Poesía

La distorsión del territorio

Cuatro poemas de Ethel Barja

"La poética de Ethel Barja oscila entre la máxima e indiscriminada apertura al mundo y la ambición de encerrar lo hallado en formas estéticas perfectas", dice Timo Berger en esta, la última poeta de su curaduría "La poesía venidera".

Por Timo Berger.

Ethel Barja es una activista de las letras en el más puro sentido. Su personalidad literaria se desarrolló en dos imagos que actúan en mundo paralelos: el académico y el poético. Si en otras partes del planeta es una mera cuestión de supervivencia que un docente universitario sea también escritor, periodista, crítico y traductor, en las universidades de la llamada Ivy League (Liga de la Hiedra) en Estados Unidos, esa "confusión" de roles es algo inusual. Ethel Barja realiza estudios de doctorado en la Brown University y (o apesar de eso) escribe poesía. Actualmente se dedica a investigar la escena de poetas latinoamericanos que viven y escriben en Berlín.

Nacída en el 1988 en Perú, es autora de los poemarios Trofeo imaginado entre dientes (Antología del Premio Nacional Juvenil de Poesía SENAJU, 2011), Gravitaciones (Paracaídas Editores, 2013), La sutura es un mal sueño (Gociterra, 2016) e Insomnio vocal (Alastor, 2016). Los poemas que se publican en continuación crean redes que ondulan sobre un determinado terreno –el recorte de un plano de la ciudad que recorre un sujeto a modo de flaneur del siglo XXI. Es un terreno cruzado por voces (lenguas, espanol, inglés, alemán), por espectativas y retos. Los poemas resultan capas que causan "la distorsión del territorio", que subyugan una experiencia a una mirada parcial, subjetiva, en una constante búsqueda de orientación –un movimiento a veces difícil, atravesado por „arquitecturas interiores“. El efecto temporario de esa escritura-busqueda es un lost I, un yo perdido, que se reinventa en una operación lúdica entre "la estampida de bisontes“ y el "be-something".

La poética de Ethel Barja oscila entre la máxima e indiscriminada apertura al mundo y la ambición de encerrar lo hallado en formas estéticas perfectas. Obviamente eso genera un impasse entre la asimilación de una tradición literaturia de autores que hacía del paseo por la metropolis un género literario (pensemos, por ejemplo, en las crónicas de Walter Benjamín sobre su infancia en Berlín, en las andanzas de Franz Hessel por la misma ciudad o en las aguafuertes de Roberto Arlt y las nouvelles de Sergio Chejfec) y la condición de una jóven escritora peruana viviendo en Estados Unidos que es consciente de su "condición de la mirada“ y de su "tacto geográfico (…) inexacto“. Esa tensión a su vez, le brinda la frescura necesaria para cruzar "occidente“ con el "ox“ de "oxígeno“, "oxidado“ o "oxímoron“ en el título de su poema "oxidente“.

 

 

