman, Church and State, op. cit.
67. De ese modo resucitaban una tradición antigua encarnada en particular por Horacio u Ovidio, también ellos autores de textos innobles sobre el cuerpo de las mujeres viejas.
68. Silvia Federici, Calibán y la bruja, op. cit.
69. Ídem.
70. Mona Chollet, Chez soi, op. cit.
71. Diane Wulwek, “Les cheveux gris ne se cachent plus”, Le Monde 2, 24 de febrero de 2007.
72. Sophie Fontanel, Une apparition, Robert Laffont, París, 2017. Cf. Mona Chollet, “La revanche d’une blande”, http://www.la-meridienne.info/, 24 de junio de 2017.
73. Citado por Rebecca Traister, All the Single Ladies. Unmarried Women and the Rise of an Independent Nation, Simon & Schuster, Nueva York, 2016.
74. Dispositivo intrauterino llamado abusivamente “stérilet”. (N. de la T.) DIU en español, la traducción de este término sería “esterilete”.
75. Pam Houston, “The trouble with having it all”, en Meghan Daum (dir.), Selfish, Shallow, and Self-Absorbed. Sixteen Writers on the Decision Not to Have Kids, Picador, Nueva York, 2015.
76. Sophie Fontanel, Une apparition, op. cit.
77. The Mindscape of Alan Moore, documental realizado por DeZ Vylenz, 2003.