Advertencia
Literatura de prospectos
Jueves 09 de enero de 2020
"Antes la química que las palabras: dos maneras de pensar el mundo, y en el mundo, a las personas". Otra columna del autor de Bahía Blanca.
Por Martín Kohan.
Entre mis lecturas de estos días, consta (por razones que no vienen al caso) la del prospecto del Ultraneural 300. De la sección “Advertencias”, transcribo el siguiente párrafo: “Se han notificado casos de pensamientos y comportamientos suicidas en pacientes tratados con medicamentos antiepilépticos en distintas indicaciones (…). Se desconoce el mecanismo por el que se produce este riesgo, y los datos disponibles no excluyen la posibilidad de un incremento del riesgo con gabapentina. Por tanto, los pacientes deben ser monitorizados para detectar signos de pensamientos y comportamientos suicidas, y por lo tanto debe considerarse el tratamiento adecuado. Se debe aconsejar a los pacientes (y sus cuidadores) que consulten a su médico si aparecen pensamientos y comportamientos suicidas”. Fin de la cita.
Entiendo que el paciente en cuestión es un lector más que probable, por no decir casi seguro, del prospecto del remedio que ingiere (no así de la presente columna). Y no obstante, en su redacción, parece darse por sentado que el lector habrá de ser seguramente algún otro (ese que debe monitorear, detectar, aconsejar, cuidar, etc.), pero nunca el propio paciente. Porque de contemplarse esa circunstancia concreta, la del paciente leyendo el prospecto, ¿cómo se largan, así sin más, a comentar que hay riesgos de pensamientos suicidas? De pensamientos y de comportamientos, pero antes de pensamientos. ¿No advierten que, si por caso no aparecieron aún, es el propio prospecto el que podría estar introduciendo la idea?
Claro que no: no lo pensaron. Tal vez se distrajeron previniendo posibles juicios y no calcularon esto otro: los efectos de lectura. Los efectos secundarios, pero no de la medicación, sino del prospecto que la acompaña. Tal vez pensaron en el paciente, mas no pensaron en el lector. O tal vez subestimaron, en fin, por qué no, el poder de las palabras. Sobre todo en estos tiempos en los que es tan fuerte la tendencia a relegar los aspectos psíquicos, ideológicos, lingüísticos, culturales; para reducirlo todo a cuestiones neurofisiológicas o variables puramente químicas (¿no empezó acaso a decirse así, que “tenían química” dos personas que se gustaban o se habían caído bien? ¿Y que había “química en la cama”, si por caso cojían lindo?).
Antes la química que las palabras: dos maneras de pensar el mundo, y en el mundo, a las personas. El prospecto se aboca así, con pormenor, a establecer cada consecuencia posible para todos los componentes de cada pastilla. Pero a sí mismo, como prospecto, se pasó redondamente por alto.