"Leemos para habitar nuestro tiempo"
Serie de entrevistas Big Sur
Lunes 20 de julio de 2020
"Tenemos la convicción de que la única patria es la lengua y que somos una única literatura": conversamos por correo electrónico con el equipo de Editorial Candaya, uno de los sellos que llega desde Barcelona con más de 100 títulos en su haber.
Por Valeria Tentoni.
Continuando con la serie de entrevistas Big Sur, en la que conversamos por caso con editores como los de Altamarea, Musaraña y las de Ralentí, esta vez viajamos hasta Barcelona vía correo electrónico.
Editorial Candaya (y su nutrido y abierto catálogo en narrativa, poesía y ensayo) alcanzó nuestras latitudes hace poco. Fue fundada en 2003 por los profesores Olga Martínez y Paco Gómez, pero el equipo no se termina ahí e incluye, por caso, la sección Candaya Joven, donde encontramos a Víctor Minué Maggiolo: es a él a quien alcanzamos con este breve cuestionario, para pedirle nos ayude a presentar la propuesta.
¿Cómo surge Candaya y por qué toman su nombre de El Quijote? ¿Qué de ese espíritu los representa?
Nuestra editorial toma el nombre de un reino fantástico de El Quijote: el remoto reino de Candaya, hacia el que, con los ojos vendados pero con la capacidad de soñar intacta, cabalgan Don Quijote y Sancho en el caballo de madera Clavileño, con el propósito de acabar con los oscuros maleficios del gigante Malambruno. La anécdota aparece en la segunda parte, cuando los personajes ya han leído El Quijote de 1605: en este episodio, con una intención burlesca, los duques de Aragón organizan esta aventura imaginaria que tanto Don Quijote como Sancho acometen con valor y decisión, y sobre todo con esperanza y con el sacrificio que implica la batalla con Malambruno. Nos pareció una buena metáfora del poder transformador de la literatura y de lo que queríamos que fuese nuestro proyecto editorial: desafiar a la lejanía y a los océanos, pero sobre todo a esa sucesión de perversidades políticas y económicas que durante tanto tiempo ha fracturado nuestras literaturas y ha distanciado a los escritores y lectores de los dos lados del Atlántico. Tenemos la convicción de que la única patria es la lengua y que somos una única literatura.
¿Por qué privilegian la literatura hispanoamericana? ¿Qué creen que hay de valía en ese universo?
La literatura latinoamericana está en el origen de Candaya y es, sin duda, nuestra principal seña de identidad, como corrobora nuestro catálogo: de los 101 libros que hemos publicado hasta ahora (marzo de 2020), 60 son de autores latinoamericanos: argentinos, chilenos, ecuatorianos, mexicanos, paraguayos, peruanos, venezolanos…, a los que se sumarán muy pronto, una autora portorriqueña y otra boliviana.
Candaya nació de una experiencia de fascinación, la que sentimos cuando conocimos y leímos al poeta paraguayo Elvio Romero y al novelista venezolano Ednodio Quintero, y de nuestra sorpresa al descubrir que estos dos magníficos escritores, clásicos contemporáneos indiscutibles en sus respectivos países, sólo eran conocidos en España por un pequeño grupo de iniciados, como Enrique Vila-Matas, que en varias ocasiones insistió en que Ednodio Quintero era el mejor escritor venezolano de su generación o como Luis García Montero, que desde muy joven había leído y admirado la poesía telúrica de Elvio Romero. Sorpresa que se transformó en indignación cuando comprobamos que nunca, en los más de 500 años de historia compartida, se había publicado en España un poeta paraguayo.
Pensamos que había un vacío editorial que cubrir y hemos intentado crear un espacio de encuentro entre los escritores más comprometidos (con el lenguaje, con el presente, con el ser humano…) y con más voluntad de riesgo, de acá y de allá, como decía Cortázar, y que ello sería nuestra manera de agradecer todo lo que Latinoamérica nos había aportado, pues a Candaya la precedieron, lógicamente, muchos años de lecturas americanas reveladoras y casi iniciáticas –de Onetti, de Saer, de Bolaño, de del Paso, de Piñeira…-, y muchos viajes por el continente, especialmente a Guatemala, donde durante 7 años estuvimos muy implicamos en un hermoso proyecto de cooperación en una zona indígena, el Cerro Pecul de Sololá. Con el tiempo este americanismo germinal nuestro (de Olga Martínez y Paco Robles, que fundamos la editorial en 2003) se ha visto enriquecido y reforzado por las aportaciones del resto del “equipo Candaya”: de Víctor Minué, que es chileno; del escritor mexicano Eduardo Ruiz Sosa; del periodista Miquel Robles, que también conoce muy bien el continente (especialmente en su dimensión política) y de nuestro diseñador, Francesc Fernández que, aunque es catalán como nosotros, vive en Buenos Aires.
