Columnas

Leer a Aira

Hernán Ronsino reflexiona sobre la experiencia de lectura ante los libros de César Aira y se concentra en una de sus últimas obras, En el Pensamiento (Random House), uno de los libros finalistas del Premio Fundación Medifé - Filba. 




Por Hernán Ronsino


 

Hay autores que transforman su nombre en un estilo. Decir su nombre es nombrar a su vez un modo de hacer literatura, una forma finalmente condensada. Ese procedimiento inevitable a veces puede generar distorsiones a la hora de leer. Es decir, la lectura puede estar viciada por eso que se dice de la obra de un autor. Gombrowicz peleó todo el tiempo contra las formas y, al final de su vida, en una famosa entrevista con Dominique de Roux, plantea su profundo temor a quedar atrapado, finalmente, por la forma Gombrowicz. Eso parecería inevitable. Pero más allá del deseo del autor, se abre la pregunta sobre cómo leer un texto sin caer en el prejuicio de lo que se dice de su autor. Es decir: cuál sería la perspectiva de lectura. 

El caso de Aira es un buen ejemplo. Hay lectores fanáticos que no se pierden ni un libro suyo; hay lectores ocasionales que han probado con algunos de sus libros; hay lectores a los que no les gusta su obra. En todo caso, se ha ido generando una idea sobre el estilo de Aira y su procedimiento narrativo, una especie de preconcepto que dice así: los textos de Aira no están corregidos, son desprolijos, posmodernos, empiezan de un modo y luego pierden las riendas para volverse una trama incluso contradictoria con la lógica inicial; un relato de vanguardia. Sentencias demasiado contundentes. Todas esas cosas que impiden y entorpecen leer la potencia del universo de Aira. Su genialidad. Porque cada libro constituye parte de un universo en expansión: sus libros son muy distintos y se abren a una búsqueda que rompe, incluso, con esas sentencias que definen un procedimiento. 

En el Pensamiento, por ejemplo, se vuelven a instalar dos temas que son recurrentes en Aira: la reflexión sobre el proceso de escritura y un territorio (la pampa, Coronel Pringles y los pueblos de la zona). La novela sucede en El Pensamiento, un paraje rural que nació a la vera del ferrocarril, en el partido de Pringles. Un pueblo real que es refundado por la escritura de Aira. El narrador cuenta que vivió allí hasta los siete años cuando se mudará a la ciudad (se trata de un episodio nunca revelado en la vida del narrador). Es un gran lector o será un gran lector que guardará, a su vez, un gran secreto.  

Por decisión de su padre (que ha ido amasando una fortuna en este pueblo perdido en la nada) aparece en escena la figura del preceptor. Un hombre que llega para hacerse cargo de la formación del niño. Aira usa una figura que viene de las novelas románticas. Todo el tiempo está pensando en ese imaginario, pero para distorsionarlo. Porque En el Pensamiento es una novela de iniciación, de descubrimientos fundamentales: un “episodio de infancia”. Una novela que rasga el velo del realismo para hacer aparecer otro imaginario posible: el irreal. “Estas condiciones le daban un color de irrealidad a mi presente”, dice el narrador. Pero Aira lo hace de una forma opuesta a lo que se dice de su escritura. La prosa nunca se va de control, más bien se toma su tiempo para detenerse en reflexiones, en el paisaje, en la importancia de los trenes. Cuando lo irreal irrumpe suena contenido en su devenir, hay algo orgánico operando: no es un salto caprichoso, no es una dislocación incomprensible. Por eso mismo produce un efecto que conmueve.  

“Los que vivimos en el régimen ferroviario”, dice el narrador, “sabemos que todo lo que le pasa al tren nos afecta”. Por eso mismo, la desaparición de una locomotora se instala como enigma, como intriga, y ubica a El Pensamiento en el mapa de lo irreal. Pero antes de incrustar en la trama este misterio se pone entonces en juego la reflexión sobre qué significa narrar. Y qué efectos produce introducir un misterio. Como lo hace en ese magnífico texto que es “El todo que surca la nada”, en donde Aira se pregunta cómo se organiza una historia, por dónde se la empieza a contar. En esta novela, en especial, la pregunta gira en torno al enigma, al misterio. Lo que el preceptor le va a enseñar al niño, entre otras cosas, es que para ver el mundo hay que comprender el concepto de perspectiva. Todo narrador necesita construir una mirada y darle a esa mirada una perspectiva. El efecto que produce lo lejano, como en las vías, o el efecto que produce lo cercano. El hallazgo magnifico que harán tanto el preceptor como el niño narrador tomará forma gracias a esa idea: se lee el mundo en perspectiva. 

Hay algo notable en el final de la novela que me lleva a otra novela sobre trenes con un final también demoledor: La bestia humana de Emile Zola. No puede haber novela más distinta a En el Pensamiento que La bestia humana. Pero se encuentran en el modo en que se relacionan con la máquina. Escrita a fines del siglo XIX, la máquina desbocada funciona como una advertencia de las atrocidades por venir. Una locomotora sin control, cargada de soldados, atraviesa los campos de Francia. En cambio, en la novela de Aira el enigma de la locomotora desaparecida se resuelve de un modo opuesto. Si Zola habla de la bestia humana, Aira animaliza a la máquina. Es una bestia maquinal que se reproduce con una lógica: no está desbocada, sino que actúa con autonomía, no necesita de las personas. Es curioso: en el efecto irreal que incrusta Aira se pone en juego lo más realista de una época.

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