Escrituras y reescrituras
Foto: Alejandra López
Jueves 10 de julio de 2025
De Walsh a Piglia, de Fogwill a Perlongher, pasando por Viñas y Sabato, Martín Kohan enhebra las apariciones de Eva Perón en la literatura argentina.
Por Martín Kohan.
“Pobre gente”, dice el coronel. ¿Lo dice por compasión o lo dice con menosprecio? Tal vez lo dice con ese algo de menosprecio, de mirada desde arriba hacia abajo, que anida siempre en la compasión. De hecho la frase completa que pronuncia es: “Para ellos era una diosa, qué sé yo las cosas que les meten en la cabeza, pobre gente”. Es decir que, para el coronel, ese grupo de obreros a los que él apela para que lo ayuden a mover el cadáver de Evita de un lugar a otro, y que se quedan esperablemente pasmados, que se ven esperablemente conmovidos al ver que se trata de ella (que se trata de una muerta, y que esa muerta es nada menos que ella), son apenas unos ignorantes a merced de la manipulación política, gente en cuyas cabezas, huecas por definición, es posible meter cualquiera cosa pues la admitirán pasivamente.
“Pobre gente”, dice el coronel, y el narrador ante eso le pregunta: “¿Pobre gente?”. La inflexión de la pregunta es claramente irónica, aunque el coronel no lo advertirá y replicará como por reflejo: “Sí, pobre gente” (el coronel en general no capta las ironías del narrador, no capta que son ironías, las que por ende se resuelven como gesto de complicidad entre el narrador y el lector). El coronel forma parte de un turbio grupo de criminales de Estado que están secuestrando a una muerta, que se están robando un cadáver; hay entre ellos algunos que por puro odio (odio y miedo: miedo de su potencia política) quieren destruir el cuerpo, agredirlo o degradarlo (“orinarle encima”); hay uno (“ese gallego asqueroso”) que se excita sexualmente con él y “le manoseaba los pezones”. ¿Quién es, entonces, en esta escena, la “pobre gente”? ¿De quiénes puede en verdad decirse, con desprecio y sin compasión, que son una “pobre gente”?
Todo esto lo escribe Rodolfo Walsh en su cuento “Esa mujer” (Los oficios terrestres, 1965). Años después lo retoma Ricardo Piglia en el cuento “La película” (Los casos del comisario Croce, 2018). Y lo retoma en ese pasaje puntual. La historia que narra Piglia tiene que ver con una supuesta película pornográfica actuada por Eva Perón, en sus años de joven actriz, cuando iniciaba su carrera; el hallazgo de esa película da pie a una maniobra de extorsión política. Ya no se trata de la Evita de después del ’52 o el ’55, sino la Evita anterior al ’45; su cuerpo y la sexualidad (santa o puta es el dilema que tironeará incesantemente de ella, hasta que Néstor Perlongher lo resuelva con su cuento “Evita vive”) aparecen otra vez en juego, pero ahora transpuestos en imágenes. A propósito de esas imágenes, a las que se habría visto forzada, el turco Azad, el extorsionador, dirá apenas: “es ella, pobrecita”. A lo cual el comisario Croce replicará: “¿Pobrecita?”.
Esta vez la pregunta no se retoma. Queda planteada y suspendida la ecuación: ¿merece Evita esa compasión remota, que el diminutivo no hace sino subrayar? ¿La que ahí se ve es la muchachita de pueblo, empujada a la prostitución, a merced de un puñado de sátrapas? ¿O no es ella, aunque sea ella, como da en pensar el comisario Croce: que no es ella porque no es “la señora”, y no hay entonces que decir “pobrecita”? Ahí está Eva, la que, amada por el pueblo, será “Reina” y tendrá poder. Y si fuera ella la de la película, si hubiese sido ella la de la película, “a la gente humilde no le habría importado y la hubieran amado igual, como Jesucristo amó a María Magdalena”.
Cuando Fogwill escribe “La cola” (Música japonesa, 1982), al que retoma expresamente es a David Viñas y su cuento “La señora muerta” (Las malas costumbres, 1963). Y si David Viñas filtraba las tretas de la seducción erótica y la frialdad de los cálculos especulativos en pleno funeral de Evita (julio de 1952), Fogwill habrá de hacer lo propio pero en el funeral de Perón (julio de 1974). En un momento determinado del relato, sin embargo, al que retoma es a Walsh. Es cuando un personaje por la calle contempla la escena del dolor popular y dice: “Pobre gente”. Fogwill a ese personaje le asigna de inmediato un carácter desdoroso (“todo indica que se trata de alguien despreciable”), que de hecho le recuerda a Ernesto Sabato. Claro que Sabato es también el que alguna vez, en El otro rostro del peronismo, expresó su comprensión (y cierto desconcierto propio en esa misma comprensión) al advertir el dolor de los humildes ante el derrocamiento de Perón en el ’55, ese que un grupo socialmente afín, y él mismo como parte de ese grupo, estaban en ese mismo momento celebrando.
De manera que en el “pobre gente” de “La cola” tal vez exista margen para un sentimiento de compasión genuina, sin menoscabo y sin subestimación, lo que habilita la posibilidad de entender que, para un no peronista, el odio del antiperonismo no es ineluctable. Tanto que el narrador del cuento, aunque ataca, también otorga: “Todo indica que se trata de alguien despreciable, pero también yo pensé con él ‘pobre gente’ y por un instante, parecimos de acuerdo”. No dice que lo estuvieran, pero dice que lo parecieron.