Pensamos que esa “valía” de la literatura latinoamericana de la que hablas -su diversidad, su compromiso, su indagación en los conflictos y desazones de nuestro tiempo, su valiente contemporaneidad, sus arriesgadas apuestas formales- la confirman muchos de los escritores y escritoras que hemos publicado en Candaya.
Por ejemplo, ese vendaval de novelistas salvajes ecuatorianas que está erosionando las narrativas más asertivas y que tantos cerrojos y puertas está venciendo: Mónica Ojeda sumergiéndose, tanto en Nefando como en Mandíbula, en el lado más oscuro y enfrentando miedos, deseos, violencias, perversidades y delirios asombrosamente contemporáneos, de los que pocas veces se había escrito o hablado; la escritura herida y luminosa de Daniela Alcívar que escribe desde el cuerpo y desde la intimidad más sangrante, y que, al conjugar abismalmente dolor y deseo, comparte en Siberia. Un año después una sobrecogedora experiencia del duelo y de la pérdida muy distinta a las que habíamos leído nunca; o Solange Rodríguez explorando, en La primera vez que vi un fantasma, la vertientes feministas de lo insólito y lo fantástico.
Otro ejemplo muy claro sería la reformulación de la literatura política que proponen, desde una apuesta estética muy personal e innovadora, el escritor mexicano Eduardo Ruiz Sosa y el novelista peruano Gustavo Faverón en sus extraordinarias novelas: Anatomía de la memoria y Vivir abajo, sin duda dos obras maestras de nuestra literatura contemporánea. Rescatando del olvido un movimiento revolucionario del norte de México en la década de los setenta (Los Enfermos), Eduardo Ruiz Sosa incide en los temas esenciales de nuestro tiempo: la enfermedad, la violencia, la búsqueda de la utopía, la memoria, la identidad… pero sorprendiendo al lector por la originalidad y complejidad de su estructura (un tratado de anatomía sobre la memoria); y por su estilo envolvente e hipnótico, de hondo calado poético. Gustavo Faverón hace que confluyan y estallen todos los géneros (el misterio policial, la crónica de viajes, la narrativa metafísica, la metaliteratura, el humor quijotesco, el relato de amor…) en esa historia subterránea de América Latina y en ese descenso a los infiernos de la locura y la violencia que es Vivir abajo.
¿Cómo piensan la labor editorial en un contexto de crisis mundial? ¿Cuál es la tarea del editor ante la crisis y por qué hacer libros en este contexto?
La crisis (interior o comunitaria) define siempre al ser humano y al mundo, y nuestros libros, en la medida que se proponen complejizar la realidad en lugar de simplificarla, son espacios de reflexión para enfrentarla. Una novela, un poemario te invitan a tomar conciencia estética o política, te ayudan a defenderte de la hostilidad del entorno.Entendemos al libro como una herramienta, social y también íntima, de cambio, y tratamos de que nuestras publicaciones estén a la altura de este desafío, sin sentir la presión del mercado, las modas o la autocensura.
"No nos podemos permitir publicar autores u obras de las que no estemos absolutamente convencidos", advierten. ¿Qué es lo que delinea ese convencimiento, qué dispara la alarma de su interés y que los resuelve a elegir a un autor o autora de esta manera?