Vigilia en el Midwest

A veces te veo caminar con mis huesos, veo tu deleite sobre la hierba húmeda a los tres mil quinientosmetros sobre el nivel del mar. Quiero, entonces, franquear la distancia, atravesar tu espasmo anterior, la exhausta llegada de lo que nace, la roja membrana que se abre. Es el tiempo del insomnio cuando me acompaña solamente la destilación del grifo, su bostezo violáceo y mal cerrado, cuando su rumor resbala entre mis vértebras al compás de mi desvelo. Me pongo de pie tras incontables vueltas entre las sábanas y busco mi viejo abrelatas. Es el tiempo en que la nieve se acumula sin tregua y se templan los dientes al compás del hielo. El manjar prediseñado asoma en el fondo de la lata. Te veo abrir nuevamente aquel desgastado libro de Nietzsche mientras dejo correr el almíbar y te digo que no se equivoca, que el ser humano es un animal prometedor. Veo de nuevo el orden de tus certezas, aprovecho y te pregunto con qué metódico movimiento puedo sentarme a desgranar mi obstinación con el origen. Por esos días creo nuevamente, enciendo una lámpara y te escribo una carta sobre mis pesadillas, sobre trinos oscuros, su trastabillar sobre mis párpados, te explico cómo atravieso la gravedad de los seres sin masa y me interno en su dulce membrana cuando abren sus brazos sedientos al pozo de mi pecho, donde laten seis mil litros cúbicos de tiempo, los seis mil kilómetros de intermedio cálido, y esas seis mil cucharadas de jarabe contra el asma que no impidieron el crecimiento de la tos en mi carne. La luz empieza a filtrarse y distingo frente a frente dos tazas de café, cuando dos tazas de café no suman un ritmo. Son sólo dos veces la sed, doble giro de mi cuchara por el mismo pulso y su desfile duplicado de la misma urgencia, dos tazas abandonadas de su líquido que beben su miedo. Es el mismo temor de la fruta que desgarro lentamente mientras afuera cuelga el sol, arrastra su imantado brillo y sus labios rojizos simulan quemazón sobre el asfalto. Pienso en tus huesos donde separaba el trigo del trigo y salgo otra vez a la calle. Esta ciudad se desliza por sus poros helados y sus ojos, resquicios de miel, se entrelazan, me miran, los miro y mi piel se hace profundamente extraña. Recuerdo súbitamente que día a día nombrar es un filoso acontecimiento, es abrir el ojo interior y masticar angulosas palabras de una cantera de velo oscuro y picante. En esa delicada ingeniería mi epidermis reverdece o acaricia la asfixia y vienen los vocablos agitados como una tribu salvaje, con toda su saliva se guarecen en mi tímpano, son el único alcanfor que reconozco para la herida que supura en mi lengua. Siento una fuerza inexplicable y escarbo el recuerdo como si ingresara en una tumba para darle más extensión que la muerte, hasta que sea una impecable pista de baile donde entre como en una barca de Caronte, un botecito psicodélico donde infle mis pulmones, trace una ruta con la intuición como materia y entre en el día como en las tiernas hojas de una camisa de fuerza.

 

 

*

 

oxidente

mi tacto geográfico es inexacto

incertidumbre en las piezas

welcome to John F Kennedy

international airport

la reina verdosa y agitada

en el tablero carcomido

alfiles desorientados

un viaje coloca gasas

sobre otro viaje

(ein Sprung ins Leere)

como cuando huyo

como cuando canto

los deleites chispeantes

de un animal en la avenida

que aúlla insistentemente

vísceras al viento

el fétido bostezo de los camiones

una cajetilla solitaria que sueña

el humo de mis pulmones

sobre mi cost(r)a

un viaje coloca gasas

se equivoca de membrana, sí

la benigna, la maligna, la benigna

es solo una cacería de sabores

mi lengua ensaya la rugosidad

la temperatura

para mi piel sonora

y el olor a pescado crece

sí, claro, en español, crece
(un salto al vacío)

un viaje coloca gasas aquí

en la colisión

en los círculos concéntricos

atravieso la calle salada y condimentada

a velocidad constante

velocidad aerosol

que supura en los muros

mientras Little Fingers abre las aguas

y divide la salsa roja

con la que ungimos los huesitos

manjar broster del jirón Lampa

y se desprenden todas las gasas

entreabiertas las sombras púrpuras

en platos de cartón

y no se puede, ¡no!

entrar dos veces en la misma salsa

se atropellan las mandíbulas

los tejidos en despunte

y el zumbido no cesa

en la cuerda sincopada

el paso entre la bruma

voces entre velos picantes

pies absolutos y vacilación

pasajes desvelados y vacilación

un viaje no sabe de gasas

ni de amantes en salsa roja

ni de las propiedades nutritivas

de los huesitos al paso

solo del cambio de moneda

solo del contrabando

de las horas en escasez y creciente

etc.

 

*

 

poema conejo

un poema para un conejo de orejas largas

conoce el papel washi de oídas

lo acaricia en el ocaso

cuando cree ver las contorsiones

de la fibra de morera

o un brillante pelaje en la maleza

un poema para un conejo de orejas largas

sueña con la aviación o los hipódromos

nunca al mismo tiempo,

las alturas o lo terráqueo

siempre esa vocal ondulante

ojerosa omnisciente

eliges o terminas suculento

patas de la suerte

o arriba o abajo

a veces conejo de tinta en pleno brinco

suspendido en la línea roja del horizonte

a veces poema de largas ojeras

que caza raíces con ávidas uñas

merodea los frutos de la tierra

un poema conejo en la boca

de una señorita

y esos mensajes de madrugada

¡ahhh, el correo contemporáneo!

las orejitas necesitan reposo

agua tibia y días de sol

mas es inevitable a todas horas

llegan los tréboles arial 12

y un tic tac tic tac tic tac

de la hora del té

al intacto reverso de las orejas

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