"La obra completa de William Trevor es de una ambición tolstoiana"
Por Andrés Hax
Jueves 15 de octubre de 2020
"La cantidad de cuentos que logró publicar parece interminable y por ellos desfilan, literalmente, miles de personajes": tomado de Cuentos selectos (Edhasa), aquí el texto introductorio de su traductor.
Por Andrés Hax.
Aunque William Trevor —nacido en 1928 en Mitchelstown, County Cork, Irlanda— llegó a publicar novelas y colecciones de cuentos en el siglo XXI, es considerado, fundamentalmente, entre los mejores cuentistas del siglo XX. En el mundo de habla anglosajona esta opinión parece ser indiscutible y es compartida con entusiasmo por autoridades ilustres. Por ejemplo, John Banville ha dicho que los cuentos de William Trevor son equiparables con los de Antón Chejov, James Joyce e Isaac Babel; y además, como si fuera poco, lo ubica en un linaje de sensibilidades literarias irlandesas que incluye a Oliver Goldsmith, Edmund Burke, Oscar Wilde, George Bernard Shaw, W.B. Yeats y Samuel Beckett.
Los cuentos seleccionados en este libro son la punta de un iceberg. La obra completa de William Trevor es de una ambición tolstoiana, aunque en clave menor. La cantidad de cuentos que logró publicar parece interminable y por ellos desfilan, literalmente, miles de personajes. Su fortaleza para escribir hasta el final de su larga vida (falleció el 20 de noviembre de 2016 —en Somerset, Inglaterra– con 88 años de edad) y su prolificidad inspiran comparaciones no solo con Tolstoi, sino también con todos los grandes narradores del Siglo XIX que se caracterizaban tanto por su extraordinario realismo literario como por haber producido una bibliografía colosal. Sin embargo, las vidas retratadas en la literatura de Trevor —principalmente de pueblos rurales irlandeses y pequeñas ciudades de Inglaterra (aunque a veces también en la gran ciudad de Londres)— son melancólicas y de gestas estrictamente cotidianas, como las que podríamos encontrar también en los poemas de Philip Larkin o las canciones de The Smiths.
Los cuentos reunidos de William Trevor publicados en 1992 se amontonan en un imponente volumen de Penguin de más de 1.200 páginas y sin embargo ese libro solo representa una porción de la obra completa del autor. Hay que agregarle: otro volumen de cuentos publicados en 2009 de más de 500 páginas, y otro más en 2018 de unas famélicas 224 páginas; más de una decena de novelas; un libro de memorias; y una historia de Irlanda a través de la obra de sus escritores; e incontables guiones para radio, televisión y cine todos basados en su ficción.
Antes de dedicarse a la escritura a tiempo completo, William Trevor fue un profesor de secundario, un escultor y un empleado en una empresa de publicidad. Se fue de su Irlanda nativa, tras estudiar Historia en el Trinity College, Dublin, en búsqueda de trabajo. Pero nunca dejó de escribir sobre Irlanda, además de su Inglaterra adoptada y también sobre la región italiana de Toscana, que visitó como turista con frecuencia durante toda su vida. Aunque ganó numerosos premios literarios de enorme prestigio y fue condecorado como Caballero del Imperio Británico por sus servicios a la Literatura, siempre mantuvo un perfil muy bajo, viviendo toda su vida, desde los años 50, en su bucólica casa victoriana en Devon, junto a su esposa, también de toda la vida. Solía escribir por la mañana y trabajar en su gran jardín por la tarde.
La obra de William Trevor es consistente a través toda de su carrera. No tuvo diferentes etapas ni luchó contra las convenciones del realismo literario, el cual siempre ejerció con una mirada extremadamente lúcida. Sus personajes están firmemente plantados (por no decir atrapados) en las circunstancias de sus vidas. Leer los cuentos hoy a veces resulta entrar en una cápsula del tiempo; las relaciones entre los hombres y las mujeres y las restricciones de la sociedad podrían resultarles muy ajenas a jóvenes lectores de una megalópolis occidental del siglo XXI, pero en el momento de su edición tenían un efecto de honestidad brutal, hasta de denuncia, si por denuncia entendemos decir las cosas como son. Especialmente en cuanto a la opresión de la mujer por las asfixiantes normas de una sociedad patriarcal, tanto laica como religiosa.
Una de las características más extraordinarias de la escritura de William Trevor es que él mismo –ni su conciencia, su autobiografía, o su personalidad– se impone en su ficción. Su literatura es el producto de una fuerte presencia observadora y su prosa está al servicio de contar una situación que, por más que parezca muy mundana, se desborda con detalles y líneas cruzadas de intensas fuerzas psicológicas.
En una entrevista con The Paris Review en 1989 hizo explícito su proceso narrativo y su idea central sobre cómo debería funcionar un cuento:
Creo que es el arte de la mirada. Si la novela es como un complejo cuadro renacentista, el cuento es como un cuadro impresionista. Debería ser una explosión de la verdad. Su fuerza yace tanto (sino más) en lo que deja afuera como en lo que se incluye. Se preocupa en la exclusión total del sinsentido. La vida, por otro lado, la mayoría de las veces es un sinsentido continuo. La novela imita la vida mientras que el cuento es huesudo y no puede divagar. Es arte esencial.
Trevor es un autor para atesorar y leer toda la vida. No es para adentrarse en paisajes exóticos, ser sorprendido por ideas o situaciones insólitas, conocer personajes con vidas inusuales o ser hipnotizado por una prosa disruptiva. No. Podemos leer a William Trevor simplemente para aprender sobre la vida: cómo es que transcurre –a la larga– casi por sí misma, a pesar de nuestros incesantes esfuerzos cotidianos de adueñarnos de ella.
Como nosotros, los personajes de William Trevor tienen la fortuna de vivir en un mundo con una gran variedad de posibles existencias. Pero también esa variedad, aunque esté a la vista, casi siempre es inalcanzable. El hueco que queda entre el deseo y la realidad se llena de desazón y de una dura sabiduría. Aunque sea tarde para los personajes trevoreanos actuar sobre lo que hayan descubierto, tal vez para nosotros, sus lectores, aún hay tiempo para convertir esa sabiduría en una acción liberadora. El arte esencial de William Trevor también nos regala eso.