Pensamos que en un mercado editorial tan activo y también tan saturado como el español, decidir qué libro publicar exige, ante todo, un ejercicio de responsabilidad (y de honestidad). En primer lugar, ese libro nos tiene que enamorar (el click interior del que hablamos los editores), pero a la vez, convencer de que aporta algo a ese difuso y complejo tejido cultural (de un momento, de un país) que entre todos vamos poco a poco construyendo. Cada libro (y cada uno a su manera porque cada libro es distinto) debe ser un arañazo en la uniformidad, una pequeña grieta en la banalidad asfixiante del entorno, una invitación a pensar y a sentir, una experiencia de vértigo…
En Candaya conviven propuestas estéticas y universos ficcionales muy distintos, pero sí que son reconocibles tres constantes que, aunque brumosas, dan unidad a nuestro catálogo, ciertos principios que nos identifican. “Es un libro muy Candaya”, dicen a menudo nuestros lectores.
La primera constante, es el compromiso con lo que somos y con el mundo y el tiempo histórico en el que vivimos. La apuesta por una literatura que nos sacuda e incite a penetrar en territorios interiores a veces vedados, que nos invite a descubrir la complejidad del otro y a empatizar con él. Una literatura, en definitiva, manchada de realidad y que esté atenta al universo cambiante que nos rodea.
La segunda constante es el compromiso con el lenguaje, una literatura que pelee por el goce estético (por eso nos gustan tanto las novelas de aliento poético), que en cada capítulo y en cada estrofa, corteje a la belleza, esa experiencia tan poliforma, mutable y misteriosa que llamamos belleza.
La tercera constante es la vocación de modernidad, la apuesta por una literatura que se reinvente constantemente, que huya del estancamiento y que busque, arriesgando cuando haga falta, nuevos caminos de expresión.
Publican narrativa pero también poesía, que incluye la voz de sus autores, ¿por qué la incluyen? ¿Qué valor agrega? ¿Cómo piensan el catálogo de poesía?
Escuchar al propio poeta recitando su poesía es una experiencia que completa la lectura poética. La voz del poeta leyendo su propio texto puede ser una experiencia de relevación que te descubre claves secretas de un poema. Así pasa, por ejemplo, con José Barroeta y María Auxiliadora Álvarez, dos grandes escritores venezolanos de nuestro catálogo. O con Carlos Vitale, ese gran poeta argentino que vive en Barcelona desde los años 80. Aunque la desaparición del formato CD nos está obligando a renunciar a esta apuesta por la oralidad y a abandonar incompleto un hermoso proyecto: ir creando un mapa sonoro y poético de los acentos del continente americano y también de las variedades dialectales de la península.
El catálogo de poesía de Candaya, como el de narrativa, es diverso en varios sentidos. La colección se compone de libros recopilatorios, como Las nadas y las noches, de María Auxiliadora Álvarez; obras completas o reunidas, como en el caso de Todos han muerto de José Barroeta y El futuro, del poeta chileno Bruno Montané Krebs; proyectos de larga duración, podríamos decir, como los libros de la venezolana Cristina Falcón y el ecuatoriano Mario Campaña, y libros individuales, apuestas concretas, como la Antología de Spoon River, del cubano Dolan Mor, o La sutura y la piel, de Miguel Ángel Ortiz Albero.
También tienen las colecciones de ensayo y abierta. ¿Cómo piensan estos catálogos?¿Qué hay de abierto en el catálogo de la colección abierta, a qué se abre Candaya?
Pensamos Candaya Ensayo como un espacio de indagación colectiva sobre aquellos autores atemporales que se están convirtiendo en nuestros clásicos contemporáneos. Los seis volúmenes que hasta el momento hemos publicado (Vila-Matas portátil,Bolaño salvaje, El lugar de Piglia, Materias dispuestas. Juan Villoro ante la crítica, Ronda Marsé y Universo Nooteboom) son, ante todo, artefactosde lectura reflexiva: recogen el cuerpo crítico que cada uno de estos autores ha generado (algunos son ensayos escritos especialmente para esos libros) y por eso tienen tanto recorrido en el mundo académico. Pero también quieren ser una puerta de acceso al universo más íntimo de cada escritor, de ahí la importancia de los testimonios más subjetivos de sus amigos, de los escritores que los conocieron o de la mirada del propio escritor sobre su obra, sobre su vida. Nos emocionó la forma en que Ricardo Piglia definió estos libros: “bibliotecas móviles, que permiten que el diálogo entre escritores y lectores continúe y se enriquezca”, pero también fue un gran elogio los que nos dijo un amigo actor sobre Bolaño salvaje: “Para los bolañistas como yo, este libro es droga en vena”. Todos los volúmenes incluyen (y pensamos que esto es absolutamente inédito en el mundo editorial) un documental sobre el escritor y sus mundos ficcionales que se rodó específicamente para el libro. Son 6 joyitas de incalculable valor: Piglia hablando sobre el cine en Buenos Aires, Nooteboom conversando con Manguel en su casa de Ámsterdam, Vila-Matas recorriendo y explicando, en Barcelona, sus geografías más íntimas. En fin, se trata de una colección que ofrece panorámicas sobre diversos autores y que enriquece nuestras lecturas de su obra.
