Poesía

Tres poemas de Jorge Boccanera

Poesía argentina contemporánea

“No hay espacios vacíos en la poesía de Jorge Boccanera”, escribió el Premio Nobel de Literatura José Saramago: compartimos tres poemas de Tráfico / Estiba, publicado por Hemisferio Derecho Ediciones.

Jorge Boccanera (Bahía Blanca, 18 de abril de 1952) es poeta, periodista y crítico argentino. Ha publicado libros como Los espantapájaros suicidas (1973), Noticias de una mujer cualquiera (1976), Contraseña (1976), Música de fagot y piernas de Victoria, (1979), Poemas del tamaño de una naranja (1979), Los ojos del pájaro quemado (1980), Polvo para morder (1986), Sordomuda (1990), Bestias en un hotel de paso (2002) y Palma real (2008). “No hay espacios vacíos en la poesía de Jorge Boccanera”, escribió el Premio Nobel de Literatura José Saramago: compartimos tres poemas de Tráfico / Estiba, publicado por Hemisferio Derecho Ediciones.

 

 

MÚSICA DE FAGOT Y PIERNAS DE VICTORIA

 

Música de fagot en mi menor

y piernas de Victoria por la casa

afuera una ciudad que desconozco

adentro una ventana que da a un patio

donde el sol se entretiene

en repartir sus trapos amarillos.

 

Música de fagot luz de Victoria

labio contra los labios del invierno

reducido equipaje de los días

que te nombra me nombra nos reúne

alrededor de frutas

después esa canilla mal cerrada.

 

Música de fagot y olor a un cuerpo

que busca en otro cuerpo el buen arpegio

para encontrar los ruidos cotidianos

dulces trampas ocultas en la piel

aceitadas por ángeles

desertores de un tiempo inquisidor.

 

Fagot de la comparsa y el amor

En tan poco tan grande suena a mucho

quiero decir que siempre

nunca complicidades nunca incendios

ningún insomnio nunca sin el búho

nunca con esta música a otra parte.

 

Viva el fagot oscuro de mi barba

sobre el palo mayor de este naufragio

en la madera hambrienta de mis manos

la nacionalidad de tu cintura

y música de sangre y barriles deshechos

–aguafuerte del siglo XVIII-.

 

Viva el fagot y su oxidado rostro

viva el fagot y su bandera rota

palabras de Victoria

inaugurando todas las batallas

y ese cartel que entre sus piernas grita

bufadero de playa Punta Negra!

 

Viva el cuerno de caza y su llamado

cierto instrumento en viento con su música

de donde emerge el  do-mi bemol-sol

quiero decir felino de ceniza

o invitación azul de cuatro saltos

hacia el tibio desorden de los techos.

 

Saludable camino a muchedumbre

rock and roll de los puertos ignorados

sombrero imaginario de dos picos

sobre la estatua de la decadencia

y luego ese disparo

y el delicado andar de los marchistas.

 

Hombre fagot con hembra violonchelo

vestido marroquí (no es surrealismo)

pueblo desordenado por la lluvia

por la parola cursi y el  abrazo

y un sagapo je t´aime te quiero y sea

este fagot comparsa inolvidable.

 

Mi escudo de combate de latón

y tu nombre de guerra (ajonjolí)

y todas las señales si una foto

si un periódico viejo si una taza

chilla la cafetera y en el suelo

un teléfono gris y desnucado.

 

Así se vuelve siempre se regresa

de la ferocidad y de la dulzura

con una bala un beso y un adiós

así la casa se abre a los rumores

de una calle cualquiera de provincia

donde los gallos resucitan verdes.

 

Así el gato regresa a su arcoíris

el fagot a su estuche de neblina

la silla a su romance con el mimbre

los barcos semihundidos a los cuentos

el sol al sol

los ruidos de Victoria a mis papeles.

 

 

UNIVERSO

El poeta, como el cazador pobre,

a lo que salga.

Baldomero Fernández Moreno

 

El domador que mete su cabeza dentro de la boca   

    del león, ¿qué busca?

¿La lástima del público?

¿Que tenga lástima el león?

¿Busca su propia lástima?

 

El poeta que arroja su anzuelo en la garganta

      de la Sordomuda, ¿qué busca?

¿La lástima del publico?

¿Que tenga lástima la Sordomuda?

¿Busca su propia lástima?

 

Y el público, ¿está loco?, ¿por qué aplaude?

 

 

EL PELUQUERO

a mi abuelo Santiago

 

Asentaba navajas en un listón de cuero,

porque era su trabajo arrancarle a los rostros

     sus animales muertos.

Hacía barba y bigote para el espejo atestado de gente.

Su navaja pulía aquella superficie,

rasuraba los rostros del espejo y haciendo su trabajo,

     ¿afeitaba al espejo?

 

Era más chico que un tarro de gomina Brancato

     mi abuelo,

pero una cabeza más alto que la muerte.

Invitaba al cliente sacudiendo una toalla

y el cliente ocupaba aquel sillón Dossetti de madera

     y entraba en el espejo.

El estilista hablaba solamente con su tijera

y cuando ella por fin tenía la lengua desgajada

     hacia un lado, él decía: “servido”.

 

Mi abuelo maquillaba al espejo con estrellas de talco

    y usaba un pulcro saco blanco.

La muerte –que también es prolija– le envidiaba

    su colección de peines.

 

Un día la muerte, que hojeaba una revista deportiva,

     dijo: “me toca a mí”.

Y ocupó aquel sillón, despatarrada y con un

     remolino en la cabeza.

“Tiene un pelo difícil”, dijo sin voz mi abuelo.

Después, la muerte asentó su navaja y haciendo

    su trabajo, ¿rasuraba al espejo?

El peluquero se marchó bajo un cielo cualquiera

    con estrellas de talco.

El espejo se pasó la mano por la cara afeitada,

    suave, como un recién nacido.

 

 

 

 

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