Poesía

Tres poemas de Jorge Teillier

fuente: Memoria Chilena

Tomados de Cuando todos se vayan, antología que recorre los trece libros publicados por el escritor chileno (Ediciones UV).

“La poesía / es un respirar en paz / para que los demás respiren”, escribió el poeta chileno Jorge Teillier, nacido en Lautaro en 1935 y fallecido en Viña del mar en 1996. 


La editorial de la Universidad de Valparaíso editó una notable antología realizada por Cristián Warnken y Ernesto Pfeiffer que propone un recorrido por sus trece poemarios publicados, con bellísima edición ilustrada por Germán Arestizábal, que recibimos en la librería. 


De ella tomamos los tres poemas que siguen: 

     




Estas palabras 


 

Estas palabras quieren ser 

un puñado de cerezas, 

un susurro -¿para quién?- 

entre una y otra oscuridad. 

 

Sí, un puñado de cerezas, 

un susurro -¿para quién?- 

entre una y otra oscuridad. 

     





Daría todo el oro del mundo 


 

Daría todo el oro del mundo 

por sentir de nuevo en mi camisa 

las frías monedas de la lluvia. 

 

Por oír rodar el aro de alambre 

en que un niño descalzo 

lleva el sol a un puente. 

 

Por ver aparecer 

caballos y cometas 

en los sitios vacíos de mi juventud. 

 

Por oler otra vez 

los buenos hijos de la harina 

que oculta bajo su delantal la mesa. 

 

Para gustar 

la leche del alba 

que va llenando los pozos olvidados. 

 

Daría no sé cuánto 

por descansar en la tierra 

con las frías monedas de plata de la lluvia 

cerrándome los ojos. 




 
       



Para hablar con los muertos 


 

Para hablar con los muertos 

hay que elegir palabras 

que ellos reconozcan tan fácilmente 

como sus manos 

reconocían el pelaje de sus perros en la oscuridad. 

Palabras claras y tranquilas 

como el agua del torrente domesticada en la copa 

o las sillas ordenadas por la madre 

después que se han ido los invitados. 

Palabras que la noche acoja 

como a los fuegos fatuos los pantanos. 

 

Para hablar con los muertos 

hay que saber esperar: 

ellos son miedosos 

como los primeros pasos de un niño. 

Pero si tenemos paciencia un día nos responderán 

con una hoja de álamo atrapada por un espejo roto, 

con una llama de súbito reanimada en la chimenea, 

con un regreso oscuro de pájaros 

frente a la mirada de una muchacha 

que aguarda inmóvil en el umbral. 

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