Candaya Abierta quiere ser como uno de esos cajones de sastre en que lo inclasificable (que a menudo esconde secretas maravillas) tenga cabida: el dietario, la crítica literaria, la crónica de viajes, la tradición aforística, el ensayo literario o filosófico. Esa apertura que en principio ha sido la seña de identidad de las colecciones de narrativa y poesía, se ofrece aquí no solamente a latitudes o espacio geográficos, sino también a las formas más variadas de la escritura, formas que también se arriesgan y que persiguen estrategias alternativas para ver y decir el mundo.
¿Cómo piensan el vínculo con la literatura argentina? Desembarcan con Big Sur: ¿qué esperan de la interacción con este universo editorial y en qué concepto lo tienen?
Somos conscientes de la riqueza de la literatura argentina, de su capacidad de innovación y de explorar nuevos caminos, tan evidente en la segunda mitad del siglo XX y también en el siglo XXI. Su influjo en la literatura en lengua española ha sido y es vastísimo y enormemente estimulante. No es extraño, pues, que Argentina sea el país hispanoamericano más presente en nuestro catálogo. Nos sentimos muy felices de haber publicado 11 autores argentinos (19 libros), acercando a los lectores españoles, y de otros países latinoamericanos, a escritores ya fundamentales del canon contemporáneo de la literatura argentina, como Juan José Becerra -que fue finalista del Tigre Juan, uno de nuestros premios más importantes- y a Sergio Chejfec, cuya personalísima narrativa flaneur y ensayística –esa emoción del pensamiento tan suya- ha dejado honda huella en novelistas como Enrique Vila-Matas o Miguel Ángel Hernández. O de haber apostado por voces tan singulares y potentes como la de Francisco Bitar, Carlos Skliar y, recientemente, Fernanda García Lao. Pero también nos enorgullece haber creado un espacio de recuperación y proyección de escritores argentinos que, por diferentes razones –políticas, económicas, laborales o de proyecto personal de vida- viven fuera de su país desde hace años y no acaban de formar parte ni de la literatura argentina ni española. Podríamos citar aquí a los poetas Carlos Vitale, Teresa Martín Taffarel y Antonio Tello. O a Lázaro Covadlo, un novelista de culto en España que, bajo la apariencia adictiva de la novela de aventuras traza, en Las salvajes muchachas del partido, lo que Masoliver Ródenas definió como el “vasto mural de la desolación” de la primera mitad del siglo XX (inolvidables los capítulos sobre las colonias judías de Entre Ríos o la conversación entre el protagonista, Baruj Kowanski, y Felicks Dzerzhinski, el fundador de la Checa). Y entre los más jóvenes, Tomás Sánchez Bellocchio, que vive en México y tanto sorprendió con Familias de cereal (“Uno de los libros de relatos que más me han gustado en los últimos años” dijo el escritor y profesor Juan Carlos Márquez) o Laureano Debat, y su ya imprescindible libro de crónicas Barcelona inconclusa. Que ahora todos estos escritores transterrados puedan leerse con normalidad en su país de origen nos ilusiona de manera muy especial.
