Poesía

Tres poemas de Charles Bukowski

San Poeta Maldito

"Cuando nazcan estúpidos mejores y más grandes, Bukowski todavía estará al frente del desfile", le escribió a un amigo en una carta de 1966 el autor de Factótum.  

 

"Algo grita (...) Me gustaría decir que el ALMA grita", le escribe Charles Bukowski en una carta de 1966 a su amigo Douglas Blazek. "Cuando nazcan estúpidos mejores y más grandes, Bukowski todavía estará al frente del desfile", se lee en esa misma carta algunos párrafos después.

Los poemas que siguen fueron tomados de la edición bilingüe de Editora AC con selección y traducciones de Federico Ludueña, publicados en Buenos Aires en 1995.

 

 

causa y efecto

 

los mejores a menudo mueren por

su propia mano,

sólo para huir,

y aquellos que quedan atrás

nunca pueden entender

por qué alguien

querría

huir

de

ellos.

 

 

 

están por todos lados

 

los oledores de tragedias están

por todos lados.

se levantan a la mañana

y empiezan a encontrar las cosas

mal

y se sumergen

en la rabia.

una rabia que dura hasta

que se van a la cama

e incluso ahí

se retuercen en su insomnio,

incapaces de quitar

de sus mentes

los pequeños obstáculos

que han hallado.

 

se sienten en contra,

es un complot.

y por estar constantemente

furiosos sienten que

siempre tienen

razón.

 

los ves en el tráfico

tocando bocina como salvajes

ante la más leve infracción.

puteando.

desparramando sus

insultos.

 

los sentís

en las colas

de los bancos

de los supermercados,

en los cines,

presionan

en tu espalda

te pisan los talones.

están impacientes por

una furia.

 

están por todos lados

y

en todas las cosas,

esas almas

violentamente

infelices.

 

en realidad

están asustados,

como siempre quieren

tener razón

fustigan

sin cesar...

es un mal

una enfermedad de

esa raza.

 

el primero de ellos

que vi fue

mi padre.

 

y desde entonces

he visto 

mil padres,

diez mil padres

malgastando sus vidas

en el odio,

arrojando sus vidas

al pozo ciego

y

gritando

enloquecidos.

 

 

dos moscas

 

las moscas son furiosos pedacitos de

vida;

¿por qué están tan furiosas?

parece que quisieran más,

parece casi como si estuvieran furiosas

por ser moscas;

no es mi culpa.

 

me siento en la habitación

con ellas

y me joden con su agonía;

es como si fueran pedazos de alma

abandonados en algún lugar.

intento leer un diario

pero no piensan dejarme en paz,

una parece subir en semicírculos

por la pared,

emitiendo un miserable sonido

sobre mi cabeza;

la otra, la más chica,

se queda cerca y me molesta en la mano,

sin decir nada,

elevándose, cayendo,

volviendo a trepar.

 

¿qué Dios puso estas

extraviadas cosas sobre mí?

otros hombres sufren dictaduras,

amores trágicos…

yo sufro insectos…

 

espanto a la más chica

y eso sólo le hace revivir

su impulso desafiante:

da vueltas más rápido,

más cerca, incluso hace

un sonido de mosca,

y la otra arriba

intenta un nuevo vuelo

excitada, también,

se apura,

cae de repente

en un golpe de ruido

y se juntan

dando vueltas en mi mano, rozando la base

del portalámparas

 

hasta que alguna cosa humana en mí

no aguanta más sacrilegio

y empiezo a golpear

con el diario enrollado

―¡fallé!―

golpeo,

golpeo,

se interrumpe la armonía,

algún mensaje se perdió entre ellas,

 

agarro a la más grande primero,

cae de espaldas

agitando las patitas

como una puta furiosa,

y le pego de nuevo

con mi palo de papel

y se convierte en una fea

mancha de mosca.

 

la chiquita vuela más alto

ahora, tranquila y rápida,

casi invisible;

ya no se acerca a mi mano

está mansa e inaccesible.

 

la dejo en paz, me deja

en paz;

el diario, por supuesto,

está arruinado.

 

algo pasó,

algo empañó mi día,

a veces no hace falta

un hombre o una mujer,

solamente algo vivo;

me siento y miro a

la mosca chiquita;

estamos juntos trenzados

en el aire

y en la vida,

y ya es tarde

para nosotros dos.

 

 

 

 

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