Los cuervos en la literatura
Miércoles 10 de setiembre de 2025
Jorge Fondebrider publica en Sexto Piso un profundo estudio sobre los cuervos en la historia, y aquí compartimos aquél destinado a sus apariciones en la literatura en castellano.
Por Jorge Fondebrider.
Consultado sobre la presencia de los cuervos y cornejas en la literatura española, Leonardo Funes, profesor emérito de Literatura Española Medieval por la Universidad de Buenos Aires, comentó para este libro: «La tradición literaria castellana nace de la traducción, lo que pone en evidencia su condición derivada de otras tradiciones más dinámicas y productivas del período medieval, fundamentalmente la latina, la francesa y la árabe. De hecho, desde principios del siglo xii hasta fines del siglo XIV, Francia fue el foco cultural de la Europa occidental, tanto del mundo románico como del germánico. Alberto Vàrvaro lo ha demostrado estadísticamente: el número de obras, historias, materias originalmente francesas traducidas al resto de las lenguas europeas es notablemente superior al número de obras, historias y materias del resto de Europa traducidas al francés. De ahí que se entienda la fuerte dependencia de formas, temas y motivos ultrapirenaicos que tienen los textos castellanos, más allá de las tradiciones vernáculas populares (cantares de gesta, lírica popular). En cuanto a tradiciones vernáculas, en el Cantar de Mio Cid no aparecen cuervos, pero sí cornejas. En el camino de Vivar a Burgos, a punto de salir rumbo al destierro, el ambiguo vuelo de la corneja (primero hacia la derecha, luego hacia la izquierda) es interpretado como agüero tanto positivo (el héroe finalmente triunfará) como negativo (en Burgos, el Cid comprobará que nadie está dispuesto a ayudarlo por miedo a las represalias del rey). El poeta asume como dato de la sabiduría popular que los vuelos de las cornejas forman parte de las supersticiones más acendradas del pueblo llano».
Puesto a precisar, Funes señala que «Los primeros registros escritos del cuervo están ligados a la tradición bíblica.
La más antigua aparición se da en la Fazienda de Ultramar, un texto que es una mezcla de guía para un viajero a Tierra Santa y de historia bíblica, redactado a comienzos del siglo XIII. Allí se menciona el cuervo que envía Noé para comprobar si ya han descendido las aguas y se dispone de tierra firme. Ese cuervo reaparece, con variantes en el mismo relato de este episodio, incluido en la Primera Parte de la General estoria de Alfonso X el Sabio, esa suerte de historia universal y enciclopédica que cubre desde la Creación hasta los tiempos del emperador Augusto, en que se interrumpió su elaboración, hacia 1283. También lo encontramos en el relato del diluvio incorporado en la gran compilación conocida como Libro de las bienandanzas e fortunas, que Lope García de Salazar compuso entre 1471 y 1476. Por otra parte, la General estoria, al incorporar muchas historias de las Metamorfosis de Ovidio, alude a la transformación del Sol en cuervo, en el marco de la lucha de los dioses del Olimpo contra los gigantes. Asimismo, en la traducción del Cantar de los cantares que se incorpora en la Tercera Parte de la General estoria aparece, en la descripción de la doncella, la referencia a la belleza de su cabello, negro como el cuervo, un símil de larga fortuna posterior».
Luego, Funes añade que «en términos literarios, la principal vertiente es, obviamente, la fabulística. Por un lado, tenemos el cauce grecolatino: las fábulas esópicas relacionadas con el cuervo aparecen en versiones literarias muy desarrolladas en El Conde Lucanor (enxemplo V, el cuervo y el zorro) y en el Libro de buen amor, obras compuestas entre 1330 y 1343.
Una versión más abreviada y elemental se incluye en el Libro de los enxemplos por A.B.C., compuesto por Clemente Sánchez de Vercial a principios del siglo XV. En esta colección también se incluye la historia de la cigüeña a la que un joven le cambia su huevo por uno de cuerva. En el incunable conocido como Esopete ystoriado (colección profusamente ilustrada de fábulas esópicas, publicada en 1482) se incluye la fábula del águila y el cuervo. Dentro de la tradición románica, aparecen varias
fábulas alegóricas de origen monástico, tales como las incluidas en el Libro de los gatos (siglo XIV): el águila enferma de la vista y el cuervo médico, la historia del ánsar con el cuervo, la fábula del cuervo y la paloma. Pero quizás la narración más enigmática sea la incluida en la novella (cuento largo) de Diego de Cañizares, compuesta h. 1450: es la historia de un rey seguido constantemente por tres cuervos y que promete la mano de su única hija y heredera a quien descifre el sentido de aquel fenómeno. La historia tiene la estructura de una fazaña (relato de contenido jurídico, propio del derecho consuetudinario de naturaleza oral): los cuervos, dos machos y una hembra, lo persiguen para que dirima un conflicto que ha surgido en ese triángulo y sentencie con cuál debe quedarse la hembra: el macho viejo o el joven».
