Columnas

Beatriz Viterbo, Buenos Aires, circa 1925

De la serie "Epifanías"
Así como Carlos Argentino Daneri lo llevó a Borges a ver el aleph, no hay motivos para no creer que haya hecho lo mismo con Beatriz Viterbo.

Por Luis Sagasti.

En Constitución, en un sótano de la calle Garay, Carlos Argentino Daneri tiene el universo concentrado en una pequeña esfera. No hay un punto de vista de privilegio cuando las cosas son infinitas de modo que en esa esfera todos los puntos se ven desde todos los puntos al mismo tiempo. En ningún momento su dueño invita a Borges en forma explícita a observarla, solo comparte con él la desdicha de la demolición próxima de la casa y la consecuente pérdida del prodigio. Borges sabe lo que es un aleph pero se le antojaba hasta el momento de la charla telefónica un objeto alegórico con que ciertas sabidurías cifraban el orden secreto del cosmos. Dice de ir a verlo de inmediato y corta el teléfono “antes de que pudiera emitir una prohibición.” Cuando llega a la casa, su detestado amigo le convida un necesario e incierto licor y le da instrucciones sobre cómo acomodarse en el sótano para observar bien lo que no ha de repetirse. En ningún momento Borges sospecha de que cayó en una trampa: Daneri quiere que él vea el aleph.

¿Qué le depara a quien echa un vistazo a la totalidad? Sin duda la desdicha, cierto aire de infortunio, al menos hasta que el recuerdo se resuelva en hilachas como casi siempre ocurre. No solo observar el aleph es experimentar cabalmente los límites de toda expresión sino también habitar de ahí en más un molesto estado de dejá vu. Todo es vagamente reconocible de ahora en más, lamenta Borges de regreso a su casa. La sorpresa y la novedad serán dos formas de la esperanza.

Cuando Borges abandona el sótano, su entusiasmado anfitrión le pregunta

-¿La viste todo bien, en colores?

Hacia principios de la década del setenta, cuando ya casi todo el mundo tenía un televisor se puso de moda una duda: ¿soñamos en colores? Nadie, hasta ese momento, donde las imágenes en blanco y negro comenzaban a moldear el orbe, había hecho semejante pregunta. Aún no hay fotos en color en 1941 (al menos para usos domésticos).

Daneri pregunta por Beatriz Viterbo, quien desde hacía años solo habitaba fotografías; en una sala de la casa hay unas cuantas que Borges recuerda con devotos detalles.

Borges ve dos cosas en el aleph: el cuerpo de Beatriz trabajado por la muerte y las “obscenas y precisas” cartas que le escribía a Daneri, que al parecer ni siquiera estaba enamorado de ella, lo cual es atroz para quien sí la amaba.

La pregunta no es por las cartas, Daneri bien sabe que las vio, ese es el primero de sus intereses, sino por la corrupción de su cuerpo. Esa es la otra jugada. No por un morboso placer, sino por el acceso violento a la intimidad más honda. No hay motivos para no creer que el anfitrión ha enseñado la esfera a Beatriz Viterbo alguna vez. Y acaso por caballero, para no dejarla sola en un sótano donde puede asomar alguna rata, se ha acomodado junto a ella. Entonces Beatriz ve el universo y en el universo a ella acostada junto a Daneri observando el aleph donde ellos dos están acostados y así. El infinito los envuelve y multiplica, estallan dentro de sí. Pero también Beatriz debe haber accedido a la intimidad más honda de Borges en ese instante. Aquella que puede causar escarnio, vergüenza o burla. Daneri, sabemos, baja muy seguido al sótano a contemplar el aleph; puede constatar así rutinas de Borges, puede invitar a Beatriz a observar una de esas rutinas secretas.

En la enumeración de su experiencia, Borges no se detiene en su anfitrión, pero nada nos cuesta imaginarlo arriba, bebiendo una copa con una sonrisa perfecta. Se la mire por donde se la mire.

***

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