Somos conscientes, por otra parte, de que Argentina es un mercado muy exigente y complejo, y por ello desafiante para cualquier editor. Pero creemos en nuestros autores y estamos dispuestos a pelear por hacernos un espacio en ese mundo editorial. Y ojalá pronto los lectores de Buenos Aires o de Mendoza puedan disfrutar también de los escritores peninsulares de nuestro catálogo, que pensamos que ilustran muy bien la nueva e interesante literatura que en estos momentos se está escribiendo en España y que tan desconocida es en Latinoamérica. Ojalá puedan, por ejemplo, sumergirse en esa historia de un derrumbe familiar que cuenta Alejandro Morellón (el único escritor español que ha ganado el prestigioso Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez) en la estremecedora y claustrofóbica nouvelle Caballo sea la noche (cinco capítulos, cinco párrafos). O pensar el mundo preapocalíptico y al borde del cataclismo social, tan de actualidad hoy, que vaticina Juan Soto Ivars en Crímenes del futuro. O descubrir esa novela de culto que es Autopsia, de Miguel Serrano: una implacable radiografía de un personaje y una generación marcados por la violencia, el vacío, la incomunicación y la culpa. O esa novela de ensayo-ficción que es Los cuerpos partidos de Álex Chico, en que el inverosímil viaje de su abuelo desde un pueblo de la Vega de Granada hsta otro de la frontera franco-belga se convierte en el detonante de una reflexión, muy cercana a la emoción de la poesía, sobre las migraciones y sobre el influjo generador y revelador del espacio. O Noche que te vas, dame la mano de Mario de los Santos, una falsa novela policiaca de seres golpeados que tratan de redimirse. O Campo Rojo de Ángel Gracia, una novela de suburbio intensamente poética sobre la violencia de los niños contra otros niños.
En narrativa, se interesan también por las voces jóvenes. ¿Qué valores se agregan al valor de juventud para decidir publicar un libro en Candaya?
Candaya ha sido y es un exitoso vivero de nuevas voces, donde empezaron su camino escritores hoy indiscutibles como Agustín Fernández Mallo, Mónica Ojeda, Gustavo Faverón, Eduardo Ruiz Sosa o Diego Trelles. Bolaño decía que le fascinaban las primeras novelas, pues en ellas veía a un escritor en formación con todas sus potencias y fragilidades. Algo parecido nos pasa a nosotros. Cuando apostamos por un primer libro somos conscientes a veces de sus imperfecciones y excesos, pero a la vez intuimos en esas páginas el germen de un gran escritor. Que un libro se publique y llegue a los otros, que sea leído, comentado, criticado, forma parte de ese fogueo que un novelista o poeta joven necesita para afianzarse y crecer.
Aunque también hemos publicado primeras novelas de sorprendente madurez y belleza, que han dado mucho de qué hablar y dejado huellas hondas: La última vez que fue ayer de Agustín Márquez, una novela breve, conmovedora y que evoca sin romanticismos la vida en la periferia de las grandes ciudades; Factbook. El libro de los hechos de Diego Sánchez Aguilar, una falsa distopía que además contiene una interesantísima crítica a la cultura contemporánea, a la política de la crisis y el capitalismo de las catástrofes; Paseador de perros de Sergio Galarza, que evoca la migración, sus diversas experiencias, la necesidad de lanzarse a lo desconocido; Tener una vida de Daniel Jándula, una novela breve sobre la duda constante que absorbe al lector desde el comienzo; o La edad media de Leonardo Cano, la huella herida de una generación que nació y creció ante la gestación de las crisis del siglo XXI. Hemos publicado muchas primeras novelas, y hemos acompañado a los autores en esas experiencias tan importantes y a veces difíciles, y creemos que esas apuestas son tan necesarias como las de unir las literaturas separadas por fronteras y océanos.
¿Por qué leer?
Leemos por infinitos motivos. Leemos para tener una conciencia más compleja y precisa de lo que somos, para aceptar nuestros miedos, para convivir mejor con la soledad, para comprender al otro y a la extraña naturaleza humana, para recorrer espacios y tiempos que nos fueron vedados, para vivir esas otras vidas a las que no alcanzamos, para hacer más habitable el mundo y capturar de vez en cuando un poco de belleza. Leemos para hacer comunidad, para configurar una comunidad, una especie de tribu, como a veces nos referimos a nuestros lectores, “la tribu Candaya”. Es decir, leemos para reunirnos, para encontrarnos, para estrecharnos unos a otros y reconocernos. Es, a partir de la lectura, así lo creemos nosotros, que podemos fundar esa comunidad de afectos e ideas que a lo largo de la historia de la humanidad siempre ha sido necesaria para sobrevivir, para resistir, para explicarnos el mundo y, cuando es posible, cuando es necesario, transformarlo. Leemos, en fin, para habitar nuestro tiempo.