A las fuentes latinas y francesas, Funes suma las correspondientes a la tradición oriental: «Muchos cuervos aparecen en el Calila e Dimna, traducido al castellano a mediados del siglo XIII, pero la historia más importante es la que relata la guerra entre los cuervos y los búhos. Una historia retomada y muy abreviada por don Juan Manuel para incluirla como el enxemplo 19 de El Conde Lucanor. Si bien no aparecen cuervos en el Sendebar, otra obra traducida del árabe en la misma época, sí en una nueva versión castellana publicada en 1493 con el título de Exemplario contra los engaños y peligros del mundo».

El investigador concluye: «Dejando de lado el cuervo como ingrediente para la preparación de distintas pócimas que se pueden encontrar en tratados médicos (como la traducción del Libro de recetas de Gilberto, publicada en 1471), en tratados cinegéticos (como el Libro de cetrería de Evangelista, de mediados del siglo XV) y hasta en libros de viajes (como el Libro de las maravillas de Juan de Mandevilla, traducción al aragonés de principios del siglo xv), tenemos finalmente la aparición del cuervo en el discurso paremiológico, también como derivación de la sabiduría popular: el famoso refrán “cría cuervos y te sacarán los ojos” es mentado por Celestina en la Tragicomedia de Calisto y Melibea y también aludido por Juan del Encina en uno de sus poemas, incluido en su Cancionero, primer impreso que reúne la obra de un solo poeta de la lírica castellana, publicado en 1496:
Ya mi plazer se perdió,
ya no me falta otro mal,
sino ser yo el cabeçal
y que no lo diga, no.
Ya vuestro tiempo passó,
ya no me deys más enojo,
que nunca Dios tal mandó:
que criasse el cuervo yo
para que me saque el ojo.
El tan peculiar humanismo vernáculo que campeó en la Castilla del xv echó mano del cuervo a partir de sus fuentes latinas clásicas, como es el caso de la traducción del Libro de Propietatibus rerum de Bartolomeus Anglicus, realizada por fray Vicente de Burgos en 1494, y antes en el Libro de las paradojas de El Tostado, de 1437, y la Vision deleytable de Alfonso de la Torre, compuesta entre 1430-1440. Pero quizás tenga más interés la extraña referencia al cuervo como ave a la que se enseña a repetir frases, algo que yo creí que solo funcionaba con los loros. En una suerte de adelanto a lo que convertiría en moda un siglo después Michel de Montaigne en sus Ensayos, Juan de Lucena alude como anécdota personal a un cuervo al que tiene enseñado para que repita ciertas frases en latín, según narra en su Epístola exhortatoria de las letras, dada a conocer en 1492. Lo da como ejemplo de falsos eruditos, que repiten latinajos sin tener idea de lo que dicen, como su cuervo».
Otra referencia literaria interesante es la que hace Miguel de Cervantes, tanto en El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha como en Los Trabajos de Persiles y Sigismunda. En el primer texto, en dos ocasiones, se refiere a una antigua leyenda que sostiene que el rey Arturo no murió, sino que se convirtió en cuervo. Así en Capítulo XIII, de la primera parte se lee:
–¿No han vuestras mercedes leído –respondió don Quijote– los anales e historias de Inglaterra, donde se tratan las famosas fazañas del rey Arturo, que continuamente en nuestro romance castellano llamamos «el rey Artús», de quien es tradición antigua y común en todo aquel reino de la Gran Bretaña que este rey no murió, sino que por arte de encantamento se convirtió en cuervo, y que andando los tiempos ha de volver a reinar y a cobrar su reino y cetro, a cuya causa no se probará que desde aquel tiempo a este haya ningún inglés muerto cuervo alguno?
Luego, como al pasar, vuelve a mencionar lo mismo en el capítulo XLIX. E insiste en el Libro I, capítulo IX del Persiles.
La cuestión fue tratada por el hispanista francés François Delpech, quien rastrea las fuentes de Cervantes hasta las leyendas tradicionales bretonas.
Varios siglos después, el escritor español de origen francés Max Aub Mohrenwitz (1903-1972) publicó su «Manuscrito cuervo» (primera versión de 1949-1950 y segunda, muy modificada, de 1955), fruto de sus dos encierros en el campo de concentración francés de Vernet d’Ariège, que es donde terminaron los combatientes de la guerra civil española, así como los exiliados antifascistas y perseguidos políticos de cualquier religión y nacionalidad. El cuento relata un día en la vida de un campo de concentración desde la perspectiva de un cuervo quien, a partir de sus observaciones, establece juicios sobre la raza de los humanos y su pobreza de espíritu.
Por su parte, el argentino Arturo Cancela (1892-1957), en «La fuga del loro», texto incluido en Campanarios y rascacielos (1965), se evalúa qué lugares ocupan los loros y los cuervos en la literatura. Al cabo de una larga deliberación, el narrador concluye que «todos estos cuervos literarios no son sino unos pobres loros que se han caído en el tintero».