Entrevistas

Jazmina Barrera y sus cinco miradas sobre la infancia

Gris Tormenta publica un nuevo tomo en su colección “Miradas”: la escritora mexicana elige cinco lecturas alrededor de la niñez. 



Por Valeria Tentoni


  

“Guardamos muy pocos recuerdos de nuestros primeros años. Nos borramos para volver a empezar. También de adultos hacemos espacio para nuevos recuerdos desechando otros —conservando algunos que elegimos sin querer o con querer, como dice mi hijo de seis años—, pero el olvido de la niñez es gigantesco. De la infancia nos destierran y no podemos volver plenamente, ni con el cuerpo ni con la memoria”, escribe Jazmina Barrera para presentar su aporte a la colección “Miradas” de Gris Tormenta, en la que ya han participado autores como Margo Glantz y Enrique Vila Matas. 

Nacida en Ciudad de México en 1988, Barrera es editora, escritora, crítica literaria y traductora. Desde cada uno de estos oficios ha explorado las relaciones de la niñez, la juventud y la crianza con la escritura y la literatura. Autora de Cuaderno de faros, Cuerpo extraño, Linea nigra y Punto de Cruz, visitó Argentina hace un par de años y presentó, en Eterna Cadencia, la editorial de la que forma parte, Antílope

Ahora llega a la librería con esta nueva apuesta, un tomo que celebra la lectura y la infancia por igual. 

  

Comentás en el prólogo que elegiste los fragmentos de Cinco miradas sobre la infancia a partir del deseo de compartir asombros. ¿Cómo fue el trabajo de selección de los textos y autores? ¿Quedaron otros libros sobre el escritorio?  

Los editores de Gris Tormenta querían que esta fuera una selección más intuitiva, que no partiera de una investigación a fondo ni nada parecido. La idea era compartir las lecturas sobre la infancia que más me habían marcado, que se me venían a la mente de manera más inmediata. De hecho, les mandé una lista tentativa a las pocas horas de recibir su invitación y varios de esos textos terminaron en la selección final. Sin embargo, sí hay un criterio detrás de la selección. Me parece que hay ciertas formas específicas de acercarnos a la infancia desde la edad adulta a partir de la literatura: la ficción (crear un personaje niño y meterse en esa cabeza), la memoria (escribir los propios recuerdos de infancia), la crianza (escribir a partir del cuidado, la maternidad, la enseñanza y cualquier otro tipo de interacción con niños y niñas) y la literatura infantil (la escritura como un regalo para las infancias, para dialogar con ellas). Fue a partir de esas categorías que hice la selección final.  

Hablás, también allí, de la extranjería de los adultos y adultas ante el universo de la infancia. ¿Qué podés decirnos del vínculo entre el ejercicio de la imaginación, propio de la escritura, y ese destierro?  

Me parece que la escritura a partir de la imaginación, la experiencia y la memoria, es un ejercicio que nos permite entender, recobrar e imaginar mejor esa cosmovisión de la infancia de la que nos alejan el tiempo, los cambios fisiológicos y el olvido. En esa vuelta a la infancia hay de todo: magia, trauma, consuelo, humor, es decir mucho material para todo aquello que hace la mejor literatura. 

Entre tus elecciones, hay un regreso a los clásicos con Peter y Wendy. ¿Cómo es tu vínculo con esa literatura atemporal, y cuál es su relación con tus lecturas de novedades, también como editora?  

Los escaparates suelen ser para las novedades, en nuestro medio hay mucha presión para ponerles atención. A mí me gusta leer a mis contemporáneos, pero procuro siempre hacerme espacio para hurgar en los libreros. Mucho de lo que más me emociona de la literatura, desde niña, es su capacidad de transportarnos a tiempos y lugares remotos, a cabezas completamente ajenas. Como editora pienso también que es fundamental traducir, recuperar y reeditar, porque la inercia es publicar lo que tenemos más a la mano. Los libros de autores y autoras contemporáneos y compatriotas suelen ser más fáciles de promocionar y más baratos de publicar, por eso es tan importante ese esfuerzo.   

En mis estantes hay una sección especial para los cuentos de hadas, estas historias sin dueño, más viejas que los cerros, que se transforman continuamente, de boca en boca, de cuento en ópera, de chiste en teatro, de película en cómic. Peter Pan y Wendy lo leí hace poco con mi hijo y me fascinó ese pasaje que habla del momento en que nos damos cuenta de que vamos a crecer. El miedo a crecer, del que Peter Pan es un arquetipo, marcó de manera muy profunda mi infancia. 

Has escrito, también, literatura para niños y niñas en Los nombres de los animales. ¿Qué podés contar de esa experiencia, de tu visita al género LIJ? 

Es uno de los libros que más he disfrutado escribir (puro gozo, mucho trabajo también) y sin duda es el libro que más he disfrutado publicar. A los niños no les interesa tu currículum, no tienen ningún prejuicio al acercarse a tus libros, saben perfectamente lo que les gusta y les interesa, sus reacciones son genuinas y honestas. Son mis lectores favoritos.  

La lectura como coleccionismo, la lectura como obsesión, reaparece desde una cita de tu libro Cuaderno de faros. ¿Cómo te definís como lectora y cuál es tu relación con tu biblioteca?  

Cuando te dedicas a escribir la vida se llena de lecturas obligatorias: libros que hay que presentar, para los que hay que escribir el blurb, que hay que leer para los proyectos de investigación de tus propios libros. Hay disfrute en todo eso, también hay mucho de coleccionismo y de obsesión, pero para mí no hay nada como leer un libro sólo porque se te antoja. Tomar un libro al azar del librero, ojearlo y elegir habitarlo por un tiempo. Las bibliotecas representan para mí esa posibilidad de encontrarse y perderse en los libros. Estos últimos años he estado batallando por preservar ese espacio de lectura por puritito placer.

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