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"¿Es o se hace?"

Miranda July
"Especie de Woody Allen sin miedo a morir, produce una obra en cierto sentido autobiográfica, potente y singular, que indaga en lo que somos hoy con lo que tenemos", define a Miranda July, esa artista todoterreno, Luciano Lamberti. Lo hace con una de sus novelas sobre el escritorio y con un poema de Sharon Olds, entre otras cosas.

Por Luciano Lamberti.

Miranda July, ¿es o se hace? Se hace y es al mismo tiempo, aunque suene paradójico. Hay un video que circula en la web llamado "A Handy tip for the easily distracted", especie de manual de autoayuda para los perdedores seriales de tiempo, donde la vemos recolectar aquellos objetos que puedan llevar a la fácil procrastinación (el celular, la laptop, una revista), esconderlos bajo la pata de una mesa y tenderles una trampa. Es tierno, gracioso y desesperado a la vez, y una buena muestra de todo lo que hace esta norteamericana de 41 años, en sus dos facetas más conocidas: la de directora de cine y la de escritora, aunque también haya incursionado en la performance, en la música, en proyectos colectivos artísticos. Lo que se conoce como una “artista multifacética”, aunque sus obras tienen todas el mismo tinte, como si fueran partes de un total que nos entrega por pedazos. 

El tema de July es ella misma, o más bien: una mujer de cuarenta años en la actualidad o más bien: la actualidad, lo contemporáneo, lo que sucede, o más bien: las nuevas formas de perplejidad de lo contemporáneo. Ella misma, su personaje, especie de Woody Allen sin miedo a morir, produce una obra en cierto sentido autobiográfica, potente y singular, que indaga en lo que somos hoy con lo que tenemos y nos devuelve una imagen distorsionada pero no menos real de nuestra cara. Basta ver sus dos películas más famosas: Tú, yo y todos los demás, del 2005 (ganadora de la Cámara de oro de Cannes) que escribe, dirige y actúa, o El futuro, del 2011, también escrita y dirigida y actuada por ella (el corto del principio es una escena no incluida en la película) para empezar a no entender su incómodo sentido del humor, cuya primera y principal víctima es casi siempre ella misma. 

No confío demasiado en los escritores que hacen muchas cosas, que no son exclusivamente escritores, pero la novela El primer hombre malo, editada por Random House, me gustó y me sorprendió. La agarré sin demasiadas esperanzas y eso fue lo mejor que me pudo haber pasado. Después me enteré de que su primer libro de cuentos, Nadie es más de aquí que tú, del 2009, había cosechado algunos premios y fue publicado en 27 países, lo que es decir. Como no podía ser de otra manera, la novela narra la vida de Cheryl Glickman, una oficinista en la cuarentena. Enamorada de Phillip, un hombre mayor (enamorado a su vez de una adolescente) ve pasar su vida con la mezcla exacta de desesperación y humor negro que le conviene a un personaje así. Tiene una bola literal de nervios en el cuello y ha comenzado una terapia excéntrica, mezcla de psicoanálisis con homeopatía. Nunca lo dice directamente, pero la adivinamos cansada de su trabajo y de su vida repetitiva, consciente del declive de su cuerpo y de su soledad y, sobre todo, atrapada por el deseo cada vez más intenso de tener un hijo. Kubelko Bondy llama a este hijo platónico que la persigue y puede ver en diferentes niños a lo largo de la novela. Cheryl tiene conversaciones telepáticas con él, como si el instinto la estuviera llamando, corporalizado en ese personaje. 

Hay un libro de Graham Swift, autor inglés de la generación de Mac Ewan, Amis y Julian Barnes, que plantea algo parecido. Se llama El país del agua, fue publicado en 1983 y tuvo su correspondiente versión fílmica protagonizada por Jeremy Irons. En él, la esposa estéril de un escéptico profesor universitario se roba a un bebé desconocido. Menos radical y jugado, el argumento de El primer hombre malo le regala a la protagonista la posibilidad de tener uno, de llenar ese vacío. Lo cierto es que es un tema universal, de esos que caben en todas las épocas, por más cambios aparentes que sufran las personas y los medios con los que se comunican, y que July lo trabaja sin solemnidad ni falsa poesía. Estrictamente contemporáneo, su libro abreva en una de las Grandes Cuestiones, y eso lo eleva por sobre la cantidad de novelas que se publican mensualmente. 

Leamos, para terminar, el poema “Las formas”, de Sharon Olds: una canción desesperada sobre la maternidad cuya música sobrevive a su traducción del inglés:

 

Siempre tuve la sensación de que mi madre

moriría por nosotros, se lanzaría a un fuego

para sacarnos, el pelo incandescente como

un halo, se zambulliría en el agua, su cuerpo

blanco sucumbiendo y girando lentamente,

ese astronauta cuyo cable se corta

para

    perderse

              en la nada. Nos habría

protegido con su cuerpo, habría interpuesto

sus senos entre nuestro cuerpo y el cuchillo,

nos habría metido en el bolsillo del abrigo

lejos de las tormentas. En la tragedia, el animal

hembra habría muerto por nosotros,

pero en la vida tal y como era

tuvo que mirar 

por ella.

Tuvo que hacer a los niños

lo que él dijera, tenía que

protegerse. En la guerra, habría

dado la vida por nosotros, te aseguro que sí,

y lo sé: soy una estudiosa de la guerra,

de hornos de gas, de asfixia, cuchillos,

de ahogamientos, quemaduras, todas las formas

 

en las que sufrí su amor.

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